Crónica de Sitges 2014. Martes 7 de octubre
4octubre 8, 2014 por Roberto García-Ochoa Peces
Nos encontramos en el ecuador del festival y hay que reconocer que el nivel de esta edición está siendo competitivo; a falta de películas sobresalientes, siempre satisface encontrar un puñado de ellas notables, lo que asegura un buen sabor de boca al finalizar cada día. Ayer fue más complicado que nunca en lo referente al sueño, necesito claramente un descanso más prolongado y no comenzar tan temprano las proyecciones. Pero eso no será hasta mañana jueves, me temo…
Porque ayer, martes, el día comienza de nuevo a las 8.30. En realidad comienza dos horas antes, cuando suena el despertador para escribir unas primeras palabras antes de las 7, momento exacto en el que toca estar delante del ordenador dándole al F5 cual obseso para así reservar las entradas del día siguiente: en ese momento, más de 400 personas estarán en mi misma situación, peleando por un cupo de entradas asignadas a prensa y en un número no demasiado elevado. Basten un par de segundos para que hayan desaparecido los títulos a priori más interesantes… o no. El caso es que hay que estar ahí, concentrado, y disponer de un dedo como el de Billy el Niño; si no, corres el riesgo de tener que variar tu planning. Ah, y son 4 el número de reservas máximas al día por medio; una cifra que raramente llegarás a alcanzar dado que el total de entradas disponibles son 20 para todo el festival (aparte de los pases para prensa, a los que se puede entrar sin seguir este arduo proceso). Estas reservas se irán a recoger físicamente el día siguiente al espacio de prensa del Auditori, entre proyección y proyección. ¿Curioso, verdad? Y bastante más agotador de lo que parece.
Son las 8.30 como decía y hoy nos encontramos en el cine Prado, un teatro que hace las funciones de cine y donde tienen a ubicarse propuestas más radicales e independientes si cabe; es el lugar para descubrir las joyas ocultas del festival (si es que las hubiere), tal y como ocurrió el año pasado con la acongojante The taking. Pero hoy no se trata de terror, o al menos no de un terror convencional: sí es una historia de vampiros, pero esta es una mera caracterización que sirve para dar forma a la metáfora que Yiannis Veslemes ha querido realizar de la sociedad griega actual. Así, la Noruega del título de la cinta representa a los invasores del norte, adscritos a una ideología próxima a la extrema derecha, que vienen a invadir la calma mediterránea, aprovechándose de su permanente estado de letargo -el protagonista baila espasmódicamente en el interior de la pista de baile como si no hubiera mañana; la música del presente que idiotiza a la masa, sirviéndole desenfreno en lugar de pensamiento- para arrebatarle su propia libertad y engañar su perspectiva. Norway es una violación del hedonismo servido a través de un encantador viaje low cost a las entrañas de la vieja europa, y consumido en forma de “tripi”. Una experiencia que bien merecía una rápida ración de café, no con puro pero sí con charla, con el fin de valorar lo recién visto en la buena compañía de Alfredo y Nicolás.
Hoy será un día ajetreado, de idas y venidas para llegar a las proyecciones. Subimos ahora al Auditori para ver Maps to the stars, la esperada nueva obra del mítico David Cronenberg. Una película en la línea de la decepcionante Cosmopolis (también exhibida el año pasado en el festival): diálogos y más diálogos para conformar, en esta ocasión, un fresco de las estrellas hollywoodienses, una aproximación a sus múltiples excentricidades y vanos caprichos. No encuentro nada destacable en una realización plana, y tampoco llego a vislumbrar el ingenio o la mordacidaz en unos diálogos que se debieran antojar claves; sí me parece percibir, en cambio, que lo que una vez fue garra y pasión se ha reconvertido en un inmenso espíritu anodino. ¿Cómo es posible que el mismo director que hace años filmaba piezas de la categoría de Scanners o Videodrome realice ahora Cosmopolis o Maps to the stars? De verdad que hay que hacer un ejercicio de fé.
Volvemos a bajar casi corriendo al pueblo para poder llegar al pase en Retiro de A girl walks home alone at night. Se trata de una producción americana de vampiros, pero ambientada en terreno iraní, en la ciudad de Bad City, que puede ser cualquier ciudad o pueblo árabe. Un lugar donde reina la miseria y los machitos campan a sus anchas oprimiendo a la mujer, al desfavorecido; un enclave en el cual la mayor preocupación de un padre es cuidar de su gato, y donde su hijo ansía poder comprar algún día un coche descapotable. Y en medio de toda esta miserable cotidianeidad, pulula una vampira, que viste burka y camiseta a rayas horizontales; que combina el negro de su raya de ojos con zapatillas blancas. Deliciosa composición de sensibilidad pop que, en ningún caso, reniega de la furiosa violencia inherente al género vampírico, sólo que sublimándose esta adscripción para entablar un genial retrato de la tristeza que reina en el interior del pueblo árabe y en el del alma de sus propios habitantes. Y para darlo forma, la joven realizadora, Ana Lily Amirpour, exhibe un talento precoz en la composición del plano y en los suaves e inquietantes travelling con que acompaña el viaje de sus protagonistas, todo ello filmado en un precioso e inquietante blanco y negro. Probablemente, una de las cintas del festival que, espero, se vea recompensada en forma de premio.
De nuevo para arriba (no os podéis imaginar lo que es esto), rumbo al Auditori para la proyección de Goodnight mommy. Se trata de una cinta alemana dirigida a dos manos por Veronika Franz y Severin Fiala. Un terrible drama familiar -una madre regresa a casa con sus dos pequeños tras realizarse una operación facial después de un trágico accidente- que, a medida que pasen los minutos, incrementará su violencia de manera desproporcionada, hasta llegar a un punto límite bastante insoportable. Pero no se trata de violencia gratuita, más al contrario: la justificación está perfectamente explicada en la historia, y resulta tan terrible como estremecedora; los directores ofrecen una radiografía clínica de las consecuencias de la pérdida de identidad, el cariño y el dolor, canalizada a través de los impulsos más bajos que residen en lo hondo de nuestro ser, con independiencia de la edad. Un film que recuerda a la obra del también centroeuropeo Michael Haneke, por su capacidad para plantear una disyuntiva extrema, pero de manera inteligente.
Seguimos con la monaña rusa y, dos horas después, ya entrada la tarde (y con el bocadillo devorado a la entrada del cine) nos encontramos en el Retiro. En esta ocasión toca Horsehead, ópera prima del realizador francés Romain Basset. Escojo esta película en lugar de otra por tratarse de un pase único y porque tiene una pinta interesante; seguimos buscando esa joya oculta del festival. Sin embargo, seguimos sin encontrarla: esta aproximación al mundo de los sueños, al trauma de su vivencia y al impacto que ello puede tener en la vida real, si bien se sigue con interés y alberga secuencias impactantes de una gran potencia e impacto visual, no termina de cuajar en su idea, y se torna repetitiva en su ejecución (sobre todo en la parte referente al interior de las pesadillas, cuando el realizador abusa de una estética claramente deudora del videoclip).
Para finalizar el día, hacemos el último recorrido de ida y vuelta al Auditori. Nos espera Oculus, cinta que (de nuevo) visualiza pesadillas en el interior de una casa y que disturba la paz de su familia ocupante. Sólo que en esta ocasión entra en juego un objeto maldito: un espejo como recurso terrorífico que será muy bien utilizado en el entramado narrativo del film, estructurado en varios espacios temporales que conviven y confieren sentido a una historia que de otra manera se habría revelado más estándar. Buenos efectos visuales y sustos con enjundia es lo que le espera a todo aquel que se atreva a adentrarse en su interior… Por mi parte, es hora de intentar recuperar sueño para encarar una nueva jornada.
Cómo q falta lo sobresaliente? Y Vermut?
Aunque me pareció soberbia aún me cuesta catalogarla en su máximo nivel. Pero estoy deseando revisarla para redactar un texto y ponerla donde, sin duda, merece.
«Yo no iría» te dijo un amigo griego.
Jajaja, cierto! Me acordé de ti, pero… ¿no ves que me gustó? Hacéis un cine muy curioso en ese país, entre esto y otros Caninos.