Crónica de Sitges 2014. Jueves 9 de octubre

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octubre 10, 2014 por Roberto García-Ochoa Peces

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Fantasmas chinos, western argentino, terror francés y cerveza australiana

Día muy extraño el de hoy en Sitges. Para variar, comienzo muy temprano la jornada, casuisticas varias me hacen tener que cambiar el alojamiento, lo que me hace cargar con la (pesada) maleta por las calles de esta bonita localidad a las 8 de la mañana, para extraña mirada de los lugareños. Como consecuencia, no llego al pase de Jamie Mark is dead, definitivamente la cinta maldita de este festival para un servidor (ni la pude ver hace dos días, ni termino por visionarla hoy). A partir de hoy tendrán que aguantarme, aunque sólo por tres noches, las otras representantes de Toledo en tierras catalanas, Tere y Elvira, dos apasionadas del cine que el año pasado descubrieron el festival y no han dudado en repetir, para alegría de los que las tenemos alrededor.

Over your dead body

La parte buena de este contratiempo es que tengo tiempo de sobra para rematar y subir la crónica del día anterior, incluso tanto como para situarme en las primeras posiciones de la cola de prensa de la entrada al Auditori; no obstante, tal y como comentaba con algunos compañeros, este año se nota una afluencia inferior al de otras ediciones, sobre todo en los pases de mañana, territorio casi exclusivo de prensa. Una vez dentro visionamos Over your dead body, del ya clásico Takashi Miike. Se trata de una cinta homenaje al prolijo género de fantasmas japoneses, Kaidan, que bebe de la literatura tradicional de ese país; insuflada de un ritmo pausado que permite introducir al espectador en los misteriosos territorios de su historia, la ambientación suave introduce el elemento del terror mirando hacia los clásicos de ese cine antes referido, introduciendo Miike su particular sensibilidad del horreur -casi siempre explítica y harto impactante en su grafismo- para así conformar una doble vertiente enriquecedora y de elegante construcción. No termina de cuajar un guión que juega con la metanarración mediante la mixtura de realidad y ficción (se rueda una obra de teatro), pero se nota la capacidad y experiencia del realizador japonés en el fluir de las imágenes y su iluminación en interiores.

El ardor, de P. Fedrik

A continuación, una propuesta latinoamericana enmarcada en el género western: El ardor. Su director, P. Fedrik, nos presenta la película y nos desea que nos guste. Pero lo cierto es que su propuesta resulta bastante fallida: hay planos que remiten claramente al cine de Sergio Leone (en concreto a la magnífica Hasta que llegó su hora), pero ni la finalización de estos alcanza una altura similar, ni Fedrik parece tener la capacidad suficiente para encajarlos en un conjunto coherente, continuado y que comience a despegar. La película está falta de pegada, no transmite la fuerza propia de un western al uso y finalmente resulta harto irrelevante, consecuencia directa de una historia mínima con poco recorrido.

Fabrice du Welz recogiendo el Méliès de Oro

Fabrice du Welz recogiendo el Méliès de Oro

El número ideal de proyecciones dentro de un festival es cinco; sobrepasar esa cinfra implica una casi segura pérdida de sueño, rebajarla, en cambio, supone que te sobre un tiempo precioso para seguir descubriendo cine. Por desgracia, hoy “sólo” me es posible visionar cuatro films. El tercero de ellos, ya entrada la tarde, es Alleluia, dirigida por el francés Fabrice Du Welz, que sube al escenario para recoger el premio Méliès de Oro al mejor largometraje europeo de género fantástico en este 2014 por este último trabajo.

Una imagen de Allelulia, de Fabrice du Welz

Este joven director demuestra a lo largo de sus planos que no está exento de un gran talento (ya exhibido en su ópera prima, Calvaire), lo que le permite visualizar un horror extremo que choca con la mirada del espectador menos preparado; sin embargo, en esta ocasión, abusa de esta capacidad precisamente para conformar un artefacto desmesurado de agresión celosa, encarnado por una Lola Dueñas que vuelve a brillar, dotando a su personaje de un realismo que se viene abajo porque está exento de explicación, prefiriendo el realizador remarcar su explosión de violencia en lugar de indagar en el interior del trauma que desencadena semajante comportamiento enfermo. Una puesta en escena radicada en un molesto, agobiante y prácticamente constante montaje corto acompañado de unas notas de piano que pretenden puntuar el drama en los momentos en que éste no se ha convertido en psicosis asesina, terminan por anular una propuesta que maneja similar grado de contundencia cuanto de incredulidad.

Para terminar este día extraño y que se antoja escaso en comparación con el resto de jornadas (quizás haya sido el propio destino el encargado de rebajarme involuntariamente el número de películas, en favor de mi necesario descanso), decido pasar de premios honoríficos difícilmente comprensibles (¿Antonio Banderas recibiendo un premio por su trayectoria en el “fantástico”?) y aparto el pase único de Autómata con la presencia del actor para visionar en su lugar una cinta que guarda cierta aureola de culto: Wake in fright. Se trata de una producción australiana del año 1971 dirigida por Ted Kotcheff (sí, el mismo que se puso tras las cámaras para entregarnos esa maravilla que lleva por título español Acorralado) que nos introduce en la particular rutina de un pueblo australiano al que llega un refinado profesor: la ingesta de cerveza como canalización del aburrimiento existencial de unos seres sin pasado, presente ni, probablemente, futuro.

Una imagen de Wake in fright

La cerveza más amarga del mundo

La visualización de esta desmedida rutina (creo que no he visto película alguna donde se consuma más cerveza que en la que nos ocupa) no pasaría de la mera anécdota si no se utilizase en pos de la construcción de una atmósfera que, casi sin percibirlo, se ha manifestado terrorífica, por cuanto no llegamos a comprender cómo es posible que el único interés de una población sea precisamente la cerveza y el juego, elementos a partir de los cuales se entablan sus relaciones humanas; así, el personaje protagonista se ve atrapado en una espiral de incomodidad ambiental de la que resultará muy difícil salir y que se define en modo de clara paranoia. De claro parentesco con los parámetros fantásticos que también recorren la primera obra australiana de Peter Weir (sin alcanzar la excelencia ambiental de ésta), Kotcheff confiere a su cinta suspense e incluso horror a través de la representación del temor a escapar de aquello que no parece grave y que se manifiesta, incluso, peligrosamente divertido. Toca descansar y esto se acaba: mañana encararemos los dos últimos días de festival.

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