Crítica de Lolly Madonna XXX (Richard C. Sarafian, 1973)
noviembre 21, 2022 por Roberto García-Ochoa Peces
Repasamos Lolly Madonna XXX, crudo e incómodo drama rural estrenado en 1973, como excusa para detenernos sobre la figura de su desconocido director, Richard C. Sarafian, así como para arrojar una breve perspectiva de aquel prolífico nuevo cine norteamericano que, a lo largo de la década de los setenta, deparó una suerte de catarsis sobre el espectador en su modo de aproximarse a la áspera violencia que retratan filmes como el que nos ocupa. Las siguientes palabras corren a cargo de Federico Fornasari, quien de nuevo acepta nuestra invitación para aplacar al escéptico merced a su afilado tridente cinematográfico.
País: EE.UU.
Año: 1973
Estreno: 21-02-1973 en Nueva York (sin estreno comercial en España)
Duración: 103 min.
Director: Richard C. Sarafian
Guion: Rodney Carr-Smith, Sue Grafton, sobre el libro de Sue Grafton
Fotografía: Philip H. Lathrop
Música: Fred Myrow
Intérpretes: Rod Steiger, Robert Ryan, Jeff Bridges, Scott Wilson, Katherine Squire, Gary Busey
Género: drama rural
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer
Antecedentes violentos en la América Profunda
En el prólogo de la novela Natural Born Killers, de John August y Jane Hamsher, basada en la historia de Quentin Tarantino (Ediciones B,S.A, 1994, Barcelona, España), Oliver Stone, quien además de dirigir el filme participó del guion junto a Richard Rutowski y David Veloz, sostuvo, poco después del estreno de la cinta, que “Estados Unidos es un pueblo que para sobrevivir, de cualquier manera, sufre y hace sufrir a otros: Vietnam, el deporte y los pleitos acuden en seguida a la mente. La violencia en EE.UU. juega un papel de elemento de salvación en la tradición épica americana; o así fue, al menos, en Fenimore Cooper, Jack London y Hemingway”.
Si bien en Asesinos natos (1994) no habría sido su intención ofrecer una descripción naturalista de la violencia –sí lo hizo claramente en Pelotón (1986), Nacido el 4 de julio (1989) y JFK (1992)-, sino reflejar mediante la exageración y la sátira la idea de que el crimen se había vuelto demencial, incontrolado y apabullante en esos tiempos, la fórmula aplicada con su mano experta se advierte vinculada con verdaderas joyas precedentes situadas en los indómitos parajes agrestes de la América Profunda, realizadas en la década de los setenta y que resultaron de una influencia capital, no sólo para Stone, en este film, sino para otros muchos realizadores a través de diversos géneros.
Como títulos capitales podríamos citar Deliverance (1972, John Boorman), La última casa a la izquierda (1972, Wes Craven) o La matanza de Texas (1974, Tobe Hooper), que retumban bajo el eco de las palabras de Stone y apoyan su verosímil postura para ilustrar el ambiente inevitable tanto de los asesinos solitarios Mickey (Woody Harrelson) y Mallory (Juliett Lewis) mientras corren matando por las superficies de Nuevo México y Arizona hasta Nevada, como los que emanan de los crueles personajes que danzan al ritmo de siniestras motosierras texanas, filosos cuchillos y banjos sangrientos, mientras tratan de escapar a la atmósfera demente y embrutecedora del calor de la tierra, la fiereza de los ríos y las perturbadoras alimañas.
Richard C. Sarafian: un genial outsider
Pese a una destacada carrera televisiva, no deja de sorprender que la figura de Richard C. Sarafian, un director de estilo cautivador, resulte prácticamente ignorada para cierta crítica “reputada”, teniendo en cuenta los exponentes que dirigiera en plenitud para la gran pantalla, especialmente en el primer lustro del decenio citado, lapso donde se observan sus mejores trabajos. Algunos resultan similares en temática a los antes referidos, patentando excelsos momentos de acción y toques antibelicistas que transcurren en jurisdicciones rurales donde conviven personajes alienados por conflictos, sean de índole interna o externa, y poco ayudados por los desoladores paisajes que los rodean. Ello aunado al dominio pleno y a una habilidad sorprendente para tomarse el tiempo al narrar, así como a una enorme capacidad en la dirección de actores: estrellas consagradas o jóvenes que luego se convirtieron en tales.
En una época absolutamente disruptiva y, tal vez, la más apasionante de la historia del cine, Sarafian legó películas excelentes como el thriller Fragment of Fear (1970), con David Hemmings y Adolfo Celi, y la estupenda versión de Revenant: El renacido, un filme potente con Richard Harris en lugar de Leonardo Di Caprio, titulado In the Wilderness (1971), superior a mi criterio al que realizara el mexicano Alejandro González Iñarritu, ya que plasma con pericia indisimulable y una gran estructura en el relato una variopinta galería de imágenes opresivas exenta de tonos pretenciosos conectados a la contemplación interminable. Nuestro director ofrece aquí un evento trágico que excede el de una aventura de supervivencia en un paisaje inhóspito y cruel. Es un filme imprescindible que pasó desapercibido y marcó el terreno a la existencia de un filme clave como Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972, Sidney Pollack), por ejemplo, sólo de nombrar alguno.

Richard C. Sarafian
En 1971 también dirigió la mítica Vanishing Point, su obra más conocida y todo un ícono de la cultura popular en el ámbito de las “road movies” como espejo de las libertades civiles que explotaron en el cine luego de la famosa Easy Rider (1969, Dennis Hooper); y en 1973 realizó el excelente wéstern, protagonizado por Burt Reynold y Lee J. Cobb, The man who loved cat dancing, verdadero ejercicio de puro dinamismo y relaciones tramposas no exento de ciertos momentos de pesadumbre, típico de los filmes del oeste en la década de los 70.
Lolly Madonna XXX, o la familiar contundencia del odio
El visionado de Lolly Madonna XXX, también de 1973 (mejor no desvelar los motivos del enigmático título original, que en nada semeja a un filme pornográfico o de contenido sexual explícito, claro está), revela los tremendos enfrentamientos que acontecen entre dos familias de una zona de grandes extensiones territoriales en Tennesse, bajo un sol abrasador, alambiques oxidados, mosquitos gigantes sedientos de sangre, cerdos que chillan, gallinas en la mesa y odio. Mucho odio.
Rod Steiger y Robert Ryan son caciques locales que lideran a unos jóvenes e indómitos Jeff Bridges, Gary Busey, Ed Lauter o Scott Wilson, quienes, de alguna u otra manera, potencian sus disputas con la aparición de Season Hubley, una bella joven que arriba a estas agresivas praderas. Si los términos “redneck” o “hillbilly” en el cine identifican a los pobladores de los espacios de la América Profunda, generalmente poco amigables y huidizos, también sirven para enarbolar, aun con mayor ebullición, esas realizaciones setenteras enfermizas, contagiadas de la lisergia de la época, plenas de zooms e insertos muy rápidos. Contundente sería el mejor adjetivo que anteponer a estas imágenes que van directas al inconsciente de toda una sociedad donde las formas de violencia se confunden en la cotidianeidad.
Todo eso propone Sarafian en este film que adapta la novela de Sue Grafton, escritora norteamericana que tenía sólo 29 años cuando fue publicada en 1969. Ella misma se juntó con el director y metió mano en el guion. Y la conjunción fue perfecta. Conocida en español con el atinado título de Las familias del odio -de esta forma se estrenó en Uruguay el día de navidad de 1974-, o en italiano con el más evocativo La terra si tinse di rosso, nuestro cineasta asienta una historia de peleas toscas y escaso refinamiento, exenta de discursos moralistas y donde sólo caben las ganas de enfrentarse bajo cualquier excusa, ya fuere como consecuencia de los efectos de Vietnam o por la disputa de un pedazo de tierra. Poco importa: el lugar es un infierno, y alguien dijo una vez que el infierno es la imposibilidad de razonar.
Además de los filmes citados de Boorman, Craven o Hooper, ligados a este fundamentalmente por la estética de sus exteriores, se impone el recuerdo inmediato de los acontecimientos reales plasmados en la gran miniserie Hatfields & McCoys (2012, Leslie Greif y Kevin Reynolds), que recrea la eterna historia de violenta rivalidad entre dos familias de West Virginia y Kentucky durante y después de la Guerra de Secesión Americana, así como también de Los duelistas (1977), el enorme film debut del realizador Ridley Scott en el que Harvey Keitel y Keith Carradine, dos oficiales del ejército francés durante las guerras napoleónicas, se encuentran, a partir de un cuestión menor, para batirse a duelo a cada instante.
La idea que se deduce es que, al igual que ellos, provenimos de la violencia; que esta se transmitirá todo el tiempo y no tendrá fin. Así es la cinta de Sarafian: el odio se viene transmitiendo de generación en generación, de padres y madres, a hijos e hijas, y así sucesivamente. Hay quienes creen que la violencia es la respuesta, cuando ni siquiera debería ser una pregunta. Y en la mayoría de ocasiones ya es demasiado tarde.
Federico Fornasari