Anunciado como uno de los lanzamientos del sello estadounidense Mondo Macabro dentro de su bundle para Halloween, hemos recibido, al fin (casi cinco meses más tarde) una copia de este «Secrets & Mysteries: Films by Pedro Olea». Se trata de un pack limitado y numerado a 2000 unidades que contiene dos de las primeras obras dirigidas por el cineasta bilbaíno Pedro Olea, que sucedieran a esa joya que es El bosque del lobo (1970), a saber: la (muy) oscura La casa sin fronteras (1972), protagonizada por Tony Isbert y Geraldine Chaplin, y el inquietante drama No es bueno que el hombre esté solo (1973), conducido por José Luis López Vázquez y Carmen Sevilla, a partir de un texto escrito por José Luis Garci. Dos magníficas películas que, cada una en su género y bajo un delicado y, sin embargo, cáustico estilo, pueden servir como pequeño gran retrato de aquella España ubicada en las postrimerías del franquismo. Ofrecemos, en lo que sigue, un reportaje ilustrado con fotografías que desglosa los contenidos de este estupendo pack, acompañado de un pequeño comentario de cada uno de los títulos.

Lo primero que urge decir es que este pack de dos películas, editado por Mondo Macabro en EE.UU., aún se encuentra disponible, si bien no deben ser demasiadas las copias restantes, por lo que animamos a los posibles interesados a hacerse con él cuanto antes; empero, para quienes no necesiten una copia física, la buena noticia es que ambas se encuentran disponibles en el catálogo de la genial plataforma FlixOlé. Esta edición se trata de una tirada de 2000 unidades (mi copia es la número 1992, si bien no creo que sea algo indicativo), presentada en una funda con ilustraciones basadas en imágenes de ambos filmes por obra de Justin Coffee, que se extienden a la carátula y contracarátula de la caja interior; adentro encontramos un libreto de 24 páginas escrito por Ismael Fernández, donde repasa parte de la carrera del director, así como se detiene en el doblete que nos ocupa, además de un set de cuatro postales a doble cara, reproducción de lobby cards italianas -figura el título Il chiodo nel cervello, que vendría a traducirse como «Un clavo en el cerebro»; simpáticamente geniales, como siempre, nuestros colegas italianos-. Además de las fotografías desperdigadas entre estas líneas, el lector puede encontrar un clip al final, donde se reúnen todas ellas junto a una sorpresa a modo de cierre.

Sobre las cintas en sí, la primera de ellas (cronológicamente hablando), La casa sin fronteras, retrata con sumo detalle y finura, aun sin desechar algunas instantáneas de dolor realmente espeluznantes -y atrevidas, habida cuenta de que el dictador y su orquesta de salvaguardas de la moral católica aún respiraban-, el miedo a la mudanza de la población rural hacia la gran ciudad, manejada en su maquinal rutina e improbable evolución social por ciertos grupos que ostentaban el poder y ejercían la influencia con sibilina discreción… Sí, no le den más vueltas: el propio realizador ha manifestado su interés por pegar un revés a la infamia que aún hoy perpetra sobre la sociedad, merced a su naturaleza y mensaje ultraconservadores, el Opus Dei, ocupándose de retratarlo en la ficción a través de seres (des)humanos, enfundados y encarados en un negro enlutado, capaces de atrapar y, literalmente, acribillar en su seno al joven advenedizo en busca de un porvenir.
La propia imagen, gris y plomiza, que retrata con precisión el latido del Bilbao industrial de hace cincuenta años, merced al exquisito trabajo del director de fotografía Luis Cuadrado; la música incidental de Carmelo A. Bernaola, justa para equiparar la inquietud que aquélla desprendía y desprender un aire funesto en derredor; el pausado ritmo, solo crispado en las referidas instantáneas de puro terror, con que Olea conduce el relato; y, no menos importante, la suave y, no obstante, atemorizada expresión que se refleja, de manera constante, sobre el rostro de Isbert, así como la diligencia del resto del reparto en su ejercicio, hacen de esta una de las obras más reivindicables, con mayor motivo por su opacidad o desconocimiento general, de toda nuestra cinematografía.

La imagen luce impecable en alta definición, presumiblemente a partir de una transferencia desde el negativo original, así como la pista de audio en castellano, perfectamente funcional -y doblada a posteriori, debido a la presencia de actores internacionales en el reparto, que hablaban en inglés; ya se sabe que en los rodajes de la época solía carecerse del sonido directo, como bien se ocupa de reseñar el propio director en la entrevista presente en este disco-; existe, asimismo, otra pista con el doblaje en inglés. Como contenidos adicionales, además de la recién mencionada entrevista al director (conducida por Xavi Sánchez Pons, y bastante imprescindible para conocer algunos entresijos y curiosidades sobre la carrera del filme, que se planteó incluso para competir en los Oscar de aquel año, si bien resultó un empeño frustrado por intrusiones «oficialistas»), se ofrece el primer trabajo de Olea, el inquietante cortometraje El parque de juegos (1963), cuya idea parte de un relato de Ray Bradbury y que realizase como parte del correspondiente curso en la EOC (Escuela Oficial de Cinematografía).

El otro filme de este pack, No es bueno que el hombre esté solo, lo realizó solo un año después, en 1973, y corrió mejor suerte comercial que el anterior, permaneciendo incluso durante meses en la sala de cine donde se estrenase (la misma, en una suerte de «residencia fílmica», según una práctica habitual, ya extinta, que nos relata el mismo Olea en la otra entrevista que concede, ahora respecto a este título, en el otro disco Blu-ray). No es de extrañar, considerado el giro hacia una temática más amable, al menos en la teoría, que no en su trasfondo… Pero, sobre todo, y sin lugar a dudas, debido al atractivo de actores más conocidos para el gran público, caso del gran José Luis López Vázquez y de la entusiasta Carmen Sevilla, por entonces en la cresta de la ola.
Lo cierto es que el guion de Garci -en uno de sus primeros trabajos para la gran pantalla- se antoja lo suficientemente afilado y mordaz como para desplegar y retener un sabor amargo, no exento de soberanas dosis de humor negro, a lo largo de la triste historia que acompaña al personaje interpretado por aquel, alto cargo de una empresa que convive, cuida y profesa admiración al maniquí de una mujer en su domicilio, hasta que la desafortunada (o más bien maltratada sin ambages, desde el ámbito sentimental al laboral) a quien encarna Sevilla encuentra un filón en este extravagante secreto inconfesable, de cara no ya a sacar tajada económica, sino tan solo a encontrar un nuevo hogar en el que alojarse junto a su pequeña hija.

Complemento perfecto a la anterior, No es bueno que el hombre esté solo, amén de resultar bastante elocuente solo con la lectura de su título, al parecer extraído de la Biblia, Génesis 2:18 -y no haremos hincapié en la posición que alberga la figura de la mujer en su seno, en efecto fruto de su tiempo pero entristecedora y cabreante, al fin y al cabo, para el espectador de hoy-, ostenta otra serie de valores cinematográficos, sobre todo en lo concerniente a matices del texto que la elevan como propuesta anómala y chocante para con lo (bien) establecido, y que Olea sabe poner en vigor merced a una puesta en escena sencilla pero plenamente efectiva; así que, sin duda, merece ser revisada aun teniendo en consideración lo anterior. Presentada con el audio original en castellano y una imagen algo peor conservada que la de la anterior, se ofrecen aquí como extras Anabel (1964), cortometraje del segundo año en la OEC de su director, además de otra entrevista al mismo y una extensa charla con Máximo Valverde, actor secundario en esta pero con un papel predominante.
En el siguiente clip pueden verse los detalles de la edición… más una sorpresa al final:

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