La nueva obra de Alex Garland supone la última gran apuesta comercial por parte del sello A24, sin duda nuevo portavoz del mainstream cinematográfico que nace de Estados Unidos. Precisamente en el centro neurálgico de este país se desarrolla la trama de Civil War, concebida como una cinta de ciencia ficción pero que plantea una hipótesis que, con el paso del tiempo, cobra mayor vida a tenor del creciente clima de tensión y enfrentamiento instaurados en la sociedad USA, y que tuvo su punto álgido en el asalto al Capitolio en el arranque del año 2021. Dedicamos unas palabras a esta cinta de estreno, tan ruidosa e inmersiva en su apartado audiovisual como inerte en su contenido.

País: EE.UU., Reino Unido
Año: 2024
Estreno: 19-4-2024
Duración: 109 min.
Director: Alex Garland
Guion: Alex Garland
Fotografía: Rob Hardy
Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury
Intérpretes: Kirsten Dunst, Wagner Moura, Cailee Spaeny, Stephen McKinley Henderson, Nick Offerman
Género: ciencia ficción bélica
Productora: A24, DNA Films, IPR.VC
GUERRA VACÍA
El ataque e invasión al Capitolio estadounidense que se produjo el 6 de enero de 2021, por parte de ciudadanos organizados en grupos afines a la extrema derecha yanqui sentó, sin duda, un precedente en aquella sociedad. Además de evidenciar su escaso espíritu democrático y elemental fanatismo, toda vez radicalizados en su seno merced a la burda manipulación promovida en redes sociales como X, donde su proclamado líder, y entonces presidente saliente, campa a sus anchas proclamando soflamas incendiarias al amparo de la libertad de expresión (para mayor regocijo y negligente sustento de los mismos), el lamentable episodio ha servido para enfrentar, aún más, a una población ya de por sí polarizada, trayendo a la memoria luchas acaecidas hace casi dos siglos en aquellas tierras, impensables en la era moderna…
O no. Porque el prestigioso Alex Garland recoge el guante de semejante realidad nefasta para idear una nueva guerra a colación, con su centro neurálgico situado exactamente en el lugar antes citado, que se dispara con la fuerza letal inherente a la tecnología armamentística actual, y protagonizada por grupos militares perfectamente ensamblados y que se rebelan contra ese poder establecido, ante una coyuntura de aparente opresión que degenera en enfrentamiento. Suscribo ese adjetivo de cariz hipotético: el realizador británico, asimismo guionista, no brinda ninguna explicación a la trama, sencillamente sitúa al espectador in media res de manera, sí, efectiva, pero sin que comprenda los términos del conflicto. Tampoco se ocupa de ello en lo sucesivo, dejándonos a solas con un grupo de reporteros de guerra que ejercerán de testigos mudos en mitad de la barbarie, con la única meta de llegar hasta el presidente de EE.UU. para “entrevistarle”. Así, siguiendo esta línea de parquedad discursiva, no llegamos a conocerlos -más allá del fiel retrato en su ejercicio de una temeraria, manifiestamente enfermiza, pulsión por la captura del documento gráfico de cariz escabroso-, por lo que el grado de empatía que podemos llegar a sentir se reduce a la mínima esencia, toda vez avisados, además, de que cualquier bala cruzada puede acabar con ellos desangrándose en el suelo en cualquier instante.

Pero lo que de verdad termina por arruinar la propuesta son esos momentos de transición donde aquel se empeña en embellecer el retrato de sus protagonistas; no son sus conversaciones, que se revelan improductivas y que ni siquiera simulan una preocupación, sino esos episodios de tránsito donde hay tiempo para una composición fotográfica llamativa, o pretendidamente bonita y preciosista sin ambages. ¿Acaso hay espacio para el decoro en el corazón del exterminio? Una cuestión que se ve reforzada, en un sentido muy similar, por la elección de los temas musicales de acompañamiento: los atractivos pulsos electrónico-rockeros con que abren los pioneros Silver Apples, o el muy loable despecho natural que irradia Suicide, se antojan inmejorables motores del ritmo, incluso de uno particularmente movido, como parece proceder en una narración de esta índole; sin embargo, insertados aquí, y en conjunción con el cariz maniqueo que desprenden las imágenes, dan la impresión de ejercer una función de mero adorno estético, lo que redunda en el tono de impostura general que preside la cinta, más molesto aún por cuanto la cuestión abordada simula un enorme realismo y sensación de proximidad.

Lo que queda, pues, es el loable trabajo de puesta en escena, que depara alguno de los enfrentamientos armados cuerpo a cuerpo y a ras de suelo más escalofriantes del cine reciente (en un meritorio trabajo de los operadores de cámara), apuntalado por un diseño de la pista de sonido que, merced a su abultado volumen, acrecienta la temible inmersión en que se embarca el respetable, así como algunas escenas de tensión extrema, donde la balanza entre la vida y la muerte queda a merced de alguien que dejó de ser humano para convertirse en un autómata armado -véase la escalofriante escena protagonizada por Jesse Plemons-. El resto, lamentablemente, se erige en un envoltorio vacío y, se supone, imparcial, pero que a la postre se demuestra manipulador, gratuitamente provocador y, lo que es peor, tremendamente inane a su término, incapaz de trasladar cualquier lectura parabólica que pudiera (y, desde luego, debiera, dada la gravedad de los hechos) desprenderse de la violenta amenaza que se manifestó hace ahora tres años. La ficción ha de mantener siempre un compromiso; de lo contrario, se convierte en un juguete roto y cuasi cómplice con aquellos que enarbolaron, sin pudor ni el suficiente castigo, la bandera de la afrenta pública en Prime Time al mundo entero.


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