Presentada en el pasado festival de Cannes apenas dos meses después de que Pobres criaturas, la película anterior de su director, Yorgos Lanthimos, cosechara una generosa ración de premios Oscar, Kinds of Kindness supone un punto y aparte en la particular guía de estilo del cineasta griego. Buena parte de culpa en esta suerte de retorno a las raíces del bisturí social y el humor negro, aparentemente absurdo pero cáustico hasta el dolor, se debe a su reunión con el guionista Efthymis Filippou, y apoyándose, asimismo, en una brillante pléyade de actores que participan, con distintos roles, en los tres segmentos que componen la obra, logra transmitir un retrato coral de desamparo emocional tan inteligente como incómodo y bien ensamblado.

País: Irlanda, Reino Unido, EE.UU., Grecia
Año: 2024
Estreno: 28-6-2024
Duración: 164 min.
Director: Yorgos Lanthimos
Guion: Yorgos Lanthimos, Efthymis Filippou
Fotografía: Robbie Ryan
Música: Jerskin Fendrix
Intérpretes: Jesse Plemons, Emma Stone, Willem Dafoe, Margaret Qualley, Hong Chau, Mamoudou Athie
Género: falsa comedia de disección emocional
Productora: Element Pictures, Film4, Searchlight Pictures
TRIÁNGULO DE DEPENDENCIA FATÍDICO-EMOCIONAL
A muchos les habrá pillado desprevenidos el estreno de Kinds of Kindness. No parecía haber pasado suficiente tiempo para terminar de asimilar las cuatro estatuillas que Pobres criaturas (2023) había cosechado en los Oscar cuando, sin previo aviso -para el común de los mortales, se entiende-, el realizador Yorgos Lanthimos se presenta con un nuevo filme bajo el brazo. Perfectamente rematado y a tiempo para competir, incluso, en la última edición del festival de Cannes, celebrada en mayo de este año. Ahora nos toca el turno del correspondiente disfrute a ese resto de cinefilia no ilustrada, cuando ha llegado a salas españolas.
Tómese, no obstante, con comillas, la alusión al verbo disfrutar. Con varias comillas, de hecho. Si alguien fuera capaz de deleitarse con las imágenes que se atreve a componer aquí el realizador de origen griego, de regodearse en su butaca interiorizando el humor negro zafiro que denotan hasta el punto de granjearle una carcajada, quizá debería tomar nota y acudir, recomendado, al loquero más próximo de la localidad. O no. Acaso solo esté asumiendo con valiente complicidad el diabólico juego, tan entretenido como mordaz, incisivo como chocante para con el comentario que planea sobre la tríada de relatos que componen su última obra; ejercicio radical de autoría que le devuelve al cine provocador de sus orígenes: desatado, irreverente, cáustico, puro, en fin, en su expresión, de la mano del que otrora fuera su guionista-cómplice, Efthymis Filippou, con quien vuelve a colaborar desde El sacrificio de un ciervo sagrado (2017).

Tres segmentos hilados (es un decir) por la misteriosa figura que responde a las iniciales de “R.M.F” (Yorgos Stefanakos), quien se encarga de abrir la cinta -de manera impecable y dando pistas del metaenrredo al que va a someternos el bueno de Yorgos durante los 165 minutos siguientes: aparca y baja de un coche en el que se escuchaba el elocuente mantra musical de los Eurythmics “Sweet Dreams (Are Made of This)”, en rigurosa prolongación diegética de los títulos de crédito de apertura-, y cuyo aciago destino se anuncia desde el mismo título que preside el primero de ellos. Y todos protagonizados por el mismo conjunto de actores actorazos, con especial preeminencia para Jesse Plemons, Emma Stone (musa confirmada del cineasta) y Willem Dafoe, sin desmerecer la importancia que ostentan Margaret Qualley, Hong Chau y Mamoudou Athie en sus respectivos papeles. Empero, sus personajes son siempre diferentes en cada capítulo, lo que brinda una idea genial acerca de la familiaridad que en realidad es falsa, pero que permite establecer conexiones, vínculos y posibles derivadas en torno a toda esta pléyade de sumos desgraciados, caracteres a cada cual más odioso e ininteligible, y sin embargo fieles practicantes de una fe inquebrantable en sus, a menudo, absurdas acciones.
No obstante, el marco verdadero en que se alojan estas (de verdad) pobres criaturas no es otro que el de una ruinosa dependencia emocional. El motor que mueve buena parte de nuestras vidas, esa empatía con el prójimo que puede llegar hasta el punto extremo del amor incondicional que se profesa a una pareja con la que convivir el resto de nuestros días, se rompe aquí en añicos para sacar a relucir las fatales consecuencias que semejante condición, inherentemente humana, acarrea. Y la feliz pareja (creativa) que supone Lanthimos-Filippou lo asevera y, a la vez, refuta y cuestiona con su procaz inteligencia habitual desde un inmaculado triángulo laboral, sentimental y religioso.

Así, Plemons abandona su propia razón e independencia para obedece a rajatabla los dictados de su jefe, Dafoe, aunque estos consistan en reírse de su delgadez o golpear el vehículo de otro… Cada vez más fuerte. O haga que aquel mismo dude de la autenticidad del cuerpo de su esposa, Stone, tras regresar esta de una expedición científica que la ha mantenido desaparecida un tiempo, de manera que la voraz apetencia sexual (compartida con otra pareja) desaparezca en favor de una paranoia bastante explícita. Y que ambos se unan, en el último de los relatos, en búsqueda y captura de un alma gemela con poderes resucitadores, de cara a iluminar la secta comandada por Dafoe que solo atiende a los no contaminados (por el agua) (sic).

La cinta está repleta de diálogos que se descocan progresivamente hasta superar su naturaleza hilarante, pronunciados con fruición cómplice y fría distinción por parte de un conjunto de intérpretes que demuestra estar en estado de gracia, sin el cual este enrevesado, violento y anticómico juego de (des)enmascaramiento no podría tener el mismo efecto chocante sobre el espectador. Y para su retrato visual, el director vuelve a recurrir a Robbie Ryan, quien de nuevo hace uso del formato panorámico y los grandes angulares a través de lentes anamórficas para capturar al grupo en su más amplia dimensión y sonsacar, de este modo, su esencia, ya sea en planos cerrados de interior, o en las más habituales tomas de exterior por las calles de Nueva Orleans (ejecución de virtuosismo mediante alguna secuencia automovilística incluida), así como apuntalar pesadillas clarividentes en un ilustrativo blanco y negro. Todo ello con un ánimo lo más naturalista posible, sin necesidad de distorsionar el foco con efectos llamativos como el del ojo de pez que emplease con recurrencia en la anterior película, pero sí con un aporte de colorido extra (visible en el vestuario, los decorados o el diseño de los créditos) que, sobre todo, afirma y redunda en un afán esteticista antes que en un uso narrativo propiamente dicho.

No quisiera terminar imaginando que el lector que no haya visto la película se vaya con la sensación de que se encuentra ante un artefacto de todo punto irreverente o, por decirlo de otro modo, falto de gravedad. No es así. Tanto no lo es que aquellos instantes críticos (que no son pocos), esas secuencias que revelan lo irreparable de los actos-espasmos con que se conduce esta troupe de desalmados, se resalta de modo acorde merced a los pasajes de cuerda y coros compuestos por Jerskin Fendrix, quien también repite con el director tras Poor Things (y volverá a hacerlo en la siguiente, Bugonia), logrando despertar una sensación de acongoje real y palpable que se revela más demoledora por cuanto se origina en el absurdo.
Kinds of Kindness solo viene a confirmar que las raíces cultas y naturalmente provocadoras de Yorgos Lanthimos, aquellas que enuncian ideas menos proclives a la lectura racional o que no se vehiculan a partir de diatribas más elementales (véase el antecitado título), pueden emerger de lo más hondo de su subsconsciente en cualquier momento, dispuestas a destaparse sin cortapisas y con el pedal de freno arrancado de cuajo. Incluso al amparo del territorio yanqui y en connivencia con algunas de sus máximas figuras.

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