Crítica de Vermiglio, de Maura Delpero

Este fin de semana ha llegado a la cartelera española Vermiglio, segundo largometraje dirigido por la italiana Maura Delpero. Una sencilla historia sobre la vida rural en una pequeña población de los Alpes italianos que transcurre a finales de la Segunda Guerra Mundial, pero cuya precisa (y preciosa) ejecución cinematográfica la convierten en una auténtica obra de arte que continúa la provechosa corriente del nuovo cinema italiano desarrollada durante los tres últimos lustros.

Póster de Vermiglio

País: Italia, Francia, Bélgica, EE.UU.
Año: 2024
Estreno: 14-2-2025
Duración: 119 min.
Director: Maura Delpero
Guion: Maura Delpero
Fotografía: Mikhail Krichman
Música: Matteo Franceschini
Intérpretes: Tomasso Ragno, Giuseppe De Domenico, Martina Scrinzi, Roberta Rovelli, Rachele Potrich, Carlotta Gamba
Género: drama rural
Productora: Cinedora, Charades, Versus Production, Rai Cinema

 

LA ÚLTIMA JOYA DEL NUOVO CINEMA ITALIANO

Las imágenes que compone la italiana Maura Delpero para su segundo largometraje me recuerdan a aquellas que nutrían Le Quattro Volte (Michelangelo Frammartino, 2010), también a Bella e perduta (Pietro Marcello, 2015), o más recientemente a La quimera (Alice Rohrwacher, 2023). Todas forman parte de una estimulante corriente de cine hecho en Italia que, aun nutriéndose del neorrealismo de los años cincuenta, es capaz de insuflar una mirada moderna a la vida rural, sus conflictos y las particulares derivas que puede ofrecer, a veces desperdigando por el camino una leve dosis de surrealismo. Aun así, urge remarcar que el título que nos ocupa se distancia de cualquier clase de nostalgia y del espíritu independiente de las anteriores –se trata de una coproducción entre cuatro países, proveniendo los fondos principales de Italia y Francia–, pero no por ello resulta menos bella en su resultado. 

Los Alpes nevados en Vermiglio

Viajamos a Vermiglio, un pueblo de la región de Trentino situado en plenos Alpes italianos, en el momento en que la Segunda Guerra Mundial está tocando a su fin. Y lo hacemos para acompañar a una familia (muy) numerosa, la de los Graziadei (traducido “por la gracia de Dios”), con la cabeza visible del viejo padre, Cesare, el maestro de la escuela y la persona más culta del lugar. El guion, también firmado por Delpero, da apuntes en torno a la condición férrea del patriarcado, pero no es la idea principal y, en todo caso, está inserta en el austero retrato de un colectivo que tiene la encomienda de procrear como uno de sus escasos modos de supervivencia, toda vez inmerso en un tiempo y espacio hostiles, pese a la extraordinaria –por inasumible– belleza exterior que le rodea.

Vermiglio ofrece bastante diálogo, que sucede entre las vetustas paredes de la estancia donde convive una profusa y curiosa prole. Pero es un filme de silencios y cocinado a fuego lento. De instantáneas dotadas de una conmovedora belleza que se clavan en la retina del espectador envueltas en una suerte de halo neblinoso que traspasa la pantalla. Donde los susurros asoman entre las sábanas por parte de los más pequeños para lanzar preguntas de difícil respuesta a sus hermanos mayores; o cuando el hallazgo de ese milagro de la existencia denominado sexualidad yace escondido tras la puerta del armario situado en la esquina de una habitación, se sirve de la noble caricia que brinda una pluma o, simplemente, se relega al fuera de plano para asumir todas sus consecuencias. 

Las palabras se susurran en Vermiglio

Y es que la elipsis se erige como una de las figuras narrativas primordiales para Delpero, porque en este pueblo parece importar más la (falsa) compostura que la verdad que motiva el alma de sus personajes. Incluso ni aunque ellos mismos sean conscientes. Por eso la llegada de un soldado desertor no es bien recibida en su seno; miradas de displicencia que rechaza la hija mayor del grupo, quien ya superó esa etapa de descubrimiento en la que ahora sus hermanas pequeñas se ven inmersas para tomar su propia determinación y camino vital. 

Sentimientos aparte, urge destacar dos aspectos técnicos que fundamentan el visionado de esta preciosa película. De un lado, su formidable fotografía, válida en sí misma considerada a la hora de ocuparse en retratar la inmensidad de las montañas alpinas donde se enmarca este sencillo relato, pero que inserta en un remoto drama rural de estas características eleva su condición a obra de arte, destacando especialmente la luz y la forma como se cuela a través de las rendijas de la vivienda para iluminar los secretos de la humanidad que en ella se cobija. Del otro, la música, repleta de compositores clásicos e introduciéndose la mayoría de sus pasajes en modo diegético, para pasar a entrelazarse rápidamente con el plano mediante la colección de discos de pizarra que atesora el profesor y generar, de este modo, una realista y pulsante melodía del ambiente. 

Martina Scrinzi es Lucia Graziadei en Vermiglio

A este último respecto, resuena con particular fuerza “Las Cuatro Estaciones” de Vivaldi, en concreto los pasajes que anuncian el advenimiento de la primavera, capaces de remover airosa y momentáneamente la vida en derredor, para volver a someterla a la contreñida ley del lugar acto seguido. La procelosa calma de la vida alpina. 


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