Crítica de The Visitor, de Bruce LaBruce

El 16 de mayo se estrena en Filmin la última obra del controvertido cineasta canadiense Bruce LaBruce: The Visitor. Una película pornográfica sobre un inmigrante negro que llega a la costa de Londres y, tras llamar a la puerta de una familia rica en busca de trabajo, seduce a cada uno de sus miembros con la herramienta más potente a su alcance: el sexo explícito. Filmada con mimo extremo y un deslumbrante acabado formal, este remake no encubierto de Teorema, de Pier Paolo Pasolini, batalla a través de agresivos ritmos electrónicos contra el establishment y la heteronormatividad que rigen la sociedad del siglo XXI, actualizando, de este modo, el discurso original del director italiano que acabaría con su muerte por apaleamiento.

Poster for The Visitor, a Bruce LaBruce film

EL DISCRETO ENCANTO CARNAL DE LA BURGUESÍA

Bruce LaBruce, para el lector desinformado, es uno de los referentes de la escena queercore, un movimiento sociocultural surgido a mediados de los ochenta en Estados Unidos, de tinte radical, que rechazaba los roles tradicionales de identidad de género y asumía que la homofobia solo podía combatirse desde una actitud punk –nace, de hecho, ligado a ciertas bandas de esta corriente musical, también política, específicamente a los colectivos de personas que comenzaban a formar la comunidad LGTBQ+…–. Se trata, por tanto, de un personaje, más que polémico, esencialmente underground, cuya ausencia de fama se ha granjeado a partir de su casi cincuentena de trabajos en el mundo del corto y el largometraje (amén de sus artículos periodísticos, ensayos y libros) desde finales de los años ochenta.

The Visitor es su más reciente atrevimiento fílmico. Estrenado en un ciruito de festivales independientes durante el año pasado –excepción hecha de la Berlinale–, acaba de ser editado en Blu-ray en EE.UU., y va a estrenarse dentro de tres semanas en la plataforma Filmin. El sexagenario director de Ontario ha ido puliendo su pasional forma de expresión a través de las imágenes y, así, la textura de vídeo casero presente en Hustler White (1996) o The Raspberry Reich (2004), dos de sus obras más conocidas, ha dado paso a composiciones cinematográficas más cuidadas, caso de Gerontophilia(2013) o Saint-Narcisse (2020). Pero esta evolución formal no va pareja a la radicalidad inherente a su discurso, que se opone con rotundidad a pisar el freno, como resulta plenamente visible en la que nos ocupa.

the-visitor-immigrant

Producida por el colectivo artístico afincado en Londres A/Political, la acción de la cinta se traslada a la capital de Inglaterra como una primera declaración de intenciones: demoler el discurso neofascista, también presente en ese país, relativo al veto a la inmigración, como subraya la voz en off que ejerce de banda sonora a la irrupción, desde el interior de una maleta, de un migrante afrodescendiente en cueros (para asombro de un sintecho amigo de una botella). Está interpretado por Bishop Black (un reconocido rostro dentro de la esfera del porno ético), y es el único actor con experiencia dentro de un reparto de no profesionales, seleccionados, no obstante, como visibles representantes de ciertos roles de género –de forma predominante, gay y transgénero–, quienes dan vida a los miembros de una familia indecentemente rica. A su puerta llama aquel extraño en busca de trabajo, y pronto se gana la complicidad del mayordomo, a quien propone servir de una nueva manera a sus responsables: como buen vino tinto, orina mezclada con sangre, y como primer plato, heces en forma de filete; todos los anteriores fluidos nacientes de su cuerpo. La sutileza no es el alimento de Bruce LaBruce. Pero no inventa nada: esta última alusión coprofágica referencia, directamente, a uno de sus héroes: Pier Paolo Pasolini; en concreto, claro está, a su última realización antes de ser apaleado hasta la muerte por un grupo de fascistas molestos por su obra y condición sexual (da igual el orden) en las inmediaciones de Roma: Saló o los 120 días de Sodoma (1975).

the-visitor-family-values

Y a nada que continuemos presenciando la progresiva seducción que ejerce el extranjero sobre cada uno de los integrantes (madre, padre, hija e hijo), a través de un explícito sometimiento sexual que acarrea no solo el máximo disfrute de cada uno de ellos, sino que promueve la liberación mental que les hace percatarse de su anquilosada realidad y cambiarla a raíz de la experiencia, nos daremos cuenta de que esta historia ya la hemos presenciado con anterioridad. En efecto, The Visitor es un evidente remake de Teorema, otra de las cintas más estimables del citado cineasta italiano, donde ya se abordaba, de manera igual de precisa que contundente, el poder del sexo como elemento de derribo de barreras socioculturales; como lanza de punta transformadora de una sociedad que todavía tenía mucho que aprender, y que, lamentablemente, aún sigue reteniendo demasiadas carencias y prejuicios en su seno, no poco movidos por la inquebranteable fe religiosa (aquí violentamente quebrantada en el uso de su iconografía como objeto de placer). 

the-visitor-baptism

LaBruce actualiza el contexto y, así, transforma el discurso –lo homosexual por lo queer, que no se encontraba ni en fase embrionaria por aquel entonces–, y junto a él, también la forma de abordarlo: sexualidad algo más que sugerida (Pasolini fue, sin duda, un adelantado al tiempo que le tocó vivir) por pornografía. Pero no una cualquiera, sino la vertiente más artística de las (muchas) variantes existentes, y sirviéndose de la misma como expresión última de la sinceridad del cuerpo, de la sexualidad, si bien profunda y explícita, entendida como mecanismo de afección y goce antirepresivo.

Lo mejor de la película, más allá de su loable discurso –que, en cualquier caso, espantará a la mayoría, falta de una educación sexual alejada del dogma heteronormativo–, radica en su festiva, pulsante y acertada mezcla de ritmos electrónicos (obra de Hannah Holland) y colorida puesta en escena, que utiliza recursos de plano partido –siempre con el mismo código de colores: natural, marrón, amarillo y rojo–, una agresiva fotografía de tintes neón –sobre todo en rojo y azul– para las escenas de sexo y la constante sobreimpresión de mensajes de indisimulado corte político (y afán socarrón) durante estas, siendo uno de los más elocuentes el de “El discreto encanto carnal de la burguesía”, en evidente guiño a otro de los maestros sobre el altar de esta obra y, por ende, de los mejores transgresores que ha legado la historia del séptimo arte: Luis Buñuel.

the-visitor-government-fuck

El lector familiarizado con la segunda de las obras de Pasolini citadas sabrá, de sobra, cómo termina este cuento de perversión en torno a la acomodaticia sociedad del bienestar. La versión actual firmada por el realizador canadiense repite situaciones, planos y el destino de los personajes de la ficción guionizada por su ídolo, amplificando, si cabe, la radicalidad del gesto y su sentido prosaico a costa de rebajar el simbólico, decidido a mostrar sin tapujos el sexo como arma pacificadora de un espíritu corrupto y opacado, postrado, en fin, ante la sociedad capitalista y de pose que rige el primer mundo. La revolución
 diversificación sexual sigue siendo posible, y acaso sea más necesaria que nunca, por chocante que parezca, en pleno siglo XXI. Sigamos el consejo del extraterrestre de Bruce. Hagamos más el amor y menos la guerra. Pero, sobre todo: no tengamos miedo a recibirlo. Ni tampoco a mostrarlo.


Descubre más desde Doble Kulto Cinema

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

, , ,