Crítica de The Smashing Machine, de Benny Safdie

Benny Safdie se estrena en solitario en el largometraje con The Smashing Machine, después de haber entregado en conjunto con su hermano Josh algunas joyas del cine neoyorquino de los últimos años, caso de Good Time (2017) y Uncut Gems (2019). Centrada en la figura del luchador de artes marciales mixtas Mark Kerr, ganador dos veces del título de la UFC, la película supone un sublime ejercicio de praxis cinematográfica antes que un relato memorable en torno al ascenso y la caída de este personaje, tan exitoso en su terreno deportivo como conflictivo en el espacio personal.

Póster de The Smashing Machine, dirigida por Benny Safdie

País: Estados Unidos, Japón, Canadá
Año: 2025
Estreno: 3-10-2025
Duración: 123 min.
Director: Benny Safdie
Guion: Benny Safdie
Fotografía: Maceo Bishop
Música: Nala Sinephro
Intérpretes: Dwayne Johnson, Emily Blunt, Ryan Bader, Bas Rutten, Andre Tricoteux
Género: deporte extremo y lucha familiar
Productora: A24, Magnetic Fields Entertainment, Out for the Count

 

PELEAR PARA VIVIR

The Smashing Machine, que toma prestado su título del documental para la HBO dirigido por John Hyams en 2002, se abre con unas palabras de Mark Kerr ya bajo la piel de Dwayne Johnson, el hercúleo actor y exitoso expeleador de lucha libre conocido como “The Rock”, quien interpreta a uno de los pioneros de la UFC (artes marciales mixtas), dos veces campeón del torneo entre finales de los noventa y el año 2000. Logran llamar la atención no por lo que dicen –no se puede esperar de los participantes en este tipo de competiciones deportivas extremas que reciten poesía, salvo que el espectador la entienda como una evaluación del nivel de testosterona en pantalla–, sino por su peculiar envoltorio. Por su apariencia granulada, parecen estar filmadas con cámaras de vídeo y emitidas en esa misma definición, lo que supone apenas un cuarto del número de líneas verticales frente al Full HD con el que convivimos actualmente en la emisión estándar.

Una imagen de The Smashing Machine, dirigida por Benny Safdie

La realidad es que el director, Benny Safdie, quien aquí dirige su primer largometraje sin la compañía de su hermano Joshua –que ha hecho lo propio en Marty Supreme, de próximo estreno; juntos han confeccionado maravillas recientes como Good Time (2014) o Uncut Gems (2019)–, es un experimentador nato, y así lo ha querido demostrar en su estreno en solitario. Y es que, para su rodaje, ha empleado hasta tres tipos de cámaras diferentes. Por un lado, una de vídeo para filmar escenas como la descrita, así como las que acontecen durante la violenta competición (lo que les aporta una textura harto extraña, tras someterlas a un proceso técnico de upscale y downscale por diversos medios y despojarlas del grano natural que se deriva de filmaciones de tan bajo presupuesto). Por otro, la mayoría del metraje ha sido capturado en 16mm, a su vez un negativo de pequeñas dimensiones y que, también sobreescalado para cumplir con los estándares de exhibición modernos, desprende un aroma retro que traslada el sudor y la presión de la alta competición al ámbito doméstico, donde el protagonista mantiene una tensa relación con su novia. Por último, para la escena final, donde aparece el verdadero Kerr en la actualidad mientras realiza la compra en un supermercado, Safdie tomó en mano una pesada cámara IMAX e hizo un zoom manual para retratarlo, cuestión que, según asegura, nadie había llevado a cabo hasta el momento.

Dwayne Johnson como Mark Kerr en The Smashing Machine, dirigida por Benny Safdie

Dejando a un lado el (muy valioso) apartado técnico, la historia es sencilla y no tiene demasiado recorrido, pese a su brillante puesta en escena. El libreto, asimismo firmado por Benny, recoge el testigo de títulos emblemáticos a la hora de relatar el ascenso y caída de mitos deportivos, caso del púgil Jake La Motta en Toro salvaje (1980), reflejando la tortuosa vida doméstica que queda detrás de tanto guantazo sobre el cuerpo (y la mente). Sumando al explosivo cóctel la adicción a los analgésicos y opioides como forma de aminorar tanto dolor inflingido sobre los músculos de semejante mole, disponemos del papel de su pareja Dawn (Emily Blunt), a quien se retrata como una mujer obcecada en paliar, a su vez, la evidente fragilidad del cuerpo tan robusto que quiere abrazar, cuyo espacio ocupa la mayor parte del plano. Pero a duras penas lo logra, y aun así se empeña en insistir, con el consiguiente riesgo para su propia salud mental. Las convincentes interpretaciones de ambos en su interacción sostienen el sucio realismo de la propuesta, que se torna aún más incómoda en estos tramos de interior que en los que acontecen delante del público, toda vez nos enfrentamos a sus constantes y temperamentales discusiones, en no pocas ocasiones al límite de traspasar el umbral de la cordura.

Decíamos, en cualquier caso, que el director gusta de ensayar en sus productos, de realizar probaturas por muy extravagantes que puedan parecer en primera instancia (algo que, persolmente, agradezco en esta época de adocenamiento creativo que padecemos dentro del audiovisual contemporáneo, sobre todo al que tenemos acceso en los grandes multicines). Pues bien, esto también se traslada y es bien patente en el apartado sonoro. Más allá del diseño y el montaje de sonido propios de un filme de estas características, donde la cámara sondea, primero, los aledaños del 
ring para, finalmente, arrojarse sin tapujos dentro del mismo y convivir así con los luchadores, lo chocante proviene de la banda sonora escogida para ilustrar estos últimos momentos. 

Dwayne Johnson y Emily Blunt en The Smashing Machine, dirigida por Benny Safdie

La compositora belga, y residente en Londres, Nala Sinephro, que cuenta en su haber con dos maravillosos discos de jazz moderno bañados en deliciosos apuntes electrónicos (no por casualidad están editados en el icónico sello Warp Records), no traiciona su línea sonora habitual a la hora de enfrentarse a un relato que exuda violencia, situándose así, a priori, en las antípodas de la corriente calmosa que emana de aquella. En efecto, ver cómo la sangre salpica sobre los cuerpos de los contendientes, fruto de los brutales puñetazos y patadas que se propinan, mientras suena de fondo un ligero y melódico ambient jazz, puede causar cierto estupor. Pero funciona por (vanguardista) contraste. 

Y es ahí donde encuentra su gran virtud este filme. En las intrínsecas contradicciones que se descargan (antes que ofrecen) sobre el espectador, sin que este tenga tiempo ni siquiera para reaccionar. The Smashing Machine es un ejercicio de adrenalina contenida, desprendida en forma de estrato sólido que se encuentra en un constante punto de ebullición. Una visualización abrupta –se diría que feísta, en extensión del propio cuerpo protagonista, que ejerce de metanarrador– de un interior convulso e imposible, por su propia condición física, de contener e incluso asumir en movimiento, cuya expresión singular únicamente puede manifestarse encima de un cuadrilátero. Un espacio donde puede que no haya mucho sobre lo que reflexionar, pero cuya sola acción de mirarlo genera una suerte de amorfa adicción incluso para el menos ducho en el asunto.

Dwayne Johnson en The Smashing Machine

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