«Bugonia» es un vocablo griego que refiere a una suerte de mito en el que el sacrificio de un buey engendraría nueva vida en forma de abejas. El radical y único Yorgos Lánthimos usa ese punto de partida a la hora de realizar un remake de la cinta surcoreana Save the Green Planet! (dirigida por Jang Joon-hwan en el 2003), donde se abordaba una feroz visión ecologista en torno a las peligrosas derivas de nuestro planeta. Pero el cineasta griego siempre depara sorpresas, y su afilado bisturí de (ciencia) ficción no deja títere con cabeza en esta satírica aproximación a la merma de nuestros derechos como pequeños seres invertebrados, contribuyentes de un mundo despiadado. Jesse Plemons y Emma Stone tienen mucho que decir al respecto.

País: Irlanda, Reino Unido, Canadá, EE.UU., Corea del Sur
Año: 2025
Estreno: 7-11-2025
Duración: 118 min.
Director: Yorgos Lánthimos
Guion: Will Tracy
Fotografía: Robbie Ryan
Música: Jerskin Fendrix
Intérpretes: Jesse Plemons, Emma Stone, Aidan Delbis
Género: sátira de ciencia ficción
Productora: Focus Pictures, Fremantle, Element Pictures
LA VERDAD SIEMPRE HA ESTADO AHÍ FUERA
“Bugonia” es una palabra griega que se compone a partir de “buey” y “creación”, y responde a una antigua creencia –relatada por el poeta romano Virgilio en el libro IV de las Géorgicas– en la que, a partir del sacrificio de ese animal, nacería de manera espontánea un enjambre de abejas. Así, la muerte engendraría a la vida, en un ciclo infinito que llega hasta nuestros días… bajo un futuro de honda incertidumbre. No es la única fuente de la que bebe el cineasta Yorgos Lánthimos para poner en marcha su nueva cinta, titulada justamente así, dado que se trata de un remake confeso de la surcoreana Salvar el planeta tierra (Jang Joon-hwan, 2003), donde los pequeños animales invertebrados también toman protagonismo, si bien la derivada ecologista ya es bien patente, acorde al tiempo presente.

Entonces, ¿qué grado de originalidad puede aducirse a Bugonia (la película)? Aquel que conozca mínimamente la obra de Lánthimos, sabrá que acabo de plantear una pregunta retórica. Para empezar, y a diferencia de aquella, el tema de las abejas es troncal y transita el relato circular de manera pertinente para con la metáfora social planteada. El protagonista (Jesse Plemons) es, de hecho, un apicultor, que manipula a un amigo con discapacidad intelectual (Aidan Delbis) para secuestrar a la presidenta de una empresa multinacional (Emma Stone), bajo la firme creencia de que en realidad se trata de un alienígena del planeta Andrómeda. Su objetivo no es otro que hacerla confesar, antes del inminente eclipse lunar de dentro de tres días, su plan de destrucción del planeta Tierra, que ya presenta síntomas preocupantes como la merma de la polinización.
Sí, apreciado lector: si usted aún no ha tenido la oportunidad de desplazarse a su cine más cercano, lo nuevo del inclasificable director mantiene las cotas de extrañeza (por decirlo suavamente) de Kinds of Kindness, solo que su narrativa no fragmentada y su presentación como aparente comedia de ciencia ficción la hacen algo más amable que la anterior, donde la abstracción del horror en que se subsume la sociedad moderna alcanzaba cotas menos inteligibles. Pues bien, en esta, a partir de un guion de Will Tracy y apoyado en la producción de Ari Aster –quien tuvo la idea de cambiar el género del personaje secuestrado– el griego despliega su arsenal más reconocido de humor azabache, inteligente simbolismo audiovisual y, sobre todo, una exacerbada explotación actoral (en el buen sentido del término) para comunicar, con precisión quirúrjica, el estado de paranoia y el permanente conato de rebelión con el que el hombre de a pie se ha visto obligado a convivir en la gran urbe de hoy.

Para expresar semejante grado de desafección social, que da pie a un comportamiento tirano y/o criminal, disponemos de los rostros –y los cuerpos– de Jesse Plemons y Emma Stone, que ejercen como auténticas criaturas interpretativas (y fetiches del director, a tenor de lo visto también en la antes referida). Sus personajes, ambivalentes a priori, se demuestran complementarios en su desarrollo, arrojados a la intemperie de un sótano inmundo, enfrentados con sumo poderío merced a sus violentos aspavientos, las muecas de desaprobación mutua y, sobre todo, el cruce de palabras envenenadas con la ira del caos que a duras penas asoma del exterior desde las ventanas tapiadas. Su interacción logra inundar la pantalla hasta el punto de que el espectador pierde el foco de lo que sucede en sus márgenes, subyugado ante la fuerza arrolladora de la terrorífica sátira que representan. Acaso pueda verse como una debilidad, pero lo cierto es que su animalidad escénica supone el corazón de este desaprensivo filme.
Aun así, la construcción visual de Lánthimos no escapa al detalle: solo hay que ver su presentación con el ratio de pantalla de 1:50 (uno de los formatos de exhibición de VistaVision, en el que ha sido en parte rodada), que posibilita el aprisionamiento de los personajes sin renegar de una cierta espacialidad, visible sobre todo en los planos generales de exteriores así como en los de interior, donde se refuerza su enfrentamiento en el espacio que comparten –véase la definitoria y lenguaraz escena de la comida en el salón superior–. Y su apoyo en la banda sonora vuelve a resultar esencial, con Jerskin Fendrix entregando en esta ocasión notas orquestales que se hinchan hasta un punto en el que solo cabe su explosión… Justo como las imágenes de Bugonia, cuando la única vía de salida que le queda al descontrolado buey es la de estallar. Para que su sangre sirva de nuevo a la vida. Aunque sea a la de verdad, que está ahí fuera.


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