El extraño caso de Angélica
Deja un comentarioenero 15, 2013 por Roberto García-Ochoa Peces
Posee El extraño caso de Angelica un halo mágico inconfundible, que sobrevuela a lo largo de todo su metraje; sensación nada espectacular sino radicada en la cotidianidad, observándose sencilla en apariencia y sin embargo demostrándose compleja en contenido. Algo así debe suponer la experiencia fílmica e incluso personal de su director, Manoel de Oliveira. De otra manera no se entiende que habiendo sobrepasado el centenario de su nacimiento continúe no ya haciendo nuevas películas -un hito por sí solo-, sino que siga realizándolas con la pasión y la vitalidad que caracteriza su ejemplar obra. De hecho, que en esta última aborde el tema de la muerte y lo sobrenatural no hace sino aumentar dicho supuesto, por la radical luminosidad que adopta en todos y cada uno de sus planos.
Se cuenta aquí la posibilidad de la resurrección. Del alma y de la fotografía. Ricardo Trepa (nieto del director) interpreta a un fotógrafo ensimismado al que se le encarga retratar a una bella mujer recién muerta (en una increíble recreación estática de Pilar López de Ayala), quien parece cobrar vida cuando éste le encuadra con su cámara. Pero solo para él, para sus adentros, lo que le lleva a caer en una progresiva espiral de locura amorosa, perdiendo para siempre el rumbo de su existencia. Al principio intenta escapar hacia lo terreno -cuando retrata a una serie de trabajadores del campo-, pero la convivencia con lo espiritual ya será irremediable y permanente, toda vez establecido el milagro de la resurrección, que anula cualquier clase de explicación racional o discernimiento materialista; un irremediable espaldarazo a lo cotidiano, por elevado o culto que resultase.
Siempre a partir de un elaborado y a la vez precioso sentido metafórico, Oliveira nos habla de la capacidad de la iluminación, del encuadre y del foco -bases fotográficas de las que se sirve nuestro protagonista a la hora de ejecutar su trabajo- para despertar una mirada apagada, y de cómo esa mirada puede levantarse y transformarse en movimiento, y convertirse así en una obsesión deambulante, en una suerte de espíritu trasparente pero tangible para aquél con la suficiente sensibilidad. He ahí la convivencia y posterior traslación de un medio a otro, del estatismo de la fotografía al movimiento de aquélla mediante la magia que solo el cine puede proporcionar.
Para ello, el veterano director portugués no renuncia a su habitual filmación extremadamente pausada, basada en tomas largas y encuadres fijos y cerrados en el interior de los cuales se deja a los personajes que expresen sin cortapisas temporales sus sensaciones. Se trata de un estilo donde prima una aparente sencillez, y que en realidad esconde un elaborado discurso cinematográfico que sirve para hablar de la vida y las relaciones humanas, siempre desde la naturalidad. Junto a este aparente realismo, coexisten contados pasajes fantásticos, muy cercanos al surrealismo y de aspecto ligeramente pesadillesco, que ayudan a aumentar la angustia vital del personaje principal, a reforzar su deseo inconsciente de huida del mundo que le rodea en pos de la consecución de su idílico amor; su brevedad -no son más que ligeras incisiones o vías de salida en el conjunto de una narración perfectamente ensamblada, tanto en lo visual como en lo discursivo- no es óbice para soslayar lo bello de su factura, en un blanco y negro con uso de transparencias que incrustan una ráfaga fantasmal sobre la imagen real.
El extraño caso de Angélica es una película diferente, un film fantástico alejado del efectismo, instaurado en la tranquila cotidianidad, y que se sirve de ella para elevar el sentido del más allá sobre las ataduras e imposibilidades materiales de todo cuanto nos rodea. También es un canto al amor y al poder de fascinación que la imagen imprime sobre nuestra (in)consciencia. Pero sobre todo es una demostración plausible de que el buen cine no envejece; basten la tranquilidad, la sencillez y la buena voluntad para dar forma a los temas que más importan.