The cabin in the woods

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enero 29, 2013 por Roberto García-Ochoa Peces

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LA OTRA CARA DEL TERROR (EN CLAVE DE CULTO)

Va camino de convertirse en la representación ideal de lo que supone una cinta de culto, condición que la define desde ya mismo. Conviven una tremenda dificultad para ser vista que está en relación directa con una suerte de malditismo que la acompaña desde la finalización de su producción, y que hace que se quede cogiendo polvo en un cajón de la productora durante años, moviéndose entonces entre distintas corporaciones hasta que finalmente un éxito posterior como Los vengadores acredite a su director Joss Whedon, aquí guionista y productor, para ser rescatada del ostracismo al que se había visto relegada. Este gancho comercial produce una fuerte sacudida de promoción inicial, como consecuencia de la cual se genera toda una campaña viral en internet que hace que su nombre suene aún con más fuerza, lo que no hace sino incrementar el hype por parte de los espectadores de todo el planeta. Por si fuera poco, hablamos de una cinta de terror con componentes extraños o ajenos al género, lo que termina por generar más ruido y curiosidad a su alrededor.

Así se ha conformado The cabin in the woods, una película que, tras muchas idas y venidas, tuvo preparada una fecha de estreno en nuestro país que posteriormente se anuló, aunque finalmente ha terminado estrenándose en salas e incluso antes en televisión (Canal+); asimismo será editada dentro del mercado doméstico. Otra muestra más de su singularidad. Los motivos que han derivado en esta suerte de túnel del terror de la exhibición nos son lo bastante opacos -además de que atañen a aspectos de la industria que se sitúan fuera del comentario en este ámbito, pero que bien merecerían un análisis en profundidad- como para atrevernos a conjeturar una causa, pero lo único cierto es que, de esta manera, el espectador amante del cine, ése al que no le importa gastarse 8 euros para ver una determinada película en las mejores condiciones posibles, ha tenido que esperar demasiado sin saber muy bien por qué, postergando innecesariamente el descubrimiento de esta auténtica joya; un verdadero descubrimiento para la comunidad cinéfila (en especial para el aficionado al cine de género) que, con todo, seguirá dando mucho que hablar en el futuro.

El graciosete del grupo, duro de pelar

El graciosete del grupo, duro de pelar

La película del debutante Drew Goddard se acoge a los cánones que han marcado el mercado del terror moderno de las últimas décadas, y en concreto su planteamiento situacional pretende ser un calco del de la mítica Posesión infernal (Sam Raimi, 1981), como principal y más claro referente. Sin embargo, esa referencialidad es usada a modo de juego burlesco, una manera de enfrentar al espectador a sus fobias o filias cinéfilas para, una vez asimiladas, reventarlas de la manera más imprevisible y audaz, dinamitando así los conceptos y prejuicios previamente concertados. La concreción de esta relectura se mueve en un terreno desprejuiciadamente cómico que le sirve a Whedon (verdadero artífice de la corrosiva e inteligente idea que envuelve al film) para acumular, bajo tierra, una nada desdeñable dosis de veneno dirigido hacia una sociedad cada vez más idiotizada -lo que propicia el aprovechamiento de los medios y de los políticos de turno-, preparando así su tremendo impulso posterior, que se escupirá desde las entrañas de lo desconocido y abominable para aniquilar, justamente, todo cuanto estuviera (falsamente) establecido, asumido por definición bajo el manto del conocimiento y la experiencia.

Es por ese camino prácticamente sin transitar por donde la cinta comienza a inspirar verdadero temor: a partir del comportamiento de sus criaturas más cercanas o semejantes a nosotros, y no al revés -de hecho estas últimas vienen a representar la explotación física de las primeras, a través de la figura hiperbólica, el único modo de exhibición posible en este marco-. Ya fuere por la estupidez supina de la que en ocasiones somos partícipes casi sin darnos cuenta, y que bien nos puede llevar a la ruina; o por la aparente naturalidad de unos personajes antinaturales per sé, debido a su terrible cotidianidad en el ejercicio de un poder inusitado, consabidamente perverso aunque increíblemente invertido hacia la diversión. Esas son las dos vertientes del arquetipo de ciudadano medio en la actualidad que finalmente confluirán en la narración, situados en la misma indefensión frente a una obra incontrolable y brutal; todo un revés para el acomodamiento de clases y la creencia en el estado del bienestar.

Juego de espejos

Juego de espejos

De todo lo anterior se sobreentiende una mezcla genérica que va mucho más allá del terror que sugiere el caparazón de The cabin in the woods. Que no obstante, e incidiendo en su aspecto más inmediato, contiene una serie de apuntes en la realización que se verán reflejados en su metanarración ulterior, tales como el episodio del espejo, o el ya conocido de la trampilla oculta bajo el suelo… Paradigmas del significado de la cinta, que se divierte rasurando la superficie de las cosas mientras teje su telaraña invisible de rencor. Siempre por encima de nuestras cabezas, mucho más arriba de lo que nuestra imaginación esté dispuesta a imaginar. Mucho más terrible, y tremenda, de lo que aparenta.

Richard Jenkins en plan cabrón

Richard Jenkins en plan cabrón

2 pensamientos en “The cabin in the woods

  1. Me encantó por el sentido del humor que tiene y por recoger de un plumazo muchos iconos de la tradición fantástica moderna. Y esas chicas rubitas de pechos turgentes masacradas, ummm, como me pone…

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