L’apollonide (Casa de tolerancia)

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febrero 7, 2013 por Roberto García-Ochoa Peces

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Como un páramo en mitad del desierto aparece esta Casa de tolerancia, la más reciente realización de Bertrand Bonello. No es fácil abordar el tema de la prostitución -hoy día prácticamente un tabú en la sociedad, que acarrea no pocos problemas a las autoridades-, y puede que por ello el director francés se remonte más de un siglo atrás, concretamente en el interludio que va del XIX al XX, para contarnos cómo era entonces este “oficio”, mostrándonoslo en toda su pureza, sin ambages innecesarios, desnudándolo (valga la redundancia) sin ninguna clase de complejo a través del discurrir de la vida y las relaciones de las inquilinas de la casa de tolerancia que da vida al título; un elegante eufemismo de la casa de putas en la que habitan. Escenario prácticamente único del relato.

Mujeres y opio

Y es que si algo caracteriza a esta inquietante película es precisamente la elegancia. La que muestra Bonello en cada plano que filma, consiguiendo que el misterio brote de la cotidianidad; que la inquietud aflore entre cuatro paredes justo antes de que ésta se transforme en horror inesperado; que el cuerpo humano se vea recorrido en cada palmo como si de un objeto fetiche se tratara, por más que en su interior se encuentre un alma al que en ocasiones nos es difícil llegar a aprehender. Un auténtico recital del roce y la seducción -el que se produce entre las mujeres y los clientes que llegan, charlan, observan, aman y se marchan, prestándose equivalente importancia a casa uno de los pasos- fielmente transmitido hacia el espectador, quien se ve claramente seducido, por no decir obnubilado, ante semejante despliegue de coqueteo y refinamiento visual.

No se trata aquí de juzgar una actitud frente a la vida, ni siquiera de comprender un comportamiento, una opinión, y así moralizar conforme a ello; se ocupa de mostrar, en todo su esplendor, y a la vez decadencia, las relaciones humanas, para lo bueno y para lo malo, para el goce pero también para el sufrimiento, como no podía ser de otro modo. Baste situar el foco de la cámara en una estancia cerrada -decorada con sumo cuidado y exquisita tonalidad de fondo- y que los personajes, primero féminas (auténticas protagonistas de la función) y después machos, vestidos todos con sus mejores galas, vayan situándose en los puntos justos del encuadre, así como establecer un objeto de excusa que finalmente tornará figura principal del movimiento -como pudiera ser un bol relleno de champán, que se pasarán entre ellos para celebrar lo álgido del instante,- para que el recorrido de la imagen se ajuste a cada recodo, a cada pliegue entre los diferentes y numerosos elementos presentes en el plano, conformando de esta manera un luminoso e imposible vals cinematográfico.

Máscaras que ocultan la pérdida

Una pericia técnica que envuelve el devenir de un relato por otra parte extraño, cuyo hipnotismo e inevitable magnetismo tienen su raíz en el componente anormal que sobrevuela el recorrido de la narración, manchándolo directamente en breves pero inspirados pasajes de arrebato, contagiosos de la apremiante locura que afecta a algunos de sus personajes, si es que tal condición no atañe a todos y cada uno de los mismos. Diríase que, por momentos y sin que exista una elipsis rupturista y por lo tanto explicativa de por medio, pasamos de estar viendo un film de época perfectamente ambientado y sosegado, a una película de terror cuasi explícito, asfixiante y misteriosa, con el nexo de unión que implica el sexo; siempre en vigor de la sutileza, de una fina pero también desasosegante delicadeza. Algo así como si el Kubrick de Eyes Wide Shut encontrase al Lynch de Mulholland Drive, entrometiéndose de por medio un viaje hacia el surrealismo habitual de Buñuel, concretizado aquí en la desubicación reinante de El ángel exterminador o en la extraña atracción que producía Belle de jour.

Y sin embargo la cualidad que mejor vendría a definir este notable film (sin duda, uno de los mejores vistos en 2012), es la de modernidad. Con una acepción positiva, ya que a pesar de su esqueleto de época, Bonello sale por la tangente de lo esperado y suma dinamismo a su eminente visibilidad de lo misterioso, de lo macabro incluso. Ya sea a través de la inclusión de temas musicales de índole pop o tono jazzístico de los años 60, o de la partición del fotograma en tres o cuatro partes que permiten vislumbrar en paralelo los quehaceres de las prostitutas, la acción se impulsa y convierte a éstas en una suerte de heroínas heridas por el desgarro natural de la melancolía. Se conjunta así lo viejo y lo nuevo en un nada chirriante sino enriquecedor espectáculo audiovisual; la imprevisible asunción del baile de la tristeza y la desesperación de una comunidad valiente y luchadora hasta el final.

Un perfecto cuadro feísta

L’Apollonide logra transmitir una serie de sensaciones poco corrientes en la pantalla actual, mezcla de placer visual y tormento contemplativo. Con su calmoso discurrir, es capaz de reflejar a unos personajes que traspasan la pantalla y nos alcanzan, como si fueran personas actuando en la vida real, en un escenario paralelo, tan lejos… tan cerca; con el impulso estético que brinda su exquisito estilismo, eleva a esos personajes por encima de todo lo demás, realzando la autenticidad de su figura pero aportándoles un punto de extrañeza; y finalmente, con su parábola final, constata la idealización de los mismos, el sueño que en verdad ha supuesto su presencia, toda vez contrastados contra la fealdad contemporánea.

2 pensamientos en “L’apollonide (Casa de tolerancia)

  1. Abuelo Igor dice:

    A mí me pareció una gran película que sin embargo, pese a aparecer en un montón de listas «gafapastiles» de lo mejor de 2012, en mi opinión ha pasado un poco por debajo del radar: prueba de ello es que, a estas alturas, no me consta que haya o vaya a haber una edición española en vídeo doméstico.

    Como bien dices, al mismo tiempo que belleza y decadencia hay una corriente subterránea de malestar que explota de vez en cuando con los flashbacks de lo que le pasó realmente a la «mujer que ríe», y que pueden aparecer sin previo aviso, y de forma muy descarnada y fuerte, en cualquier momento del metraje, como inteligente manera de hacer entender que ese paraíso puede convertirse en infierno repentinamente. Aunque lo más terrorífico para mí fue cuando aparece más tarde el hombre que hizo aquello y dice algo así como «estaba muy borracho aquel día y ni me acuerdo de lo que hice», y todo queda tan bien y no pasa absolutamente nada. Menos mal que al final hay ese guiño a la pantera de las películas de Lewton en la RKO y se hace un poco de justicia… 🙂

    • ¡Muchas gracias por tu comentario, Abuelo Igor!

      Si mal no recuerdo, me pareció leer que Intermedio la iba a sacar en dvd (ellos mismos la distribuyeron en cines), pero nunca más se volvió a saber nada. Una pena que no podamos disfrutar de esta joya ni en nuestra casa; sinceramente, no lo entiendo…

      Muy acertado tu apunte sobre las películas de Val Lewton; creo que este director sabe exprimir toda su evidente cinefilia, y deja un regusto exquisito al espectador gracias a ello.

      ¡Saludos, camarada!

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