Interstellar, de Christopher Nolan

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noviembre 10, 2014 por Roberto García-Ochoa Peces

Póster de la película Interstellar, de Christopher Nolan

País: EE.UU.
Año: 2014
Duración: 169 min.
Director: Christopher Nolan
Guión: Jonathan Nolan, Christopher Nolan
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Música: Hans Zimmer
Reparto: Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Jessica Chastain, Bill Irwin, John Lithgow, Casey Affleck, Wes Bentley, Ellen Burstyn, Michael Caine, Matt Damon
Productora: Warner Bros, Paramount Pictures

EL ESPECTACULAR VIAJE EN CÍRCULO DEL AMOR

El cine de Christopher Nolan siempre se ha caracterizado por una exhibición de la grandilocuencia, que cruza géneros y aborda ideas para arrimar a la orilla del espectáculo. Y sin embargo esa configuración de épica cinematográfica que ha ido evolucionando en su obra en clara propulsión ascendente hasta desembocar en el estrellato de su figura, ha llevado igualmente aparejada un empeño por la reflexión, por la promoción del pensamiento sobre el espectador. Así, ha sabido erigirse en uno de los máximos representantes de la escuela del arte-espectáculo del cine actual, un alumno aventajado de realizadores como Stanley Kubrick o incluso Steven Spielberg, aun sin alcanzar los gozosos extremos de índole técnico-filosófico o de sentido del entretenimiento puro que estos alcanzaron, respectivamente, en las cimas de sus carreras.

Matthew McConaughey en Interstellar

Interstellar es la última y más evidente muestra de esta provechosa dualidad cinematográfica. Un filme de ciencia ficción que aúna interés humano con un sentimentalismo bien entendido bajo la excusa de un complejo armazón de viajes espaciales, naves interestelares y planetas remotos donde poder reconstruir la vida que se apaga en nuestro planeta. Los hermanos Nolan (Christopher junto a su hermano Jonathan, firmantes del guión) no pretenden establecer la reflexión definitiva sobre la especie humana, ni siquiera ofrecer una lectura sobre la misma, sencillamente tratan de esgrimir una buena historia (paradojas espacio-temporales inclusive) donde el contraste entre el difícil abandono de nuestros seres queridos en favor de una improbable exploración que ayude a salvar a la humanidad se plantea en unos términos de fricción lógicos para con esa inextricable sensación de acongoje que todos en algún momento hemos vivido cuando nos enfrentamos a un abismo particular.

Una de las espectaculares imágenes de Interstellar

Se trata, pues, de escarbar en los motivos del interior con el fin de desembocar en una representación exterior, absolutamente alucinante y que justifica lo que un ingeniero de la imagen puede llegar a edificar cuando en su mente convergen el aprendizaje anterior con el aporte de la imaginación propia; otros mundos sí son posibles. Cierto es que para el despliegue de una historia que impele a galaxias y viajes interdimensionales es necesario cierto grado de acople científico -sin consentir la estupidez que sí cuantifican otras realizaciones, y no sólo en el terreno espacial, no exijamos el rigor: esto no es un documental hecho por investigadores-, y en ese terreno resbaladizo los hermanos Nolan se afanan en (sobre)explicar lo que ni siquiera un lector avezado fuese a comprender en términos particulares, por eso resulta infinitamente más interesante lo que la inmensidad de las imágenes puede llegar a sugerir, el grado de vértigo que lograrán ocasionar sobre un espectador virgen ante el más allá, convidado de excepción en este tumultuoso viaje hacia el desconocimiento. Funcionando mejor cuanto más despojada se ve la narración, y es que el aditivo musical de Zimmer en esta ocasión emborrona más que sublima la rica imaginería espacial; un subrayado constante que no comparte la elevación del conjunto visual.

Jessica Chastain en Interstellar

Las espectaculares imágenes que transcurren en la inmensidad del negro espacio exterior remiten en su perfección a las de la obra maestra de Stanley Kubrick 2001: Una odisea del espacio, pero a pesar de retener ese sensacional vals de ingravidez en el que el punto de blancura que supone la nave espacial juega a desafiar la infinitud del ojo humano en una rica interacción inundada de imponente silencio, aquí la urgente sensación de superviviencia, el pulso físico frente a un peligro patente, la insufrible presencia del recuerdo por un ser perdido, sustituye a esa constante y sublime adhesión a la metafísica de la que aquélla hacía gala. Una opción inclinada hacia lo emocional, que desecha la vertiente racional para así entablar una relación más sencilla y elemental -no por ello menos válida, aunque sí más cómoda- con el gran público, target elemental de su(s) realizacion(es).

Sin embargo, no debe confundirse empatía emocional con falta de riesgo, pues Interstellar no es una película cómoda en modo alguno -aunque el poso relativamente positivo que marca su precipitado final así pudiera indicarlo-. Hay suficientes muestras a lo largo del expandido metraje que dictan una visión trastornada, propensa al desvalimiento, del alma humana, desde su misma configuración como película de escape -en cierto modo el protagonista, el últimamente inconmensurable Matthew McConaughey, huye de una realidad turbia, si bien movido por un bien comun, aunque también por su propia naturaleza aventurera truncada en el pasado por un accidente, lo cual a su vez le ocasiona no pocos trastornos emocionales radicados en el recuerdo-; pasando por las desoladoras imágenes que, ocasionalmente, se dirigen hacia los familiares que permanecen (y deterioran) en La Tierra en una espera sin fin; y concluyendo con el largo y hostil episodio final, donde nuestro héroe “viaja” y reside, contra su voluntad, fuera de los parámetros convencionales que ayudan a preservar nuestro sentido de la percepción, nuestra visión racional del mundo que nos rodea.

Una nave de la película Interstellar

Es precisamente en esta última interconexión donde finalmente asoma el corazón de una película que nos habla de la irrompible fuerza del amor. Del extraño movimiento circular de este poderoso sentimiento como marco para la unión de seres queridos, para la inquebrantable lucha por la retención de nuestra comunicación allende fronteras y espacios, visibles o invisibles, físicos o inmateriales; un elemento que se define en efecto inaprehensible pero que se manifiesta patente, palpable más allá de los sentidos. Tal es el emotivo monólogo que el personaje interpretado por Anne Hathaway enuncia en un momento de la proyección, otro alma en pena condenado a una eterna supervivencia en soledad, bajo la esperanza del nacimiento del porvenir, de una nueva y, quizás, definitiva unión.

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