Lars von Trier y S. Craig Zahler no defraudan en Sitges 2018 (y Lav Diaz tampoco)

octubre 11, 2018 por Roberto García-Ochoa Peces

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Comienza la semana en la 51 edición del Festival de Sitges y coinciden en estos días tres de las películas más potentes que hemos visto hasta la fecha, todas ellas, eso sí, fuera de la Sección oficial, pertenecientes a otros tantos realizadores renombrados. A saber: el regreso del siempre polémico (y lúcido) Lars von Trier con The House That Jack Built, presentada fuera de concurso; el cada vez más interesante S. Craig Zahler, que entrega la vigorosa Dragged Across Concrete, con muchas papeletas para ganar la Sección Òrbita; y por último, y no menos importante, el filipino Lav Diaz, quien se encarga de ofrecer una obra mastodóntica en Season of the Devil.

 
Póster de Season of the Devil, dirigida por Lav Diaz

 

Comienza temprano la semana en el festival de Sitges para mí. Concretamente el lunes a la 1.15 de la mañana con la proyección de Luz, una producción alemana que había despertado cierto interés a su paso por la Berlinale y programada dentro de un maratón de la sección Nuevas Visiones junto a la película de animación colombiana Virus tropical y la brasileña O Clube Dos Canibais, dirigida por Guto Parente, el único director presente en la sala para presentar su obra. El día ha estado cargado de visionados y tengo claro que solo aguantaré la primera, que además tiene una duración de apenas setenta minutos, pero la decepción es mayúscula al encontrarme una obra que arroja su propuesta de posesiones y transmutaciones carnales en el seno de una narrativa pretendidamente opaca y abstracta; Tilman Singer entrega planos de interés -como el del inicio y fin, que la enmarcan bajo una estructura circular- pero sepulta su mensaje entremedias de una (conseguida) estética de grano setentero.

 

Hay poco tiempo para dormir, ya que el siguiente título en mi programación es Season of the Devil, película filipina dirigida por Lav Diaz perteneciente a la misma sección que la anterior y con una duración, nada más y nada menos, que de cuatro horas. Esta elección cabría considerarse como un suicidio en toda regla porque, si ya de por sí apostar por cubrir un hueco temporal semejante -lo que en la práctica se traduce en pasar toda una mañana o una tarde casi completa en la misma sala- se antoja temerario, el hecho de hacerlo en favor de algo muy parecido a un musical filipino sobre el genocidio de su pueblo dobla la apuesta (o la sube hasta el órdago, toda vez considerada la asistencia a parte del maratón de la noche anterior). Sin embargo, cuando salgo a la una del mediodía, además de encontrarme el sol tapado por nubes amenazantes en el horizonte, tengo la impresión de haber presenciado una de las películas del festival. Diaz compone un sentido, profundo y terrible retrato de nuestra cruel condición como seres humanos a través de esta terrible historia real acontecida durante los años setenta, y lo hace a raíz de planos filmados en blanco y negro y estáticos en su disposición que permiten a sus personajes expresar con total libertad la sinrazón de su presencia en el lugar, en el caso de los militares, o la rabia contenida de los reprimidos. Con la peculiaridad de que los actores expresan sus diálogos de forma cantada a capela, en una fértil idea de puesta en escena que enfatiza el desolador lirismo que puntúa el recorrido de los minutos. A la salida me muestro convencido de que, con casi total seguridad, será lo más parecido a una obra maestra con que toparé en todo el festival. Cine a otro nivel.

 

Regresamos de inmediato a la Sección Oficial con la proyección de Pig, de Mani Haghighi, un director iraní que consiguió llamar la atención a través de su extraña y fascinante cinta anterior, A Dragon Arrives!, que pudimos ver en el 2016 en el festival. No hay nada aquí del provechoso surrealismo que exhibía aquella, y la historia de un famoso director de cine que teme ser la siguiente víctima de un asesino en serie no convence ni en su presentación como comedia ni tampoco como comentario parabólico acerca del aperturismo (con los consecuentes peligros) de la sociedad de su país vía redes sociales. Sin tiempo para la pausa volvemos a entrar en Auditori para ver I Think We’re Alone Now, dirigida por Reed Morano. El filme narra una historia postapocalíptica en un mundo en apariencia extinto, pero encuentra su mayor interés en las actuaciones de su estelar pareja protagonista, compuesta por Peter Dinklage y Elle Fanning, ya que de hecho se desarrolla como un drama romántico antes que cualquier otra cosa, saliendo a la superficie el giro que da sentido a todo lo visto demasiado tarde. Por su parte, Un coutetau dans le coeur, de Yann Gonzalez y asimismo concursante en la Sección Oficial, se configura como un curioso neogiallo que se adentra en el rodaje de películas porno gay -cuestión bastante inédita en el clásico thriller all’italiana– de la mano de una provocadora (y provocativa) Vanessa Paradis. Bien ejecutada, sobre todo en sus secuencias de asesinato -en especial la primera-, su fortaleza inicial se desvanece en parte mediado el metraje, pero la desoladora resolución alberga un punto de bella poesía merced al descubrimiento de la raíz vengadora del maniaco sexual, que tiene que ver con la erradicación del amor puro.

Terminamos la jornada del lunes con otro de los títulos más esperados de todo el festival: The House That Jack Built. Presentada fuera de competición, Lars von Trier vuelve a poner el dedo en el ojo del espectador para entregar un inteligente y provocador ensayo sobre el asesinato como un posible arte de la mano del personaje del título, que está interpretado por un Matt Dillon en gran estado de forma. Estructurada en cinco “incidentes” y un epílogo, el danés exhibe, como era de esperar, imágenes de una gran dureza (y crudeza), que podrán herir la sensibilidad de una buena parte del público -no del de Sitges, precisamente, capaz de reírse y aplaudir en el momento menos oportuno-, pero no hay nada banal en su planteamiento, antes al contrario: su intención es la de desplegar un continuo y provechoso diálogo entre el protagonista consigo mismo y con el espectador, forzado a reflexionar sobre los fértiles simbolismos y las lúcidas metáforas visuales con que el realizador danés construye su ficción. Y siempre bajo la envoltura de un humor negro que, antes que enervar, no hace sino redefinir la comedia como subtexto inherente al comportamiento de un asesino en serie consciente de serlo. Simplemente brillante.


 

Ya durante la jornada del martes, y después de asumir que el verdadero terror en Sitges se encontraba en el diluvio que impedía prácticamente caminar por las calles para acudir a la primera proyección, acudo al pase de la nueva película de S. Craig Zahler, Dragged Across Concrete. Está programada dentro de la Sección Òrbita, ya que no hay nada de fantástico aquí… más allá de la propia disposición de las imágenes que exhibe este extraordinario filme. Durante dos horas y cuarenta minutos y con una planificación medida al detalle, el cada vez más destacado cineasta de origen estadounidense plantea una nueva mirada al cine bis de su país, en esta ocasión el thriller callejero de los años setenta, para presentar la historia de dos policías que han de lidiar con la maldita corrección política y así tomar cartas en un turbio asunto que implica personalmente al personaje encarnado por Mel Gibson. Cocinada a fuego lento, donde cada dialogo tiene una importancia concreta en el devenir del relato, Dragged Across Concrete es un sublime ejercicio de tensión que culmina con una gloriosa explosión de violencia, cuyo sentido se magnifica a partir del importante comentario que establece sobre el conflicto racial inserto en su sociedad, perenne e imposible de erradicar.

 

El día de hoy va a ser maratoniano, ya que esta es la primera de las cuatro películas que presenciaré de modo consecutivo. Las tres siguientes pertenecen a la Sección Oficial, si bien resultaron harto descafeinadas. En primer lugar Tummbad, película india, firmada por Rahil Anil Barve y Adesh Prasad, que parece volcar toda su fuerza en la exhibición de unos efectos especiales muy logrados, pero que taponan el crecimiento del relato de carácter arcano que apuntan sus imágenes. Acto seguido, Fuga, de la polaca Agnieszka Smoczynska, relata los (lógicos) conflictos que plantean el regreso desde el más allá de una extraña mujer al lado de la que fuera su familia, pero la corrección de sus imágenes no impide su estancamiento narrativo, que termina de estropearse toda vez considerada la ausencia de explicación de su motivo fantástico. Por último, y un tono muy similar, Nancy, que permite reencontrarnos con Andrea Riseborough solo unos días después de verla en Mandy, ilustra la acogida que su personaje vive en el seno de una familia que perdió a su hija hace tres décadas, y con la que ella guarda un increíble parecido físico. La norteamericana Christina Choe firma un elegante y delicado retrato de la necesidad de acogida y protección que requiere cualquier ser humano y rellena de conflictos sus elegantes imágenes merced, sobre todo, a los gestos y miradas que es capaz de transmitir su joven actriz principal. No puede decirse, por tanto, que nos encontremos ante una mala película, sino todo lo contrario. Lo que sí puede debatirse es la pertinencia de su programación dentro de la Sección Oficial, ya que el fantástico brilla por su ausencia en este complejo drama.

 

Unas horas de descanso para rematar el día (y esta crónica) con Lord of Chaos, cinta dirigida por el sueco Jonas Akerlund quien se encarga de volver a poner de actualidad la terrorífica historia del grupo de black metal noruego Mayhem, tristemente famoso por la historia suicida de su primer cantante, y la fatal relación que se estableció entre el líder de la banda y uno de sus fans. Las imágenes denotan la proveniencia de su director del mundo del videoclip, empapadas de una cierta urgencia en su montaje (donde se entremezcla algunas de archivo con las actuaciones del grupo), pero tanto su ritmo endiablado como el interés que despierta su historia son alicientes suficientes como para pasar un rato bien entretenido… y finalmente acongojado.

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