Mirada a los fantasmas de las sociedades en el ecuador de Sitges 2018
octubre 12, 2018 por Roberto García-Ochoa Peces
La 51 edición del Festival de Sitges alcanza su ecuador y hacemos un repaso de algunas de las cintas vistas durante las jornadas del miércoles 10 y el jueves 11, con el nexo común de establecer un retrato de las diferentes (por lo general opuestas) sociedades que presentaban en pantalla. La surcoreana Burning, dirigida por Lee Chang-Dong, la noruega Valley of Shadows o el filme de ciencia ficción australiano Upgrade son algunos de los títulos más destacados.
Alcanzado el ecuador del festival, tengo la impresión de que el nivel de las películas programadas este año está por encima de los anteriores, al menos en lo que respecta a la Sección Oficial a Competición, que es la que me he visto forzado a ver en esta 51 edición. Continúo, pues, inmerso en ella de la mano de Burning, filme surcoreano dirigido por Lee Chang-Dong, responsable de la igualmente delicada Poetry (2010), que adapta el relato Quemar graneros, escrito por Haruki Murakami. Y, de nuevo, presencio una obra importante, en la que éste realiza un elegante y poético baile con su cámara alrededor de un personaje central cuya soledad y desorientación vital va a acabar afectando a las pocas personas que le rodean. Filme de imágenes íntimas y construido a ritmo lento, para que su mensaje acerca de la desafección y el descarnado choque de clases presente en su sociedad (en toda sociedad) cale hondo. Sin duda, un top del festival.
La cinta que proyectan a continuación en Auditori, Assassination Nation, ofrece un giro radical en el relato de otros acontecimientos, que tienen que ver con una pequeña localidad estadounidense. Sam Levinson anuncia, desde el primer minuto, una explosión de violencia con su malsonante palabrería impresa sobre la pantalla, que incluso se atreve a dividir en dos y tres ventanas porque sí. Pero aquélla nunca tendrá lugar, salvo que el sexo lo entendamos vestido y la brutalidad pasada por un filtro de instagram. Un pretencioso -ya que, por si lo anterior fuera poco, intenta colar mensajes, acaso críticos, de sino social y político-, vulgar y vacío ejercicio de estilo adaptado a la generación Y que, por supuesto, levantó el aplauso de la mayor parte de la audiencia presente. Viajamos al sur para aterrizar en Brasil y desembocar en Morto ñao fala, de Dennison Ramalho, título que exhibe una potente producción -son apreciables las apariciones así como el maquillaje de los actores, aunque algunos de los efectos resultan algo defectuosos- para relatar la historia de la maldición que afecta a su personaje protagonista, quien trabaja en una morgue y es capaz de hablar con los muertos. Lástima que su desarrollo narrativo se estropee a partir de sus múltiples golpes de (estruendoso) efectismo y rechace su excelente idea de partida en favor de ello.
A la vuelta de la comida acudimos a la sala Tramuntana para la proyección de The Wind, presentada en la sección Oficial Fantástico Discovery. Se trata de un wéstern en la que su protagonista femenina permanece aislada en el medio del desierto junto a su marido, quien desaparece con recurrencia del plano, y va a tener que hacer frente a una serie de virulentos episodios fantásticos. Pese a que las imágenes presentadas por Emma Tammi (que salió a presentar su debut en la gran pantalla) poseen una competente factura técnica, la narrativa adolece de vaivenes constantes e interrogantes que no terminan de despejarse en ningún momento, además del típico subidón en la banda de sonido con el fin de encontrar el susto en el espectador, auténtico mal que afecta a la práctica totalidad de la producción de terror actual. Para terminar el miércoles, y en esta misma sala, el cineasta francés conocido como Quarxx presentó Tous les dieux du ciel, en competencia dentro de la Sección Oficial. Extraña cinta, a medio camino entre el (terrorífico) drama rural y el fantástico de connotaciones extraterrestres, que relata la supervivencia a duras penas de una pareja de hermanos en su granja, ejerciendo él como psicópata (des)protector de su hermana, discapacitada e impedida sobre la cama. Pero su director no logra cuajar la metáfora sobrenatural que preside el relato -y que se empeña en reiterar a lo largo del metraje con planos de astros acompañados de una música ambiental a todo volumen-, ni tampoco manejar la relación entre los protagonistas, a los que trata como antipáticos perros de presa desde el arranque.
El escaso número de pases especiales, los denominados “PT”, a nuestra disposición, hace que la jornada del jueves se presente algo corta de títulos en nuestra parrilla, debido a que la mayoría de las películas a partir del media mañana se encuadran en esa clasificación. Aun así arranco a las 8.15 -el primer pase del día y único que no necesita reservarse para los acreditados como prensa- para ver Overlord, dirigida por Julius Avery y producida por J.J. Abrams, de quien se pasó un vídeo en el que presentaba esta película, fuera de competición, ex profeso para el público de Sitges. Una potente producción que se demuestra en un arranque de vértigo para aterrizar en las playas de Normandía son la carta de presentación de este producto de nazisploitation de serie A y confeccionado bajo un guion caprichoso y deficiente hasta decir basta, lo que la convierte en una contradicción en sí misma. Inevitable su comparación con obras como Frankenstein Army (2013) o la saga Outpost, a todas luces imperfectas pero que al menos conservan la honestidad. Hasta la hora de comer no vuelvo a entrar en un cine, en esta ocasión el bonito teatro Prado -uno de mis espacios favoritos pero que este año, por las circunstancias ya comentadas, no visito tanto como hubiera deseado-, para presenciar el pase único, dentro de la sección Nuevas Visiones, de la cinta noruega A Valley of Shadows. Y con el transcurso de los minutos quedo obnubilado con sus preciosas secuencias, sobre todo en su nudo central, cuando su protagonista -un niño que huye de casa ante las trágicas circunstancias que ha de vivir en su domicilio- se pierde en lo profundo del bosque, lo que aprovecha su responsable, Jonas Matzow, para extraer una fotografía de carácter fantasmagórico impulsada con exquisitez por los suaves movimientos de su cámara, creando así un ambiente entre el sueño y la pesadilla al que es difícil resistirse. Lástima que estas imágenes, en clara deuda con el maestro Andrei Tarkovski, se porten de manera abrupta en una historia que pedía un mayor desarrollo. De lo contrario, nos encontraríamos, sin duda, ante uno de los títulos de la presente edición.
Giro radical en los acontecimientos aunque estos se desarrollaran en el mismo lugar. Prado es el escenario de la reivindicable sección Seven Chances (en la que hace unos días ya presenciamos la recuperación del debut de Alex Proyas, Spirits of the Air, Gremlins of the Clouds), a la que de nuevo recurrimos para descubrir la primera aparición del famoso luchador enmascarado de origen mejicano, Santo, en su estreno para la gran pantalla: Santo contra cerebro del mal, que data del año 1959. Coproducción entre México y Cuba, la película viene avalada por su impecable restauración de la mano del (re)conocido cineasta Nicolas Winding Refn, quien presentó su web de contenido gratuito byNWR, y anuncia en sus créditos de inicio que sus responsables pudieron salvarla poco tiempo antes de que Fidel Castro tomara el país con su revolución. Las imágenes concebidas por Joselito Rodríguez no albergan una gran valía cinematográfica -más allá de las innovaciones técnicas respecto al sonido que introdujo, merced a sus estudios de ingeniería, y que impulsaron, de alguna manera, a la industria de su país-, pero brindan una ilustrativa panorámica de la Cuba prerrevolucionaria y, vistas hoy día, mantienen un atractivo cariz pulp que logra, cuanto menos, hacer pasar un rato entretenido (lo que no es poco decir).
Finalizamos el día con la australiana Upgrade, inscrita en la Sección Oficial y dirigida por Leigh Whannell, actor y guionista de las sagas Saw e Insidious y que firma aquí su segunda película como director tras Insidious: Capítulo 3 (2015). Obra de ciencia ficción potente en su imaginario y voraz en su desarrollo narrativo, se ve (y se disfruta) con gran interés gracias a su sucesión de escenas de acción que impulsan los movimientos cuasi espasmódicos de su protagonista, cuyo cuerpo toma una suerte de violenta vida propia a través de la implantación de un chip artificial por parte de una corporación. Nada que no hayamos visto con anterioridad -personalmente me trajo a la memoria a Robocop (1987), aunque podrían sacarse referencias más evidentes y cercanas en el tiempo-, pero cuya explosiva y bien orquestada ejecución la sitúan como otro de los títulos más destacables del presente certamen.