Sustancias y violencia alucinógenas en el arranque de Sitges 2018

octubre 8, 2018 por Roberto García-Ochoa Peces

cabecera sitges 2018

La 51 edición del Festival de Sitges ha arrancado fuerte, repartiendo sus fuerzas entre altas dosis de violencia y no poco consumo de LSD (en pantalla). La creciente espiral de locura patente en Climax, la última creación del siempre polémico Gaspar Noé (que se estrena esta misma semana en salas españolas), y el brutal descenso a los infiernos de la venganza que lleva a cabo Nicolas Cage en Mandy, dirigida por Panos Cosmatos, son las dos cintas que más han impactado dentro de la Sección Oficial Fantástico a Competición.

 
Póster de Mandy, dirigida por Panos Cosmatos

 

Séptimo año consecutivo ya para un servidor en tierras catalanas durante el mes de octubre. Son diez días de cine de género en vena y reencuentros constantes que le hacen a uno más llevadero el atracón, ya que carecería de sentido no tener con quien comentar impresiones en caliente al salir de las salas. Para esta edición la organización ha tenido a bien dividir aún más a la prensa, clasificándonos en tres categorías de nombres no por jocosos menos elocuentes: “King Kong Pass”, “Vampire Pass” y “Zombie Pass”. En la práctica, esto significa que la inmensa mayoría de blogs y medios web nos vemos forzosamente relegados a esta última categoría, la de menor relevancia, lo que implica tener acceso a un menor número de entradas en el periodo de reservas y a una limitación muy estricta en pases PT, que son aquellos más especiales o que suelen atraer a más público. Dicha reducción obliga a concentrar los visionarios en el Auditori, una inmensa sala situada bajo el hotel Meliá y sede principal del certamen, lugar en el que se proyectan las películas de la Sección Oficial a competición, pero también en la pequeña Tramuntana, espacio con una pantalla excesivamente pequeña. Así pues, se desvanece la posibilidad de prestar atención a otras secciones paralelas donde siempre se proyectan auténticas joyas por descubrir, y que más adelante será muy difícil visionar fuera del marco de los festivales especializados. Bajo estos condicionantes, y sin el tiempo suficiente para la debida reflexión, durante las próximas entradas comentaré cuantas obras haya podido ver en esta 51 edición del Festival de Sitges, ampliando así la breve impresión que vengo volcando en Twitter a través de la cuenta de Doble Kulto Cinema.

Llego, junto a mi amigo y compañero de aventuras Alfredo Bonzo, de Fiebre de Cabina, el viernes 5 por la tarde, y previo gasto pertinente en el stand del 79 -clásico lugar de peregrinación para calmar las ansias consumistas del asistente al festival-, acudimos sin más dilación al pase de Zoo en Traumuntana. Una pequeña coproducción entre Suecia y Dinamarca perteneciente a la sección Oficial Fantastic Discovery que presentó su propio director, Antonio Tublén, en la que una pareja se recluye en su casa ante la pandemia zombi que se ha desatado en el exterior; poco espacio para el fantástico, no obstante, en una cinta que prefiere relatar la interacción de estos en unos instantes tan críticos como poco naturales, restando credibilidad a la extrema situación y desaprovechándola pese a las leves explosiones de (forzada) violencia que tienen lugar. Acto seguido nos movemos al contiguo Auditori para presenciar una de las películas más esperadas de todo el festival, Climax, dirigida por el director, originario de Argentina y afincado en Francia, Gaspar Noé. Tras una desatada y movida presentación donde él mismo y miembros del elenco salen a bailar sobre el escenario, se da paso a una sucesión de imágenes que extienden ese mismo sentir, pero potenciado hasta el borde mismo del exceso; un vendaval de música electrónica y cuerpos espamódicos moviéndose al ritmo marcado por drogas de diseño, rodado a partir de vigorosos planos secuencia y donde la cámara no para de inmiscuirse entre las, cada vez, más alienadas relaciones que se establecen entre sus jóvenes protagonistas. Todo con el fin último de entregar un mensaje desolador sobre la creciente quiebra de la, en apariencia, impecable sociedad francesa, país donde la feliz convivencia racial parece haberse roto de un tiempo a esta parte.

 

Nos acostamos en lo alto del clímax y amanecemos la jornada del sábado en otra suerte de viaje lisérgico, guiados por el rostro no por conocido menos desencajado de Nicolas Cage. Mandy, segundo largometraje de Panos Cosmatos (hijo del realizador italiano George P. Cosmatos) tras Beyond the Black Rainbow -presentada en el festival en 2011- despliega una nueva orgía, pero esta vez con el gore y la sanguinolencia en primer plano de cara a presentar la historia de venganza encarnada por aquél. Secuencias teñidas de rojo, crueldad extrema y generosos escapes de onirismo, todo ello convenientemente aderezado por las impecables composiciones del desaparecido Jóhann Jóhannsson (junto a las guitarras de Stephen O’Malley), para configurar una historia de satanismo pulp disfrutable desde el primer al último minuto. La diferencia con la obra de Noé radica en el tono (y, por tanto, el poso que dejan las imágenes): mientras que este pretende transmitir un trasfondo crítico a partir de su disposición intelectual, el joven cineasta afincado en Canadá erige un artefacto de carácter festivo y de más fácil digestión que Climax. En cualquier caso, se trata del mejor doblete visto en este primer fin de semana.

Demian Rugna presenta Aterrados

Demian Rugna presenta Aterrados

No saldremos del Auditori y de la Sección Oficial en toda la mañana. Y, así, nos topamos de bruces con el terror sobrenatural en Aterrados, tercera película del argentino Demian Rugna, que salió a presentar su creación. Con una producción muy cuidada y un elenco en buen estado de forma, el filme encuentra sus mejores momentos en la incisiva (si bien algo reiterativa) combinación de comedia y terror, así como en la forma de revelar de alguno de sus espectros en la pantalla, si bien no consigue ofrecer nada nuevo al panorama del fantástico actual y recuerda inevitablemente a otras producciones similares recientes. Por su parte, Piercing, segunda realización del estadounidense Nicolas Pesce –descubierto en el festival en 2016 a través de la notable The Eyes of my Mother– resbala en su apuesta como thriller posmoderno que mira de cara y sin remilgos al giallo italiano y a su prolongación en el ideario norteamericano a través de De Palma o Verhoeven; no basta con colorear de amarillo los detalles en el plano, reproducir armas homicidas y construir la banda sonora a partir de temas icónicos de filmes de Argento o Miraglia cuando no se es capaz de concentrar la esencia de la historia y terminar de desentrañar el asunto, a lo que tampoco ayuda alguna fuga fantástica fuera de lugar, ni siquiera a modo de inserto de carácter parabólico. Una lástima porque Pesce denota talento visual.

Para hacer la digestión hemos de regresar al centro de esta bonita localidad de la costa catalana y entrar en territorio de Panorama Fantastic. The Head tuvo su première mundial en Sitges 2018, y por ello el pase contó con la presencia de su director, el estadounidense Jordan Downey. A pesar de sus escasos setenta minutos de duración, la casi total ausencia de diálogos y la interpretación única Christopher Rygh, unido a su ritmo exageradamente moroso, lastran una cinta que, pese a la simpleza de su historia (un hombre se dedica a rebanar cabezas de animales y otros seres con el fin de vengar la muerte de su hijo) alberga algunas buenas ideas así como ofrece una estupenda recreación de un mundo arcano, crudo e hiperviolento. En un territorio similar en lo que al paraje rural, si bien más normalizado en cuanto a su representación se refiere, se encuentra Apostle, la cinta que ha hecho virar radicalmente de registro al galés Gareth Edwards -reconocido por sus vigorosas cintas de acción The Raid (2011) y The Raid 2 (2014)-. Bajo el amparo de Netflix, que le augura una confección audiovisual sencillamente impecable, la obra peca, empero, de un excesivo mejunje de temas y personajes de improbable cuajo, insertos sin demasiado orden ni concierto en los temibles avatares de una secta religiosa.

Jordan Downey presenta The Head en Sitges 2018

Jordan Downey presenta The Head

 

Despertamos el último día de la semana regresando, desde primera hora, al Auditori, de cara a reencontrarnos con la Sección Oficial y con otra de las cintas más esperadas, el regreso de David Robert Mitchell, responsable de la aclamada It Follows (vista aquí en 2014). No obstante, al igual que sucede con Evans, en Under the Silver Lake el cineasta originario de Michigan pega un giro de timón a su carrera y se aleja casi por completo del terror para ofrecer una obra que ampara su ambientación y se refleja sin ambages en los clásicos del cine de Hollywood así como en el maestro Hitchcock, de quien recoge y moldea el concepto del Macguffin. Todo ello con el objeto de construir una amalgama pop de agradable visionado (gracias, en buena medida, a la interpretación de Andrew Garfield) e inteligente reflexión, pero que corre el riesgo de morir sepultada por su inabarcable (y a veces forzada) referencialidad a lo largo de sus prolongadas dos horas y media. Fue esto, precisamente, lo que propició una deficiencia en el encaje de mi programación, haciéndome aterrizar en Tramuntana a continuación para presenciar el estreno de la cinta española, ambientada en Albania, The Invocation of Enver Simaku, debut de Marc Lledó. Mezclando pasajes de (falso) documental y ficción, sigue la estela de un personaje que viaja hasta allí para esclarecer las causas de la violenta muerte de su pareja, acontecida años atrás en el tiempo. El problema radica en que la práctica totalidad del metraje transcurre con texto sobre la pantalla, sea a través de la expresión de sus pensamientos o de los diálogos que realiza en el lugar y registra en su cámara, negando la posibilidad de narrar a través de las imágenes, no se olvide, el mayor placer de este medio que tanto amamos.

 

Las horas sueltas durante la tarde del domingo me permiten redactar estas apresuradas palabras, entre las que se cuelan Spirits of the Air, Gremlins of the Clouds, debut en el largometraje del reconocido Alex Proyas en 1989, que estuvo presente en la sala Prado para abrir la estupenda sección Seven Chances. Una suerte de neowestern con aires de distopía que crece con el paso de los minutos para expandir los contrastes que se establecen entre un extraño visitante y dos hermanos bien peculiares, recluidos en el medio de la nada aunque con diferentes aspiraciones futuras. Merezco un descanso ya que la madrugada del lunes espera la cinta alemana Luz, que la organización ha programado en dos pases dentro de sendos maratones… pese a anunciarse como una de las joyas tapadas de esta edición. Habrán de esperar para leer las pertinentes conclusiones.

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