Crítica de Muere, monstruo, muere, de Alejandro Fadel
agosto 13, 2019 por Roberto García-Ochoa Peces
La cinta argentina Muere, monstruo, muere (Alejandro Fadel, 2018) tuvo su première en España en el festival de Sitges y no se ha estrenado en salas comerciales de nuestro país, si bien se pasará el próximo 31 de agosto en el espacio «Cineplaza de verano», dentro de la programación de ciclos de la Cineteca de Madrid. Aprovechando la coyuntura invocamos de nuevo la palabra del crítico Federico Fornasari, quien desde nuestro país hermano nos habla, con conocimiento de causa, acerca de esta curiosa cinta de terror cuasi atávico, sita en medio de los parajes desérticos y extremos de Los Andes, dentro de la Provincia de Mendoza. Se acompaña el final del texto con unas notas acerca del director.
País: Argentina, Francia, Chile
Año: 2018
Duración: 110 min.
Director: Alejandro Fadel
Guion: Alejandro Fadel
Fotografía: Julián Apezteguia, Manuel Rebella
Música: Alex Nante
Montaje: Andrés P. Estrada
Intérpretes: Víctor López, Esteban Bigliardi, Tania Casciani
Género: terror, wéstern rural
Productora: La Unión de los Ríos, Rouge International, Uproduction, Cinestación
Deseo, locura, crimen
El realizador que, ante el cine, opta por el terror, es ante todo un artista que confía mucho en la capacidad de transmisión de profundas emociones que este medio posibilita, merced al realismo inherente a la imagen. Para que el espectador sea impactado, es decir, emocionado, tiene que dar crédito a la historia que pasa ante sus ojos, que su mundo personal pueda dar cabida a ese mundo particular del filme. Y el responsable de esta obra, el argentino Alejandro Fadel, nos invita aquí a un mundo que es una pugna, una contienda entre el bien y el mal, esa que origina un anhelo tan viejo como el que debió padecer el primer hombre sobre la tierra: la inmortalidad. Por ejemplo, un vampiro es un muerto-vivo, inmortal mientras no haya escasez de sangre. Si nadie utiliza las diferentes formas de eliminarlos, y el espeso líquido se impone en abundancia, ni la religión tradicional ni los mayores expertos en el uso de la estaca podrán destruir una leyenda tan vieja como la humanidad misma.
No es ociosa esta introducción para señalar una conclusión muy clara tras el visionado de Muere, monstruo, muere: el director, a través de su particular viaje al corazón del mito, logra la tan ansiada inmortalidad. Exhibe ese fuego sagrado que significa el amor por el cine tal cual está vivido y transmitido en la película. Y ese don no lo tiene cualquiera. Merecidamente premiada en Cannes y en los mejores eventos cinematográficos, Fadel se aparta de las convenciones del género y del no tan osado cine de terror argentino y brinda un espectáculo demoledor, onírico, cautivante.
Lo que se inicia como un triángulo amoroso entre Francisca (Tania Casciani), su marido David (Esteban Bigliardi), y su amante, el policía Cruz (Victor López), deriva hacia una compleja investigación de una serie de asesinatos truculentos (mujeres con las cabezas cercenadas) en el medio de Los Andes mendocinos, entre montañas nevadas y temperaturas extremas. Deseo, locura y crimen, como si fueran las tres palabras que acompañan a las que componen el título de la película, acompañan la búsqueda del responsable (o responsables) de las matanzas, lo que se transforma en una odisea personal para cada uno de los enigmáticos y sufridos protagonistas. Las brillantes tomas panorámicas solidifican una puesta en escena que transmite, de forma impactante, la desolación total del lugar, la helada oscuridad y los ambientes tenebrosos que potencian el fenómeno sugestivo que convulsiona la mente del espectador.
El tránsito desde la primera e impactante secuencia, que da paso a un malsano desarrollo de los acontecimientos, hasta su final de antología, es una epopeya cargada de sensaciones e interrogantes: ¿quién mata de esa forma? ¿Está todo en la mente de los habitantes de los pueblos? ¿Supone una vía de escape al “fascinante” hospital neuropsiquiátrico regional o al monasterio que aparece lleno de monjes barbudos? ¿Acaso de esos lugares escaparon los expertos en motocicleta que surcan la noche como fantasmas asesinos? ¿O existe el monstruo del que habla el imponente David, alienado y apenas inteligible? Las respuestas no están claras y los enigmas se acrecientan.
Fadel ha reconocido que siempre le interesó el terror, que supuso su primer acercamiento a la cinefilia, y que luego sus gustos se fueron ampliando, aun llegando a entender por qué le apasionaban ciertas atrocidades, desmembramientos y seres monstruosos. Y es que Muere, monstruo, muere es, en su magnífica diversidad, por momentos inclasificable. Los salvajes, primera cinta en solitario del realizador, se encuentra ligada al wéstern, y en Muere, monstruo, muere algo del mítico género hay. Conviviendo junto a impresionantes momentos de horror puro todo parece indicar que podríamos estar en presencia de un “weird western”, que no es otra cosa que un wéstern con elementos fantásticos, o un filme fantástico ambientado en el Oeste. Mendoza, tierra del director, se encuentra en el Oeste de la República Argentina y hasta sus orígenes volvió Fadel para regalarnos este viaje superlativo, fusión del wéstern con el horror, o este experimento plagado de seres casi feéricos y otras criaturas.
Así, con la irrupción de lo anómalo, de lo que por momentos parece sobrenatural en una película del Oeste, lo que se busca es la sorpresa del público, para después proseguir, más o menos abruptamente, con las reglas del género fantástico. El cineasta logra esta mixtura y propone un viaje al horror pero a lo John Ford, porque más allá de sus gustos o influencias (Browning, Carpenter, Cronenberg, Fulci, Lynch,…) lo que hace es imprimir la leyenda por encima de la realidad. Y como el gran maestro de origen irlandés, el responsable de Muere, monstruo, muere entrega, a través de su obra, un cine del futuro. Vale la pena relajarse y dejarse transportar al corazón del mito para que, cuando el trayecto termine, pueda uno sentir el filme como parte del patrimonio cultural de su vida, sabedor de que, como espectador, acaba de experimentar un hito sensorial demoledor que lo dejará inhalando y exhalando al borde del extremo físico. Y, probablemente, esa primera noche nunca termine de pasar, haciéndole incluso un esclavo del desvelo.
Apuntes sobre el director
Nacido en Tunuyán, provincia de Mendoza (República Argentina), el día 1 de enero de 1981, Alejandro Fadel comenzó en el cine trabajando con nombres relevantes como Mariano Llinás, Pablo Trapero e Israel Adrián Caetano. Fue uno de los directores y guionistas en 2005 de El amor (primera parte), la historia del inicio y final de una pareja de jóvenes analizada minuciosamente, debutando en solitario con Los salvajes (2012), una obra que oscila entre el wéstern, el filme de aventuras y el thriller y que guarda ecos de Roberto Rosellini, Monte Hellman y Carl T. Dreyer, acerca de un grupo de adolescentes que se fuga de un instituto de menores. Tras un largo recorrido de un año por festivales como los de Cannes, Sitges y Mar del Plata, Muere, monstruo, muere, su fascinante segundo largometraje, se estrenó comercialmente en Argentina y Francia a principios de 2019.
Federico Fornasari