Crítica de The master, de Paul Thomas Anderson

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enero 15, 2021 por Roberto García-Ochoa Peces

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PSICOANÁLISIS DEL DESCONTROL AMERICANO

Estamos acostumbrados a ver la historia de América desde un punto de vista bastante conformista, formal o adocenado, fruto podrido de la mirada políticamente correcta de la sociedad moderna y bienpensante instaurada en Occidente. Sólo unos pocos narradores, inspirados (e inspiradores) se atreven a salir de ese camino pautado para ofrecer una visión transversal, de una más difícil interpretación por el mero hecho de sugerir universos y momentos alejados de la sana cordura y paridos en connivencia con un controlado desequilibrio; el genio como extensión de la insania, que da forma a la inquietud de miras.

Paul Thomas Anderson bien puede ser uno de tantos y tan buenos artistas americanos díscolos (como lo fuera Edward Hooper a través de sus inquietantes lienzos, o lo son Tom Waits en sus rugosas composiciones musicales y Cormac McCarthy con sus demoledoras letras). Alguien capaz de imaginar y, lo que es más difícil, poner en escena el arco de la psique humana como representación de un país, de su país, de EL PAIS. Un director capaz de fijar la degeneración mental de un individuo para demoler el (sin)sentido de una comunidad, aguerrido a símbolos y fluctuaciones de un estilo apasionante y magno.

Sexo y desorientación

Sexo y desorientación

En The master, su sexta película, bucea con su cámara en las heridas que la posguerra infligió sobre tantos individuos que regresan de la batalla, concretizadas en la subyugante figura de Freddie Quell, interpretado por un (de nuevo) desbocado Joaquin Phoenix. Es un momento de inflexión en la historia, el punto medio del siglo pasado, ya que convergen en él lo anterior con la aparición (fruto quizás de esa debilidad social) de algunos movimientos de índole pseudofilosófico-religiosa y objetivos reconfortantes, tales como la Cienciología, sugerida en el film con la asociación de nombre La causa, cuyo líder es el enfervorecido Lancaster Dodd, en otro gran papel de Philip Seymour Hoffman.

De semejante conjunción deriva un enfrentamiento psicoanalítico que va más allá de lo meramente individual -la relación maestro-discípulo: el aparentemente sabio frente a una criatura desvalida a la que intenta amaestrar mediante prácticas de hipnosis para la supuesta cura de sus fobias del pasado-, sino que marca un profundo y complejo análisis sobre el trauma colectivo, instaurado en una sociedad que necesita de mesías para la salvación de su descreimiento, de su imparable decadencia de valores. Quell es el símbolo de lo impredecible, una violenta ráfaga de cicatrices interiores que se exteriorizan a través de un cuerpo raquítico, venido a menos; su domesticación es una quimera perseguida por Dodd, precisamente porque él, orondo y sabiondo en su concepción, esconde un vacío interior que se propulsa a través de una palabrería contundente y embaucadora, pero descontrolada de raíz. Es la prueba de la imposible dominancia de un pasado inimaginable, brusco y demente, donde el sexo y sus múltiples transformaciones tienen una importancia clave en la paranoia del comportamiento humano.

El maestro, consumido en la dominación de su pupilo

El maestro, consumido en la dominación de su pupilo

El viaje propuesto por P.T. Anderson toma forma en espiral y va directo a las profundidades de las aguas donde navega el barco comandado por el maestro; un espacio mental desconocido y de difícil escapatoria, subyugante e hipnótico por definición. El momento de inmersión viene dado a través de sendos travellings laterales y en direcciones opuestas, visualización del inextricable camino emprendido por el personaje de Phoenix, quien deambula sin rumbo y al son del movimiento musical orquestado en pos de la composición de una sinfonía del exilio personal. Su apasionante retrato (filmado en unos increíbles 65 mm. que otorgan una imagen límpida y amplia) permite descubrir los rostros ajados y los cuerpos simétricamente enfrentados, en una composición visual que, lejos de fidelizar una postal de aquel tiempo, acuña una imagen propia, ficticia pero fuertemente sensible y perfecta para el realce de los contornos.

The master inquieta por su honda propuesta. Nos habla de lo humano para impeler precisamente lo desconocido de nuestra condición, y así destapar los miedos e inseguridades de toda una sociedad. Y se sirve de la memoria como ente acorazado a prueba de palabras para repeler la superchería. Paul Thomas Anderson se erige como figura mesiánica, padre de unas criaturas perdidas en su diferencia, y extiende un paisaje de imágenes enrarecido aunque profusamente estudiado; auténtico reto para la contemplación. Un denso paseo por el descontrol, de tan recio y estimulante, difícilmente asimilable y seguramente inabarcable en su totalidad.

La auténtica líder en la sombra

La auténtica líder en la sombra

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