Only God Forgives, o la ostentación fílmica de Nicolas Winding Refn

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junio 1, 2021 por Roberto García-Ochoa Peces

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Son muchos los que conocen y tienen por común ensalzan al realizador danés Nicolas Winding Refn por su anterior película, Drive (2011). Pero en ella no hacía sino proseguir el perfeccionamiento de un estilo seco y concentrado en la materia del relato, desprovisto de extras que desvíen el interés de la narración, de definición áspera y entorno parco, y que no alberga pudor en hacer acopio de una mostración cruda de la violencia en pantalla. Esta evolución nace virgen y aún pringada de sangre pura en su solvente trilogía Pusher, pasa por el filtro de un ácido eléctrico en Bronson, se depura y comienza a contagiarse de lecturas elevadas aun desnudando más la representación del salvajismo inherente a nuestra especie en la notable Valhalla rising, para finalmente impulsar la necesaria vertiente mercantil de su producción mediante la suma de los anteriores elementos en un sorprendente, rico y contundente artefacto de cariz pop y por completo deudor de la idiosincrasia del tiempo moderno que es Drive; diferente pero en ningún caso culminante en su carrera, más bien un puente intermedio que prefigura la experimentación venidera.

Resulta inevitable entonces ese rumor expectante acerca de su nuevo trabajo, Only God Forgives, presentado en la pasada edición de Cannes y competidor en el último festival de Sitges. Las primeras secuencias del film ya nos describen su modo de construcción, que permanecerá inalterable hasta el final. Si bien lo primero que llama la atención es el idioma de los créditos iniciales, que se suceden en tailandés. Esta cualidad no se adhiere únicamente al lugar geográfico donde se desarrollan los hechos, sino que supone un primer apunte acerca de las motivaciones del director: la incomunicación a la que se enfrenta el espectador está próxima a la que vivirán los personajes principales del film, una condición ideal de cara a desnaturalizar el relato, destinado a impresionar desde la verdad que palpita bajo su extrema antinaturalidad.

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Uno de los elementos clave en pos de la consecución del triunfo estético que plantea Refn con esta cinta es el hecho de reducir su argumento a la mínima esencia, lo cual no es condición suficiente para que la propuesta carezca de gravedad, como aquí demuestra. Su ejemplo es el último de una larga lista de autores capitales en la historia del cine, que canalizaban la importancia del mensaje patente en sus creaciones de manera elemental a través de la puesta en escena y la preeminencia visual, sin necesidad de la confluencia en el método expositivo: ahí están Abel Gance, Robert Bresson o el mismo Stanley Kubrick, por citar sólo tres nombres tan diferentes pero equiparables en la radicalidad de su praxis cinematográfica. Por algo el cine, en su acepción seminal, se materializa como un lenguaje exclusivamente audiovisual a partir del cual sugerir una historia, que afortunadamente se vio enriquecido con la palabra, pero que en su esencia no la necesita -y de hecho puede ejercer como elemento obstructor, cuando no de relleno, en las múltiples ocasiones en que la obra no ha sido pensada autoralmente sino fabricada bajo un mero interés comercial-.

La historia que acontece en Only God Forgives versa sobre una venganza. Un ajuste de cuentas necesario en una sociedad donde la policía se mueve en la eterna línea disuasoria entre el bien y el mal, y donde el desmán libertino se premia con la ejecución. En medio de semejante coyuntura, se establece un choque superlativo entre la cultura occidental y la oriental, encarnada la primera en el personaje interpretado por Ryan Goslin, Julian, y acrecentada por las figuras de su madre (Kristin Scott Thomas) y hermano asesinado, y trasladada la segunda al implacable exjefe de policía, inmerso en un aura semidivina a lo que contribuye sobremanera la profusa simbología de carácter mitológico que rodea gran parte de los interiores. No resulta tan relevante para el objeto de la trama el presumible enfrentamiento entre esas dos figuras protagonistas y antagónicas como el hecho de sicoanalizar a Julian a través de la relación que mantiene con su madre; ésta vuela hasta Bangkok para exigirle la referida venganza mientras no duda en comparar el tamaño de las pollas de sus dos hijos para probar la anulación de voluntad a la que está sometido el que aún permanece con vida. Su rostro y su pose no pueden sino permanecer incorruptibles ante la acusación: es el factor inviolable de la fuente natural materna, una cascada de influencia taxativa. Se deslizan así reverberaciones de raíces edípicas y se establece una clara vinculación con la tragedia griega. Demasiadas condiciones de represión individual para el protagonista, como para salvarlas y establecer una normal empatía con los semejantes, no digamos ya un intento de relación amorosa enmarcada en lo corriente.

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De cara a sintonizar con la complejidad del ideario anterior, la puesta en escena del film se nutre de un hieratismo extremo en la representación, que se extiende mucho más allá del dictamen sobre la pose del gesto actoral para trasladarse directamente al tempo mismo de la secuenciación fílmica. No existen demasiadas tomas, y las que se suceden lo hacen en virtud de una cadencia contemplativa, encargada de subrayar las pocas palabras pronunciadas y de evidenciar el carácter punitivo de los brotes de violencia exacerbada que acontecen, mientras la cámara, delicada, nos deleita con la captación de una atmósfera inquietante, que enfrenta los estrechos espacios extrailuminados de interior a una feísta e incómoda apertura en exteriores. En este sentido, la fotografía del film destaca por un cromatismo exagerado, abundante en rojos, lo que hace sospechar sobre la fatalidad circundante al protagonista. De la fascinante combinación de estos aspectos con los pasajes electrónicos paridos de nuevo por un inspirado Cliff Martinez, surgen una serie de impresionantes secuencias, nutridas de un caos calmo que transluce amenaza en lo temático, y un elevado grado de refinamiento en la forma.

Only god forgives es la última muestra de la capacidad de un joven talento como Winding Refn para exprimir todo el jugo al medio cinematográfico a partir de su vertiente natural. El audiovisual como motor de explosión de una narrativa que se erige poderosa, insoslayable y verdaderamente hipnótica, y que apoyado en un consecuente comedimiento verbal, otorga como resultado el deleite estético. En esta ocasión, en el marco de un cine negro muy particular, para relatar las pulsiones humanas más interiorizadas, las más imprevisibles y peligrosas. Pero la adhesión a un determinado género es lo de menos, puesto que aquí se habla el lenguaje universal del Cine (en estado puro).

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