Crítica de Occhiali neri, de Dario Argento
mayo 19, 2022 por Roberto García-Ochoa Peces
Dario Argento regresa al subgénero cinematográfico que le vio nacer, trece años después de Giallo (2009) y diez desde su última referencia como realizador (Drácula 3D, 2012). Occhiali neri («gafas negras»), presentada hace unos meses en la Berlinale y aún inédita en territorio español, la dirigió tan solo unas semanas después de ejercer como actor en Vortex, a la orden de Gaspar Noé, y supone un regreso que se pretende revitalizador (e incluso se adivina, según sus primeras imágenes), pero que se revela finalmente agotado en sí mismo. Aun así, se trata de un ejercicio que ofrece algunas virtudes y que sabrán disfrutar, en buena medida, los fans del genial cineasta romano.
País: Italia, Francia
Título original: Occhiali neri
Año: 2022
Duración: 90 min.
Director: Dario Argento
Guion: Dario Argento, Franco Ferrini
Fotografía: Matteo Cocco
Montaje: Flora Volpelière
Música: Arnaud Rebotini
Intérpretes: Ilenia Pastorelli, Andrea Gherpelli, Asia Argento, Andrea Zhang, Mario Pirrello
Género: giallo, thriller
Productora: Urania Pictures S.r.l., Getaway Films, Rai Cinema
Tornata scolorita
Presentada en la última edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, Dario Argento regresa con Occhiali neri al giallo, subgénero que le otorgó la fama eterna que aún disfruta en vida, pegando, a sus 81 años de edad, un puñetazo sobre la mesa con una vitalidad tan encomiable como fungible. Escrita a partir de un guion escrito junto a su fiel colaborador desde mediados de la década de los ochenta, Franco Ferrini (Caramelle da uno sconosciuto, 1987), el cual permanecía cogiendo polvo en un cajón desde el cese de actividad de la que iba a ser productora del filme en 2002, Cecchi Gori, el cineasta romano regresa detrás de las cámaras transcurridos trece años de su último Giallo y diez desde su último ejercicio, la desafortunada Dracula 3D, y tan solo unos meses después de haberse desnudado delante de las mismas a las órdenes de su admirador, y probablemente admirado, Gaspar Noé, en Vortex (aún pendiente de estreno comercial en nuestro país tras su paso por San Sebastián el año pasado).
En cualquier caso, este nuevo ejercicio de libertad creativa del realizador, que reincide en la búsqueda y exhibición de un cierto muestrario de perversidad en pantalla, se revela desvaído en su devenir, pese a la loable y vivaz desenvoltura que se adivina en él, como acaso no puede ser de otro modo, dada la irreversible consideración anterior del tiempo (no por casualidad, uno de los temas primordiales que su colega argentino viene a disponer en su referido último título). Una nota demostrativa al respecto lo supone la paleta de color del film, que vira del rojo que una vez presidió y sirvió para identificar la razón de ser de su cine, y que aquí asoma en la secuencia de inicio para ejercer la función de realce del despampanante cuerpo de la protagonista, Ilenia Pastorelli, a través de su vestido, al profundo negro que se revelará inmediatamente después, mediante el eclipse que siembra de tinieblas las calles de la ciudad, así como en el desarrollo subsiguiente de la trama, que en su mayoría transcurre de noche y nunca se desprende de un tono amenazador, naturalmente impostado.
No es el único subrayado que glosa la cinta, que en su núcleo girará en torno a la (super)vivencia de un niño huérfano junto a la protagonista, retroalimentando los miedos de ambos y generándose una empatía que no puede sino despertar nuestra sonrisa cómplice en varios pasajes. Pero es que, además, Argento se homenajea a sí mismo -otra vez-, y ni siquiera espera demasiado para ello: tras el primer giro de enjundia, presenta el nuevo estatus vital de la protagonista, haciéndola caminar, bastón en mano, por las calles de Roma, en un puro remedo de lo que hiciera, hace poco más de medio siglo, Karl Malden en Il gatto a nove code (1971). Tampoco se antoja baladí la presencia de Asia Argento, aquí dando vida a la terapeuta que ayudará al personaje principal a sobrellevar su traumática condición, en lo que supone otra muestra más de funcionalidad entremezclada con popularidad, aun sin hacer asomo en ella la morbosidad que sí se deducía de una interpretación como la de La sindrome di Stendhal (1996); de nuevo, la cuestión del tiempo no juega en balde, para nadie.
La debilidad del libreto salta a la vista no solo a partir, precisamente, del aireo caprichoso de esa ubérrima libertad creativa -véase la secuencia de las serpientes, en medio del clímax final-, sino hasta el punto del descubrimiento de la identidad del asesino, uno de los leit motif del subgénero que aquí, como en tantas otras producciones semejantes, se diluye para constatar que el tiro se centraba en una dirección mucho más profana, elemental o incluso primaria, si se quiere. Pero lo peor, no obstante, radica en el hecho de que Argento no sea capaz de remontar el ritmo, que decrece ante la falta no ya de sospechosos, sino tan siquiera de ulteriores impulsos criminales. Así y con todo, una de las mejores bazas a su favor ni siquiera le corresponde a él, sino al músico francés Arnaud Rebotini, quien idea una ristra de sonidos techno con aureola darkwave, concebidos a partir de canales exclusivamente electrónicos y que funcionan francamente bien insertados en las escenas de asesinato, cada beat reforzando, más si cabe, la grosura del cuchillazo o el pretendido espasmo cadavérico, mientras que cumple su cometido ambiental en las escenas de transición.
Las (escasas) ejecuciones en ningún caso destacan por una planificación demasiado elaborada, son tendentes a un cierto estatismo y el remarcado apagado de la paleta cromática en que se enmarcan tampoco juega a favor de la vistosidad, en el sentido más lúdico del término. Empero, es a raíz de su acertado engarce con la referida música de raíz EBM, sobre todo en los primeros, brutales y aguerridos compases, como se consigue empezar a remover las entrañas del Argento que una vez sí fue verdadera, creíblemente visceral y, de paso, despertar la ilusión del fan que solo acudió aquí para observar la negrura actual del lodo naciente en semejantes barros rojizo-amarillentos.