Crítica de La zona de interés, de Jonathan Glazer

Al fin ve la luz en salas españolas el nuevo trabajo de larga duración dirigido por Jonathan Glazer, La zona de interés. Lo hace una década después de que deslumbrara a propios y extraños con esa joya alienígena que es Under the Skin (2013), en esta ocasión para abordar una historia directamente relacionada con el holocausto nazi, pero desde una óptica poco (o nada) vista hasta el momento: la que tiene que ver con la rutinaria vida familiar del comandante del campo de concentración de Auschwitz -donde está rodada-, pese al horror que desencadena en derredor y apenas se adivina al fondo, siempre en fuera de campo. Una verdadera maravilla cinematográfica que pone en valor la importancia, a veces olvidada, de aspectos técnicos como la presencia (o ausencia) de elementos en el plano, o el uso modélico del diseño de sonido, mientras sirve para reflexionar sobre el valor de nuestra mirada complaciente (o no).

Póster de La zona de interés

País: EE.UU., Reino Unido, Polonia
Año: 2023
Estreno: 20-1-2024
Duración: 106 min.
Director: Jonathan Glazer
Guion: Jonathan Glazer, libremente inspirado en la novela de Martin Amis
Fotografía: Lukasz Zal
Montaje: Paul Watts
Música: Mica Levi
Intérpretes: Sandra Hüller, Christian Friedel, Freya Kreutzkam, Ralph Herforth, Max Beck, Ralf Zillmann
Género: terror
Productora: A24, Film4 Productions, Access Entertainment

 

DESVIAR LA MIRADA

Una nueva película de Jonathan Glazer simula un acontecimiento que de ninguna forma debe pasar desapercibido, y este inicio del año cinematográfico 2024 nos ha regalado la presencia en salas de La zona de interés, su regreso al formato largo una década después de subyugarnos a través de esa piedra en bruto alienígena titulada Under the Skin. El realizador londinense ha forjado su carrera alternando entre el videoclip -medio donde de verdad acrecentó su fama, merced a sus raudas piezas para Blur, Massive Attack, Radiohead oJamiroquai-, el vídeo comercial -notorios son sus trabajos para las firmas Levi’s, Volkswagen, Sony o Motorola- y el cortometraje, con más de una decena en su haber; semejante trayectoria explica que su aventura en el largo sea, en comparación, escasa, pero no por ello resulte de menor interés, como prueban su debut Sexy Beast (2000), Reencarnación (Birth, 2004) o la antes citada. 

La zona de interés - Christian Friedel

Parece que el cineasta adopta como virtud la necesidad de un tiempo y un espacio lo suficientemente amplios como para entablar una nueva reflexión, para expresar, con tino y libertad creativa, ideas que de otro modo se verían constreñidas a transmitirse mediante formatos más modestos. Y lo cierto es que The Zone of Interest parte de un escenario cuanto menos paradójico, que bien podría formar parte de un universo distópico propio de la ciencia ficción si no fuera porque se basa en una realidad, cruda y extrañamente familiar y acogedora a un mismo tiempo, que se antoja aún más devastadora, precisamente, porque ha permanecido fuera de foco a lo largo de los años transcurridos desde la barbarie que la amparó. El libro homónimo escrito por Martin Amis es la narración novelada de partida, pero a tenor de su sinopsis la inspiración, por parte de Glazer, ha sido muy libre a la hora de poner en imágenes lo que, de otro modo, seguiría permaneciendo en un completo off cinematográfico. Se trata de aproximarse, ni tan siquiera asomarse, al espacio contiguo más horroroso que el ser humano pueda imaginar; condición que resulta más estremecedora, de hecho, que su propia mostración (asimismo simulada, no lo olvidemos nunca porque cualquier visión artística resulta, en el fondo, banal frente a la indecente arbitrariedad del mal que se perpetró en la realidad del holocausto nazi), tal y como ya se ha hecho sobre la pantalla en innumerables obras. 

Un obrero en La zona de interés

Este plano paralelo reside en la figura del comandante de Auschwitz Rudolf Höss (Christian Friedel), y más concretamente en el reflejo de su quehacer familiar junto a su mujer, Hedwig (Sandra Hüller), y sus cinco hijos. Paseos a caballo, baños en el río, el extremo cuidado del jardín exterior y la obsesión por el correcto florecer de las especies de plantas -diríase que con más empeño que la propia crianza del nuevo retoño del clan-, la convivencia (es un decir) con los criados… Y, entremedias de todo ello, el estudio arquitectónico y las negociaciones en pos de seguir perfeccionando la maquinaria del exterminio humano. Pura rutina. El film no plantea preguntas, así como tampoco brinda respuestas. Tan solo visualiza una posible realidad para que el espectador sostenga en alto su propio dilema en torno a tan espinoso e inexplorado asunto, aun conociendo de antemano la solución: ¿Es posible asumir la normalidad que acaece adlátere a la ignominia de la Historia?

La zona de interés - Recreo en el patio

Podrían escribirse auténticos dictados de excelencia cinematográfica sobre el uso de la profundidad de campo, la importancia del fuera de plano y el empleo de la mezcla de sonido en pos de la consecución del fin narrativo en torno a La zona de interés. A buen seguro que, con el paso de los años, aparecerán. Sin embargo, y haciendo buenas las palabras del escritor y periodista Eugeni d’Ors, “una síntesis vale por diez análisis”: mientras la familia ejecuta su esparcimiento y recreo en el patio, en la parte superior del fondo el cielo no cesa de mancharse con el humo que escupen las fábricas; en paralelo al llanto inmisericorde, prácticamente aterrador, del bebé, se oyen gritos desgarrados de dolor; entretanto que diversos visitantes se adentran en el hogar, ruge el característico sonido de las locomotoras que no paran de arribar y partir; y colándose entre la inane conversación que la progenitora sostiene con sus amigas en el interior del domicilio resuenan ecos de disparos; o, rompiendo con todo lo anterior, cuando una breve y pequeña heroína oculta sale de madrugada a esconder piezas de fruta entre la tierra de trabajo de los campos, el silencio, así como su propia figura, se resaltan.

Son solo algunos ejemplos, pero el listado completo, por obra y gracia del diseñador de sonido Johnnie Burn, es ilustre e ilustrador, siempre en un modo austero, distante y fomentando la sugerencia, desechando, por tanto, la literalidad de las situaciones. El apartado sonoro se completa y adereza con perspicacia gracias a los arrebatos de locura ambiental perpetrados por Mica Levi, suerte de funestos golpetazos electrónicos, artificiales y atronadores en su instantaneidad, que ilustran pasajes de terror concretos, como la tríada de filtros monocolor que acontecen a lo largo del metraje: negro en la tenebrosa y larga secuencia de apertura, que hace desvanecer el título al son de la acongojante música; blanco como fundido al tono que se en ese momento ostenta el cielo, inmediatamente después de un chillido espantoso que sucede muy cerca; y finalmente rojo, patente metafórica del derrame de un líquido cuya presencia también se nos deniega.

La zona de interés - Sandra Hüller

Meritoria técnica aparte, la lectura más interesante que puede extraerse de La zona de interés es aquella que atañe al desvío de la mirada, más que interesante cuestión que plantea su responsable renegando filmar directamente la abyección (asimismo una loable elección moral), y que extiende su panorámica hasta el presente. ¿Cuál es nuestro grado de implicación para con la realidad que nos rodea? En el momento actual padecemos, al menos (que sepamos), dos guerras de gran impacto, auténticos genocidios retransmitidos en Prime Time que reproducen lo peor de lo que fue capaz el ser humano apenas un siglo más tarde, cuando resultaba difícil pensar que volviera a suceder. Y justamente una de las cuales ha visto cómo se cerraban de sopetón sus párpados de cara al mundo -esto es, los del mass media global-, sepultada a partir de la irrupción de la otra, como si nunca hubiera existido de facto. Es una parábola increíblemente fiel de esta maravillosa película, a la que inevitablemente nos cuesta enfrentarnos, precisamente porque nuestro sentido de la felicidad depende del grado de abstracción del horror contiguo. Y, de forma voluntaria o no, desviamos nuestra mirada del foco del conflicto.

La zona de interés - Piano


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