Llega a la cartelera española La bestia, la nueva película dirigida por el cineasta francés Bertrand Bonello, autor de esa pequeña joya aún demasiado tapada que es L’Apollonide (2011); un nombre siempre interesante que va un paso más allá en su carrera a través de esta extraña incursión en una ciencia ficción de perfil autoral donde se exploran los conflictos que genera la Inteligencia Artificial sobre la psique de una mujer, abordando su posible reconstrucción mediante el enfrentamiento directo contra su miedo latente. Vasta, densa y elaborada a partir de varias capas temporales íntimamente conectadas entre sí, La bête se antoja una obra fascinante, cuya discusión merece ir más allá de los créditos.

País: Francia, Canadá
Año: 2023
Estreno: 27-3-2024
Duración: 146 min.
Director: Bertrand Bonello
Guion: Bertrand Bonello, Guillaume Bréaud y Benjamin Charbit, libremente inspirados en La bestia en la jungla (Henry James)
Fotografía: Josée Deshaies
Montaje: Anita Roth
Música: Anna Bonello, Bertrand Bonello
Intérpretes: Léa Seydoux, George MacKay, Guslagie Malanda, Martin Scali, Elina Löwensohn
Género: ciencia ficción
Productora: Les Films du Bélier, My New Picture, Arte France Cinéma
LA IA NO FABRICA MUÑECAS (DE PORCELANA)
La Inteligencia Artificial es ya una realidad en el mundo que nos rodea. Aunque algunos se resistan a su intromisión en nuestros quehaceres (y otros muchos ni siquiera estén al tanto de sus extraordinarias capacidades), lo cierto es que esta súper tecnología ha venido para quedarse; solo de nuestro propio interés depende su uso en un sentido facilitador del día a día, o en nuestra condena definitiva como sociedad capaz de devorarse a sí misma, sea por una voluntad propia que nace del egoísmo, o vía demoledores mecanismos de acción indirecta. Por supuesto que los gobiernos tienen que decir (han de decir) algo al respecto, siendo las pertinentes, y más que necesarias, regulaciones la única manera de evitar el segundo escenario. Pero todo bascula en torno a la formación. Y para ello es necesario tiempo; concepto, desafortunadamente, finito en nuestra sociedad líquida…
Entretanto, podemos seguir contemplando, bajo la paradoja del entretenimiento, los avisos fatídicos sobre los peligros controladores que emanan de ella, en efecto, también inherentes a su propia condición y esencia como herramienta creadora, merced a artefactos de alto copete cinematográfico como el que nos ocupa, La bête. Bertrand Bonello, cineasta de larga e irregular trayectoria que últimamente se había prestado a abordar traumas adolescentes en ámbitos semifantásticos (Coma, 2022; Zombi Child, 2019), y que previamente nos deleitase con el drama clásico de Casa de tolerancia (2011), reincide ahora en la veta crítica que se desprende de aquellas para seguir hablando de profundas obsesiones personales, enraizadas en un pantanoso terreno afectivo-sexual, si bien insertas en el marco de una ciencia ficción transversal tanto al clasicismo presente en la última citada, como a la representación hierática de un futuro solo imaginable en el seno de un fantastique de acepción culta.

Si de algo no se puede tildar al director francés es de liviano: La bestia es, sin duda, una de las propuestas más complejas de la cartelera reciente, que requiere de toda la atención por parte del espectador para desentrañar los múltiples armazones con que se construye, y que invita con facilidad al revisionado (por otra parte, uno de los grandes placeres a reivindicar ante obras de este calibre, por más que choque contra aquel Tempos fugit al que aludía con anterioridad). Bonello, en conjunción con Guillaume Bréaud y Benjamin Charbit, se inspiran libremente en la novela La bestia en la jungla (1903), escrita por Henry James, a la hora de firmar el texto del relato, y utilizan ese tiempo (aquí, en la ficción, siempre en constante movimiento y que semeja no ser finito) para malearlo hasta el extremo y plantear, así, tramas protagonizadas por los mismos actores (Léa Seydoux y George MacKay), ubicadas en tres épocas y escenarios diferentes (1910, 2014 y 2044), y que, sin embargo, parecen estar íntimamente conectadas, tanto en el devenir de sus respectivos personajes, como en la muy palpable sensibilidad que emana de las mismas.
Además de improductivo, resultaría innecesariamente revelador detallar aspectos que atañen al arco narrativo de la cinta, pero urge decir que la idea principal nace del presentimiento que siente la protagonista, Gabrielle, ante una amenaza que se cierne sobre ella, cuya señal simbólica es una paloma que se cuela en una estancia interior. Se trata de una derivación del concepto de “La sombra”, una de las interpretaciones más brillantes en torno al arquetipo del miedo realizada por Carl Jung, y que podríamos resumir como el reflejo de nuestro lado oscuro, que apunta directamente hacia las preocupaciones y los anhelos más profundos, aquellos que nos ocasionan opresión y desasosiego interior, generadores, por tanto, de una suerte de terror atávico.

Pues bien, Bonello logra poner en escena esta teoría con diligencia, agradecido dinamismo y un manifiesto poder evocador, transitando, primero, con circunspección, por en medio del aroma tradicional que desprende el París de comienzos del siglo XX -y aprovechando la coyuntura de la fabricación de muñecas artesanales para arrojar una de las metáforas más demoledoras sobre el imposible reemplazo en torno a la belleza de la creación humana por parte de esa Inteligencia que planea, omnisciente, toda la obra-; para detenerse, más tarde, sobre la superficialidad que preside el tiempo presente, y que (de)genera con facilidad en una amenaza sostenida y explosión de terror conjurados aquí a modo de imaginaria home invasión movie rodada por Lynch; y, finalmente, asomarse al negro abismo de un tiempo futuro no muy lejano -nos encontramos en una “cuasi distopía”, en elocuentes palabras del mismo realizador-, donde las discotecas cambian cada noche de nombre en función del año para el que se pinche su música y las calles, impolutas si bien desérticas a excepción de la presencia de animales salvajes, solo son hábiles para atravesarse portando una extraña máscara facial. Estos episodios temporales, aunque mantienen una continuidad propia, no suceden en un orden a priori lógico ni estricto, sino que se entrecruzan, aparecen y desaparecen bajo la simple acción de un parpadeo, como el que es forzado a efectuar Gabrielle, toda vez tumbada en el interior de una bañera repleta de un oleoso líquido de color negro, de cara a purificar sus recuerdos, a metamorfosear su propio yo…

Por si el sinuoso recorrido anterior no fuera suficiente per se, La bête asienta en su seno otras derivas, asimismo de rabiosa actualidad, como el de la masculinidad tóxica, o el papel que ostenta la mujer -insegura; sumisa; valiente- frente al acoso, no solo sin que entorpezcan la arteria principal que nutre el relato, que no es sino una obscurecida expresión del deseo de otredad y el miedo a la propia experiencia, sino asumiéndolas como parte misma de su inestable corazón, y siempre manteniendo un ojo puesto en el cuidado de la forma como sublimación del contenido, superponiendo diferentes (y diferenciables) cualidades de la imagen y el color: no son baladí los cambios en el formato de cuadrado a panorámico -más allá del literal estrechamiento y natural lectura en torno al distinto grado de opresión o liberación que experimentan los personajes encuadrados- y el viraje en los tonos fotográficos, que, como los propios capítulos descritos, bailan con perspectiva y soltura entre lo agradable, lo ominoso y lo violento.
La película no hará más que lanzar cuestionamientos al vidente, y no siempre brindará las oportunas respuestas, o no, al menos, unas conclusiones tajantes al respecto. De hecho, el plano narrativo real que acontece, el definitivo (que no definitorio), ni siquiera está claro, o cuanto menos se presta al debate. ¿Acaso no existe y todo el conjunto se trata de una mera representación? ¿Cuáles son los límites de la ficción, cuando toma partido y hace acopio de la propia puesta en escena para hacer partícipe al que permanece sentado en la butaca frente a ella? Interrogantes y escaneos que se trasladan más allá del metraje y que hacen aún más rica la experiencia del visionado de esta vasta obra, que habla del presente desde el futuro y el pasado como un todo supraconectado.


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