Crítica de Immaculate, dirigida por Michael Mohan

Nuevo ejercicio de monjas pervertidas sobre la gran pantalla, Immaculate se estrena con una diferencia de apenas un mes respecto a La primera profecía (Arkasha Stevenson), lo que sirve para atestiguar la predicación que este tipo de realizaciones de un terror auspiciado en el ámbito religioso aún mantiene entre los aficionados, en un camino hacia atrás que desemboca en el subgénero italiano de nunsploitation. La última obra dirigida por Michael Mohan y producida por su actriz protagonista, una sufridora Sidney Sweeney, se cuenta como una modesta producción sin demasiadas aspiraciones pero buen acabado formal, y que no rehuye la virulencia como ejercicio de batalla contra los corsés del estamento eclesiástico.

Póster de Immaculate, dirigida por Michael Mohan

País: EE.UU., Italia
Año: 2024
Estreno: 1-5-2024
Duración: 89 min.
Director: Michael Mohan
Guion: Andrew Lobel
Fotografía: Elisha Christian
Música: Will Bates
Intérpretes: Sydney Sweeney, Álvaro Morte, Benedetta Porcaroli, Dora Romano, Giorgio Colangeli
Género: terror religioso
Productora: Black Bear, Fifty-Fifty Films, Middle Child Films

 

EL CLAVO DE CRISTO

El género de la nunsploitation, que pervirtiese el sino angelical de las monjas novicias según ideas lascivas más o menos explícitas y que perpetraran durante la década de los setenta los italianos (para mayor burla y escarnio en el seno de la Iglesia Católica), parece vivir una segunda juventud, a tenor de los estrenos, durante los últimos años, de cintas (y sagas) que aluden, si bien con una incisión fantástica más arraigada, a esta corriente clásica. A St. Agatha (Darren Lynn Bousman, 2018), La monja (The Nun; Corin Hardy, 2018) y su continuación La monja 2 (Michael Chaves, 2023), Benedetta (Paul Verhoeven, 2021) o Hermana Muerte (Paco Plaza, 2023),por referir tan solo unos ejemplos, se une como último eslabón Immaculate, que, a su vez, convive en el tiempo de la cartelera con otra muestra, La primera profecía (Arkasha Stevenson), con la que comparte, además, un idéntico planteamiento de la trama: una joven monja llega a un convento para concebir una nueva vida… Cuestión que sus compañeras más recientes de viaje están dispuestas a impedir (o amoldar), empleándose a tal fin con distinto grado de virulencia. En jerga moderna, a esta última circunstancia se la ha venido a denominar como “Twin Films”, y este dúo supone un ejemplo de manual al respecto.

El encargado, en esta ocasión, de llevar a la práctica esta última incursión en terrenos monacales sacrílegos desde el habitual territorio USA es Michael Mohan, quien firma aquí su tercer largometraje tras Save the Date (2012) y The Voyeurs (2021), pero con la relevante participación de Sidney Sweeney, quien no solo ejerce el papel principal -con destacada solvencia, todo hay que decirlo- sino que actúa en calidad de productora, conformando una de las tres patas sostén de la cinta, en este caso Fifty-Fifty Films. El texto corre a cargo del debutante Andrew Lobel, y desde luego no puede contarse como uno de los puntos fuertes de la obra, dado que, precisamente, no termina de reunir y cuajar los diferentes eslabones y espacios con que construye el relato (por más que una historia de estas características no parezca requerir de grandes alardes al respecto); su referente, no obstante, sí resulta bien visible, y no son tanto aquellos viejos títulos del país transalpino como, sobre todo, La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968).

Sydney Sweeney en Immaculate, dirigida por Michael Mohan

En cambio Mohan sí resuelve, de manera notable, la cuestión visual, prestándose, incluso, a la virguería técnica en forma de travellings que siguen a la protagonista (y antes a algún personaje en su misma situación de inminente peligro, como durante la ejemplar secuencia de apertura) y que sirven para arrojar nervio estético sobre unas imágenes ya de por sí lo suficientemente cuidadas, en un buen trabajo fotográfico y de ambientación por parte de Elisha Christian. A este respecto, urge destacar el trabajo con el fuera de campo -habitaciones que permanecen con la puerta abierta; pasillos y estancias demasiado amplias donde resulta más fácil la irrupción de presencias indeseadas; o paseos que parecerían rutinarios, de no ser por la caída voluntaria de alguien desde una estancia superior, lo que nace del marco superior del encuadre…-, así como con el fondo del plano, por donde van a asomar elementos (objetos y figuras) de signo acongojante, y ello sin la necesidad de recurrir al manido golpe de efecto en la banda de sonido para acrecentar dicha sensación. Por último, existe en el conjunto una tenebrosa ambientación que no decae, y algunos de los momentos más álgidos que depara son aquellos donde se visualiza a ese conjunto de monjas ejecutoras con una tela teñida de rojo en su rostro; tremenda potencia y poderío visual que no teme descarrilar y hacen derivar la narración hacia la enseñanza sin ambages de imágenes gore, que se antojan sorprendentes cuando menos.

Las monjas de rojo en Immaculate, dirigida por Michael Mohan

A todo lo anterior cabe sumar que el ritmo se inicia muy alto y es capaz de sostenerse en términos similares durante la práctica totalidad del metraje -apenas hora y media: otro punto a su favor-, y es que no paran de sucederse acontecimientos con cada nueva escena, si bien con la pega de su excesiva dispersión y falta de encaje antes referida. Una leve sensación de arbitrariedad que se manifiesta, asimismo, merced a la introducción de un tema musical que suena en el primer tercio, y que resulta muy reconocible entre el aficionado al terror italiano porque está extraído de La dama rossa uccide sette volte (Emilio P. Miraglia, 1972), obra que compusiera el gran Bruno Nicolai para un filme que no se adscribe al género aquí abordado sino al giallo con connotaciones góticas. Se trata, sin duda, de un golpe de efecto para el espectador cómplice, pero también habla, de manera elocuente, en torno a la libérrima cualidad creativa con que se prodiga el realizador estadounidense.

Immaculate se configura como un divertimento de terror sin mayores pretensiones ni miedo al vacío, consiguiendo acometer las expectativas autoimpuestas por la pareja principal de responsables anteriormente citada mientras se ocupa de desperdigar por el camino una generosa ración de coágulos de sangre y, sobre todo, un capítulo final enrabietado y sustentado en una mala baba que bien puede ocasionar un sonoro escozor entre el estamento eclesiástico. Más aún cuando la idea última que desprende, aun de modo irreverente, se entromete de sopetón -por no decir que violenta con aires funestos- con uno de los mandamientos sagrados más asumidos e intocables no ya dentro del credo religioso, sino por la propia sociedad puritana actual: el de la cuestión del nacimiento. Y empleando para su extirpación, para más inri, un arma que se erige otro de los pilares fundamentales del imaginario que se ha sostenido adherido a la Iglesia durante siglos, símbolo patente de su oxidación. 

Sydney Sweeney ensangrentada en Immaculate, dirigida por Michael Mohan


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