Crítica de La sustancia, de Coralie Fargeat

He aquí una serie de notas en torno a la nueva película de Coralie Fargeat, que debutara en 2017 con la muy estimulante Revenge, título en el que ya demostró su capacidad para romper moldes a raíz de una puesta en escena que saca partido de su luminosidad para escarbar y sacar pus de entre las más hondas -o superficiales: según se mire- pulsiones y vicios humanos. Se trata de las mismas cuestiones -y su exasperada traslación a imágenes- que ahora sobredimensiona en La sustancia, que ha despertado un entusiasmo casi unánime entre público y crítica, pese a lo extremo de su propuesta. El que escribe estas líneas se muestra algo más escéptico al respecto, aprovechando la coyuntura de su estreno para marcar una serie de puntos que tratan de descifrar por qué se ha convertido en la película de moda no ya de este otoño, sino probablemente de todo el 2024.

La sustancia póster

País: Reino Unido, Francia
Título original: The Substance
Año: 2024
Estreno: 11-10-2024
Duración: 141 min.
Director: Coralie FargeatGuion: Coralie Fargeat
Fotografía: Benjamin Kracun
Música: Raffertie
Intérpretes: Demi Moore, Margaret Qualley, Dennis Quaid, Edward Hamilton Clark
Género: monstruo multipatas
Productora: Working Title Films, A Good Story, Blacksmith

 

EL RUIDO DEL MONSTRUO

1. Recepción de un paquete exógeno. No alcanzo a recordar una acogida entre el público (toda clase de público) similar a la que ha obtenido La sustancia. Podría asumirse el entusiasmo en el marco de un festival de cine de género como Sitges, habituado a alojar toda clase de propuestas embrutecidas, cuando no directamente viles en su naturaleza; e incluso, aun con reparos, en el de San Sebastián, cuya sola idea de programarla entre una corriente de títulos de carácter autoral ya advierte sobremanera del potencial que emana de ella. Pero el hecho de que, acto seguido, se pase en cines comerciales de toda España, resulta, cuando menos, paradójico. Más aún sus resultados: cuarta posición en taquilla durante su primer fin de semana de exhibición. Si descartamos la posibilidad de que la gente corriente haya sufrido una repentina pulsión por el ruido, el gore y la desnudez en pantalla, llegamos al escenario de la ausencia de un conocimiento real sobre lo que se está a punto de presenciar, lo cual deriva, irremediablemente, en el patente poder del runrún. Cuando no habla a las claras de la necesidad impostada, e impuesta por nuestros semejantes, de no quedar al margen de la conversación en el café de sobremesa con estos. Ahora bien: la curiosidad mató al gato. O puede que no…

2. El fundamento del ruido. La sustancia es una película que evidencia un deseo de trascender, de erigirse en objeto de culto instantáneo. De superar, justamente, el marco y los prejuicios previamente asumidos por el espectador (medio o cómplice, de ahí su astucia), para percutir, colarse y persistir en su subsconsciente, merced al doble ruido que emana de sus imágenes: en un primer plano, el literal -el texto, elemental, que aúna dos temas, el del anhelo de la eterna juventud y la irrupción del Doble, ya de sobra machacados, se conduce a través de la hipérbole y el paroximo visual y sonoro, mediante las convulsiones de electricidad concebidas por el compositor Raffertie-, y en derivación directa, el ambiental, que alude a ese recorrido de programación y exhibición que tendrá su prolongación material en toda clase de parafernalia de índole comercial -camisetas, ediciones en vinilo y Blu-ray, box sets y cajas de cartón kraft para el recreo del nuevo fan-. El resultado no es solo plenamente funcional, consiguiendo atrapar con ahínco al interesado vidente durante las (arriesgadas) dos horas y media de metraje, sino que su ambicioso ejercicio de opulencia con deriva antes cómica que sarcástica para con la alta sociedad que demanda y se aprovecha del anhelo de perfección (eminentemente femenino), cuyo tejemaneje no puede sino explotarle en la cara, divertirá sobremanera a aquel, firme creyente de haber presenciado un espectáculo único en su especie. Sad bad NOT true. 

La sustancia Margaret Qualley

3. Materiales de construcción. Coralie Fargeat tiene 48 años en el momento de su gran creación. Una edad perfecta para haber consumido toda clase de sustancias fílmicas durante su etapa de formación cinéfila cinéfaga. Y lo mejor de todo es que no se preocupa en esconderlas, antes al contrario: las exhibe con orgullo y fruición, atreviéndose no solo a mezclarlas con dudosa aquiescencia en el folleto de su artefacto, sino incluso a reproducirlas sin reparo ni vergüenza alguna como fórmula de su poción antiedad. Por ello, es menester traerlas a colación respetando su forma primigenia, como un mero listado, limitado por necesidad y en ningún caso exclusivo, pero sí (re)citador de lo evidente, a saber: Frankenstein (James Whale, 1931), Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), Hermanas (Brian De Palma, 1972), Carrie (Brian De Palma, 1976), El hombre elefante (David Lynch, 1980), El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), Possession (Andrzej Zulawski, 1981), La cosa (John Carpenter, 1982), The Stuff (Larry Cohen, 1985), Re-Animator (Stuart Gordon, 1985), La mosca (David Cronenberg, 1986), Inseparables (David Cronenberg, 1988), La muerte os sienta tan bien (Robert Zemeckis, 1992), Braindead: tu madre se ha comido a mi perro (Peter Jackson, 1992), Mulholland Drive (David Lynch, 2001), Revenge (Coralie Fargeat, 2017)… Una cadena fascinante y amorfa en igual medida, presidida, a su vez, por dos textos seminales: El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1896), de Robert Louis Stevenson, y El retrato de Dorian Gray, escrita por Oscar Wilde y publicado como novela en 1891. Casi nada.

La sustancia plagia planos de Psicosis

4. Efectos secundarios. Pese a su extraordinario y corajudo arranque, donde la honestidad aún es la norma en la hiriente aproximación a la cosificación de la mujer como retórica de su último tramo en la adultez y, así, la violenta desnudez física y emocional a la que se somete una actriz como Demi Moore cobra el (pleno) sentido que se anuncia, toda vez trazadas las costuras que evidencian el sangrante paso del tiempo que afectan al cuerpo y la psique de todo ser vivo, la cuestión primordial que traza la narrativa en su alargado bloque central revolotea sobre sí misma, consciente de su magnitud y condición sonsacadora de asombro, y solo tiene una salida posible: el precipicio. Una vez enseñado el abismo, tan solo cabe adentrarse en el mismo y gritar. Vociferar hasta la exasperación para que la reverberación de las paredes cavernarias tengan el efecto amplificador deseado. Lo que queda tras el salto, además del silencio elocuente, es una llamativa y poderosa, pero a un mismo tiempo inane y de todo punto irreverente exhibición pública de un monstruo difícilmente dominable y construido a partir de retazos, ninguno original, y cuyos puntos de unión, en lo estrictamente formal, ya habían sido enunciados, con mayor tino y contención aun dentro de la desmesura, en el trabajo anterior propio. Miren, si no, Reality+ (2014), segundo cortometraje de la directora. 

La sustancia pasillo El resplandor

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