Parker Finn extendió la idea elaborada en su cortometraje Laura Hasn’t Slept (2020) en su debut en el largometraje con Smile (2022), siendo capaz de entregar un interesante ejercicio de nuevo terror, joven, corajudo y que apuesta sus bazas audiovisuales a partir de la honestidad para con aquella. Ahora entrega la secuela, Smile 2, y repite buena parte de los patrones observables en aquella, pero estancándose y cerrándose en torno a los mismos, aprovechando lo terrorífico de la coyuntura para ampliar lecturas derivadas, lo que no juega en su favor.

País: EE.UU.
Año: 2024
Estreno: 18-10-2024
Duración: 127 min.
Director: Parker Finn
Guion: Parker Finn
Fotografía: Charlie Sarroff
Música: Cristobal Tapia de Veer
Intérpretes: Naomi Scott, Rosemarie DeWitt, Lukas Gage, Miles Gutierrez-Riley, Peter Jacobson
Género: terror
Productora: Paramount Pictures, Paramount Players, Temple Hill Entertainment
PERPETUAR LA RISA A TODA COSTA
Parker Finn consiguió con Smile (2022) entregar una sólida propuesta adherida al nuevo cine de terror, que juega y conjuga elementos clásicos del género siendo capaz de darles un nuevo lustre merced a la sencillez expositiva, la cercanía de los personajes y la concreción en la historia, sin pretender dispersar por el camino discursos de ningún tipo más allá del honesto afán de hacer pasar un rato entretenido al espectador. Ello no fue óbice para que nuestro camarada y colaborador Federico Fornasari recurriese a la cita de alguno de esos clásicos a colación de una lectura más compleja y enriquecedora de sus imágenes.

En mi caso, no iré tan lejos con la secuela, Smile 2, dado que el esquema argumental y la idea raíz no varían en lo esencial: los personajes son otros -aquí la protagonista es una estrella mundial del pop en lugar de una doctora-, pero el proceso de contaminación y deriva de autodestrucción que emprenden sus seres por culpa del mal intangible que los invade es el mismo. Esta ausencia de novedad no impide que la función resulte, por lo general, divertida, pero da la sensación de que la cinta avanza a trompicones solo para encontrar el siguiente jumpscare, que puede incluso elevar el grado de gore y repulsión respecto al anterior -también, en su conjunto, con la película original-, pero no consigue sorprender de la misma forma en una cadena de siniestros que se revela progresivamente impostada.
Así, pese a su briosa e impactante secuencia de arranque, filmada con el nervio inherente y la cercana peligrosidad que proporcionan la cámara en mano, y un primer tramo donde la amenaza a la protagonista, Skye Riley (Naomi Scott), sí se siente latente merced a una serie de personajes aledaños capaces de exhibir esa retorcida y siniestra muesca de sonrisa -quizá demasiado forzada en ocasiones, en perfecta prolongación del propio sino de las imágenes- que hacen presumir su fatal destino, la cinta se enfanga y autobloquea en su parte central por mor del reiterado sufrimiento a que es sometido esta, cuyo papel tiene como único fin asomar hacia un final que redoble la apuesta y anuncie, con meditado afán sorpresivo y atravesado por una visualización monstruosa de la verdad que subyace a un horror hasta entonces invisible, una extensión indefinida de su fatal historia (por otro lado inevitable, dada la condición maldita de su naturaleza).

El problema radica, pues, en la sensación de que Finn construye toda su película a partir de la idea exhibicionista que transmite su apocalíptico final, destapando, de este modo, las costuras que habíamos entrevisto a lo largo del (excesivo) minutaje anterior. Así, considerada en su tan visible como evidente acepción metafórica, el mal que afecta a Riley no nace de las fatales adicciones de que fue presa en su proceso de ascensión a la fama de la canción, sino que es fruto de la desproporcionada obsesión del fenómeno fan que invade su intimidad hasta el punto de penetrar en su psique y desvirtuar la misma, convirtiéndola en una suerte de autómata espectral, anonadada y asustada no solo de todos los demás, sino en primera instancia de sí misma.
Urge pegar un volantazo y explorar nuevas vías, a riesgo de caer y enquistarse en la contradicción de lo apuntado en el párrafo (y película) inicial.

