Crítica de Weapons, de Zach Cregger

Segunda semana consecutiva con un estreno aspirante al título de «película de terror del año». O al menos del verano, tiempo en el que ha coincidido en cartel con Devuélvemela. Weapons, la nueva obra de Zach Cregger, responsable de Barbarian (2022), propone un misterio entroncado en un trágico incidente de protagonismo infantil (la desaparición de una clase casi entera de niños), pero lo desarrolla en el marco plural, en formato de episodios interconectados, que atañe a algunos de los adultos que los rodeaban. Y lo hace prestando más atención al (logrado) efectismo del susto que a la exploración del trauma colectivo de quienes lo padecen, reservándose todas sus armas –algunas de ellas, bien visibles en este póster alternativo– para una traca final que ampara la vis cómica sobre la que se arraiga la carrera de este actor y cineasta norteamericano. Hablamos de ella y, como excusa perfecta por su condición, aprovechamos para reflexionar sobre el sentido de la preservación a ultranza de los aspectos definitorios de un relato cinematográfico antes de verlo… Acaso como hábil mecanismo para salvaguardar sus propios defectos.

Cartel alternativo de Weapons, dirigida por Zach Cregger

País: Estados Unidos
Año: 2025
Estreno: 8-8-2025
Duración: 128 min.
Director: Zach Cregger
Guion: Zach Cregger
Fotografía: Aaron McLisky
Montaje:Joe Murphy
Música: Zach Cregger, Hays Holladay, Ryan Holladay
Intérpretes: Julia Garner, Josh Brolin, Cary Christopher, Jason Turner, Benedict Wong
Género: terror millennial
Productora: New Line Cinema, Domain Entertainment, Subconscious

 

RECELOSO GUARDIÁN DE LAS (PEORES) ARMAS

Salimos a fenómeno de terror por semana. La pasada hablábamos de Devuélvemela, la nueva cinta de los hermanos Philippou, que ha dejado un rastro de admiración generalizada al conjugar un desconsolador drama en el seno de una cinta de género con explosiones de ruda violencia; justo donde a un servidor le chirría el encaje. Ahora es el turno de la nueva obra de Zach Cregger, que hace solo tres años impactase al aficionado merced a Barbarian, y que con Weapons parece redoblar su apuesta por el horror que subyace tras las cortinas de la América urbana y moderna, convenientemente ocultado, a su vez, mediante un elemento de misterio en torno al cual plantea sus imágenes: todos los niños de una clase, excepto uno, huyen de sus casas una noche a la misma hora sin dejar ningún rastro.

Julia Garner en Weapons, dirigida por Zach Cregger

Es difícil mantener el secreto que vertebra una película en esta era de la sobreinformación. Y, aun así, cada cual lucha de forma enconada por preservarlo para sí. Parece que temamos más descubrir el pastel de la ficción antes de tiempo que mirar al telediario y ver lo que sucede en Gaza en tiempo real, por ejemplo. Nos enfadaremos con el amigo que nos ha hablado más de lo debido antes de pasar al multisalas, y sin embargo, a nuestro regreso a casa, seguiremos mirando la televisión con lejana indiferencia (e indolencia) ante la verdadera barbarie. La piel fina de la sociedad occidental. Tampoco es cuestión de criminalizar, dado que ese espectador que acude a ver Weapons lo hará solo animado bajo el sano propósito de pasar un rato entretenido y padecer, en primera persona y al albur del aire acondicionado, una experiencia terrorífica veraniega… sin que le salpique al cuerpo una gota de sangre. No digamos ya a la conciencia.

En este sentido, el joven director norteamericano clava su propuesta: plantea una premisa que engancha; la desarrolla con el dinamismo a que se ha acostumbrado y que por tanto exige, ya sea inconscientemente, dicho espectador (pegándole sustos tan generosos como inanes en el camino, merced a algunos de los jump scares más logrados del terror reciente; para eso pagó su entrada); y la resuelve alegando temas de índole ocultista como el que expone un mono de feria: al principio lo miramos con cierta admiración e intriga, pero no tardamos en acostumbrarnos a su natural extrañeza y, entonces, podemos reírnos a carcajadas de su condición sin ningún complejo de culpa. Al fin y al cabo, los avatares de nuestra existencia (y de la de aquellos que nos rodean) no puede ser tan cruel y caprichosa, ¿verdad?

Josh Brolin en Weapons, dirigida por Zach Cregger

La paradoja del alto secreto es tal que llega a este extremo: Cregger –también guionista, y músico, junto a los hermanos Holladay– construye su narrativa en forma circular, mediante una serie de seis capítulos que atañen a habitantes del vecindario (no necesariamente protagonistas, alguno solo pasaba por allí; queda claro su gusto por la distracción), de manera que se cruzan y vemos las mismas acciones, si bien desde distintos puntos de vista. Pero esa repetición aporta más bien poco, más allá de redundar (que no ahondar) en los severos problemas emocionales, que, se supone, ha acarreado en cada uno de ellos la vivencia en primera persona de una conmoción colectiva de carácter sobrenatural. Y, sobre todo, no resuelve nada. Porque su metralla de brujería de postín que da pábulo a la comedia ha preferido reservarla para el tramo final, donde tanto da que se corra de nuevo con los brazos en cruz como que se visione una metralleta tridimensional gigante sobre el techo de una vivienda. Es fruto de la caprichosa comunión entre referentes de culto –
Picnic at Hanging Rock (1975), Magnolia (1999), Hereditary (2018)– y lenguajes modernos como el de los videojuegos; no por casualidad, el año que viene estrenará un reboot de Resident Evil– que establece su responsable, sin duda un consumidor de imágenes millennial bien entrenado.

Una imagen de Weapons, dirigida por Zach Cregger


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