El pasado 17 de enero arrancó el festival Cortópolis en su versión definitiva. Tras una primera prueba hace ya algunos meses que demostró el potencial de los organizadores a la hora de constatar que el cortometraje también puede interesar a una gran cantidad de público, llegó la hora de la primera entrega. Una de tantas que están por venir en los sucesivos meses del año. Y como principal figura responsable de un, a buen seguro, arduo y calculado trabajo de días y semanas por parte de todo un equipo de profesionales y amantes del cine, Raúl Cerezo, el cineasta que con cada nuevo evento que logra llevar a cabo parece perseguir el título invisible de rey de la promoción cortometrajística nacional. Escorto en su fundación; Córtate en la concrección; y finalmente Cortópolis en el apogeo. Poco más se puede resolver de un hombre que está llamado a inscribir su nombre en algún lugar del cine español. En la red de redes ya lo conocemos todos por su constante guerrilleo cinéfilo.
El hecho de llenar una sala de Kinépolis Madrid, uno de los cines más grandes de España, en 45 minutos tiene su mérito. Aunque también tiene truco, márketing con conocimiento de causa dirán otros: entrada gratis, promoción viral en internet y picoteo posterior porque sí. Así es más sencillo, pero el reclamo cinematográfico está ahí. Y es que la entera concepción del evento huele precisamente a eso: cine, cine y más cine. Desde la música ambiental en la sala -caprichos ochenteros y evidentemente “spielbergianos” de quien yo me sé, y vosotros también-, pasando por la ausencia de una presentadora física -una dinámica y simpática Ana Galocha introducía cada trabajo directamente desde la pantalla, filmada en el entorno de las instalaciones- y la inclusión de cortinillas a modo de guiño para amenizar los momentos de impás sin que el espectador deje de prestar atención a lo proyectado, todo tiene su raíz en una pasión exacerbada por el entretenimiento y la virtud técnica que posibilita el séptimo arte, independientemente de su formato de exhibición.
Y como centro de las miradas, las cinco pequeñas películas que tuvimos ocasión de ver en todo su esplendor, fruto de la excelente proyección en alta definición que ofrece Kinépolis y con el aliciente de su presentación por parte de los respectivos directores. Un afán de selección exquisita aunque algo irregular por parte de la organización, que verá continuada su labor en las próximas ediciones, hasta llegar a final de 2013 donde se celebrará una gala que premiará a lo mejor de todo el año. Desmenucemos pues los trabajos presentados en orden de exhibición:
Horizonte (Aitor Uribarri). El sevillano Aitor Uribarri abre el camino con un trabajo de impecable producción, soberbio empaque visual e impactantes imágenes. Una historia desarrollada en el marco de un mundo postapocalíptico que recuerda, desde su primeras tomas, a films recientes del mismo estilo como La carretera o El libro de Eli. Resulta increíble constatar que apenas 20 minutos dejan intuir tanto talento, y es que el tono fotográfico de este cortometraje bien poco tiene que envidiar a los anteriores títulos (por más que sean sus directos inspiradores), y conseguir eso con muchísimo menos presupuesto tiene su importancia. Lo mismo se puede decir de unos efectos especiales (visibles en los espantosos rostros de los seres que amenazan la supervivencia de la madre y la hija protagonistas) y un maquillaje que consiguen su propósito de atemorizar al espectador. Curiosamente, el cierre de la historia en forma de cita cíclica-reflexiva sobre nuestra condición en el mundo, deja un poso de incompletitud, no tanto con respecto a la lógica interna de la historia, sino en cuanto a su posibilidad de ser explotada en formato largo; ya que bien podría tratarse de un extracto de una apasionante y sugerente realización de mayor espectro, lugar donde adquiriría verdadero sentido y razón de ser.
Todos los hombres se llaman Robert (Marc-Henri Boulier). Lo más corto de esta primera edición fue el único trabajo internacional, proveniente de tierras galas. Cinco minutos de pura adrenalina. Presumible survival movie que persigue a un hombre desnudo en mitad del bosque mientras esquiva disparos mortales a sus espaldas y escucha el resonar de su nombre -recordando la importancia que todo título debe tener, una vez, y otra, y otra más…-, filmada con el nervio y la tensión de montaje que precisa una cinta de estas características, que de repente, y como conclusión, vira imprevisiblemente a film de ciencia-ficción surrealista y de profusa vena crítica. En un solo plano, con un único y suave movimiento de cámara. Imaginación demoledora para un terremoto de géneros que se avalanza ante el respetable sin que a este ni siquiera le haya dado tiempo a respirar. Lo mejor de la noche en un único impacto, frío, duro y resonante, como debe ser. Y francés, cómo no.
Hibernation (Jon Mikel Caballero). Empezó aquí el declive de la programación, pero por una mera cuestión de posicionamiento, ya que los dos mejores trabajos en opinión del que esto suscribe sencillamente eclipsaron al resto. Y no es que Hibernation sea un mal trabajo (de hecho ninguno de los cinco lo fue), sino llanamente un producto indefinido, que juega con el trasfondo de la ciencia-ficción y con todos sus mecanismos más reconocibles de puesta en escena para elaborar un discurso sobre la pérdida del amor, emotivo pero diluido en mitad de un aparataje visual por otro lado sobrio y bien construido. Es el ejemplo perfecto para establecer la siempre necesaria reflexión acerca del equilibrio entre fondo y forma, y viceversa; la emoción que se eclipsa ante una posible delectación visual, o la contemplación que se ve truncada por un sentimentalismo palpitante. Tanto da, hay que reconocer el potencial del ideario visual de Jon Mikel Caballero, que a buen seguro dará jugosos frutos en el futuro.
La primera noche (Eduardo Moyano Fernández). Entre tanta seriedad, toca el turno de la comedia, y La primera noche da cuanto promete: sano entretenimiento, diversión y un punto de romanticismo ebrio bastante resultón. De entre la chispa neurótica del primer Woody Allen y la socarronería de Peter Sellers nace la gracieta del protagonista de este trabajo, quien padece una rara enfermedad que le produce sueño repentino, adicción al sexo y hambruna exacerbada en un cóctel cuasi molotov que habrá de sufrir la inocente dependienta de un 24 horas. Presume de dinamismo y eficiencia narrativa -empujado por una estética pulp visible desde sus títulos de crédito y pasando por unos rótulos intermedios de simétrica adaptación a la imagen real-, pero sus diálogos, aun eficientes, no proporcionan el gancho definitivo para la risotada que todo espectador espera. Veremos qué deparan sus continuaciones: se anuncia trilogía cachonda.
Al otro lado (Alicia Albares). Fin de fiesta inquietante y abandonado a su suerte, quizás una especie de guiño al propio cortometraje de Alicia Albares. Una casa que esconde un misterio, un joven estudiante interesado en alguna clase de ciencias ocultas (y que masca chicle como ninguno) y un viejo que tiene mucho que decir. Elementos mínimos para la sugestión, en un conjunto de tan suavemente orquestado, improductivo en su afán de conquistar nuestra atención. En efecto, se observa un impecable trabajo de ambientación, incluso su no linealidad beneficia el ritmo de la narración (por mínima que esta fuera), pero es su ausencia de una culminación clara, de atreverse a cruzar el espejo de la irrealidad y dejarse inundar por la magia que no deja de anunciar, lo que finalmente lastra el trabajo.
En su conjunto, una interesante selección, mejorable pero más que suficiente como punto de partida. El público aplaudió al fin de cada película, se estremeció cuando hubo de hacerlo, y rió cuando así lo pedían las imágenes. Variadas impresiones para un par de horas muy disfrutables y donde, como siempre acontece en todo lo que rodea al pequeño gran mundo del corto, el colegueo y buen rollo camparon a sus anchas; términos coloquiales que encajan a la perfección para la definición de un evento que pretende hacer justicia al cortometraje como fin. Otra vez. Y vaya que si lo hará.
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