Savaged (Michael S. Ojeda, 2013)
Deja un comentarioagosto 18, 2014 por Roberto García-Ochoa Peces
Hay ocasiones en las que el fan de cine de género se deja llevar por sus bajas pasiones, en espera, quizás, de saciar sus instintos más inconfensables a través del correspondiente festín de sangre y vísceras dentro de un marco bien reconocible y, por lo tanto, en cierta medida autolimitado para el mismo. Por eso, la aparición regular de nueva carne fresca, igualmente jugosa pero con el aditivo de un color escorado del rojo puro, que saca incluso partido de unas raíces en forma de veta blanca normalmente dejadas de lado por su incómoda ingestión, supone un hálito de justicia para las nuevas formas de degustación (cinéfaga). Es este, justamente, el caso de la cinta que nos ocupa, Savaged.
Dirigida, guionizada y fotografiada por Michael S. Ojeda (debutante en el largometraje, tras la dirección de algún capítulo de la serie de televisión El guerrero más letal. The deadliest warrior), si de algo no puede acusarse a esta producción es de impersonal; y es que Ojeda aprovecha su visible conocimiento del medio, así como su profunda afición por los films de género más rompedores y alejados del cliché, para poner en imágenes su particular visión de lo que debe suponer el cine de terror para el espectador actual. Es de recibo afirmar que viene a representar lo que, casi con toda probabilidad, a él le gustaría disfrutar como público, siempre desde una perspectiva ya introducida en el imaginario del género.
De ahí que su cinta resulte, por encima de lecturas metacinematográficas, plenamente disfrutable. Un auténtico festín de hora y media de duración donde presenciamos la venganza inesperada pero del todo contundente de una joven muda que topa con un grupo de salvajes de la América profunda que la secuestran y ultrajan hasta acabar con su vida, truncando así el encuentro definitivo con su prometido, o cuando menos un encuentro “normalizado”. Y si en el resumen anterior encuentran algún conato de incoherencia y/o lugar común, no se preocupen: está todo bajo control. O bajo un control invertido, donde el recorrido de la montaña rusa en la que de manera insospechada participamos puede pasar de la casa de los horrores de The Texas Chainsaw Massacre –en un guiño más político que demente- a una vuelta de tuerca en espiral sobre la incomodidad (moral y física) inherente al subgénero del Rape & vengeance (véase La violencia del sexo (1978), de Meir Zarchi, como ejemplo), pasando por la magia ancestral de los indios del oeste americano, como pasaje a una reconversión en presencia ulterior del guerrero Apache, corporeizada en versión eccehomo de lo que podría haber sido el zombi con más atractivo de los últimos tiempos.
De todo lo anterior se deduce una cinta que juega inteligentemente con los tempos, que permite, primero, el sufrimiento del espectador, para después sublimar su deseo de ajusticimiento, y que lo hace rebajando cualquier componente de gravedad en pos de la asunción del elemento lúdico. Lo más parecido a un tren de alta velocidad AVE (Fénix), que cruza en su camino multitud de terrenos -a cada cual más sorprendente e inexplorado- y que arrasa en su avance con todo lo que pilla a su paso, sin reparar en exageraciones carniceras. Es la justa potencia de una conducción desbocada y vigorosa, la de una gloriosa heroína de improbable belleza. Ríase usted de Kill Bill.