mother!, de Darren Aronofsky

mother! es la última producción del siempre controvertido Darren Aronofsky. Una obra tumultuosa y colérica que se abre a múltiples interpretaciones a raíz del torrente de ideas que despliega el realizador de origen neoyorquino, en su mayoría proclives a la exhibición constante de la metáfora como recurso expresivo. A continuación abordamos el asunto, sin olvidar el papel que juega el espectador en este juego de representación que es el cine.

 

Cartel de la película madre!, dirigida por Darren Aronofsky

País: EE.UU.
Año: 2017
Duración: 121 min.
Director: Darren Aronofsky
Guión: Darren Aronofsky
Fotografía: Matthew Libatique
Música: Andrew Weisblum
Reparto: Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris, Michelle Pfeiffer
Productora: Protozoa Pictures
Página webhttps://www.facebook.com/OfficialMotherMovie/

 

LA MENSTRUACIÓN DEL ESPECTADOR

¿Para quién se hace cine? La lógica impondría una respuesta clara, acaso innecesaria, absurda si se quiere: para el espectador. Pero obras como madre! plantean una disyuntiva rica y rupturista respecto a la corriente mayoritaria, borreguil en no poca medida. Dentro del proceso de deriva que vive el cine comercial de nuestros días -apartado en el que se ha colado indebidamente esta cinta, gracias al fulgor de sus dos estrellas principales- el mensaje ha de plantearse suficientemente filtrado, apto para su rápida masticación y sencilla deglución, sin que la digestión entre a formar parte de un ejercicio que se ha visto transformado en un mero trámite, pura rutina, como si de lidiar con el menú del día se tratase. De ahí que la radicalidad sea una opción muy mal vista, no ya en el seno de la realidad, sino como canal de expresión, artístico o ideológico. La gente tiene miedo a lo diferente, la sociedad se plantea cada vez más conservadora, y el momento para la reflexión se ha extinguido en medio de la vorágine de sobreinformación y manifiesta tergiversación que nos invade. Por eso, la plausibilidad de que un realizador como Darren Aronofsky, un provocador nato, un maestro en la manipulación de la imagen a la hora de incendiar conciencias y soliviantar la convencionalidad de nuestro mundo, plantee en su última película ideas y soluciones formales que apelan constantemente a la metaforización del espacio a nuestro alrededor, resulta de todo punto insoportable para el espectador de hoy. Que, inevitablemente, se asusta ante semejante maremágnum imaginativo y rechaza de plano su propuesta.

Una imagen de Javier Bardem en madre!, dirigida por Darren Aronofsky

El director de La fuente de la vida (2006) ofrece múltiples lecturas en su relato, pero lo hace desde la extrañeza y alejado de cualquier asidero real, transformando el concepto de normalidad que tenemos asumido. Es una apuesta valiente y que continúa la particular idiosincrasia que ya comenzara a exhibir en su alocado debut –Pi, fe en el caos (1998)- o en su siguiente película, que le brindara el gran impulso y reconocimiento entre el público: Réquiem por un sueño (2000); unas constantes que explotaría -no tanto refinaría- en sus trabajos más recientes. Pero en esta ocasión parece que su expresión personal ha encontrado su techo y la exacerbación del foco se ha apoderado de su discurso, planteándose como figura demiúrgica antes que como narrador eficiente, y devorándose a sí mismo en el envite. De ahí que sus interesantes diatribas pierdan gran parte de su efectividad y se antojen increíbles aun en el despliegue de su manifiesta incredibilidad, pese a verse envueltas en unas imágenes tan poderosas como virulentas y, en última instancia, desbocadas.

La trama gira en torno a una pareja, la de un escritor en búsqueda permanente de la inspiración (un, como siempre, esforzado Javier Bardem al que, sin embargo, la vorágine exterior no favorece a la necesidad descarnada de su papel) y su musa y compañera (Lawrence, más auténtica en la expresión de su sufrimiento interior, en ningún caso redonda), que ansía ser madre junto a él pese a la visible falta de roce y verdadero sentimiento en su relación. A partir de la entrada de dos extraños en escena, a quien el primero acoge con desmedida hospitalidad, el relato despega y se asienta en un estadio de magnitud parabólica constante, pese a los (brillantes) chispazos de extrañeza y desconfianza que ya se habían introducido, fruto de la buena interacción entre los dos intérpretes. En el fondo, se trata del fatal encontronazo entre los desavenidos avatares de la idolatría y el deseo por el recogimiento en el hogar propio. Fama frente a imposible intimidad en un choque que va a desembocar en un tumulto de proporciones épicas, perfectamente alineado con la brutalidad del tiempo presente y que, por tanto, no se priva a la hora de alertar de los peligros del fanatismo, sin escatimar en violencia gráfica (de cualidad gore en ciertas instantáneas) y relegando secuencias difícilmente soportables, toda vez el espectador se ve obligado a empatizar con la desorientada protagonista.

Una imagen de Jennifer Lawrence en madre!, dirigida por Darren Aronofsky

Todo vale para Aronofsky, que hace tambalear su historia a costa de entregar la sucesión más crispante (y crispada) de imágenes que se hayan visto en el cine reciente, superhéroes aparte. Resulta difícil, en este sentido, pensar y asumir su apabullante despliegue de ideas y conceptos, cuestión que lastra, en buena medida, su planteamiento, y que viene a reincidir en el significado desmedido de su conjura contra el realismo. Porque, no debe olvidarse en ningún momento, su película es un cuento. Una fábula pretendidamente maquiavélica para hablar de los males que afectan a la sociedad del siglo XXI, herida de orgullo, falta de autoestima auténtica y, por ende, alienada y corrompida de facto en su comportamiento. Un problema que afecta de pleno a la maternidad, proceso de obligado cumplimiento para traer nuevos soldados a esta ininteligible guerra de clases, y que solo puede padecerse bajo un dolor insoportable. También a la creatividad, cuando las letras corren el riesgo de enmarañarse hasta el punto de engendrar un monstruo que confunde realidad y ficción.

Entremedias del nervioso tono general que preside la narración se cuelan, no obstante, instantes de reposo que aposentan ciertas ideas y alumbran el alma magullado que late, con fuerza e insegura constancia, en el interior de esta madre! Símbolos de una desolación interior que reverbera con tal potencia hacia el exterior que hace derrumbar los mismos cimientos de su construcción. Quizás uno de los mejores ejemplos se encuentre en esa porción de suelo que supura sangre y se resquebraja de manera orgánica -simulando una vagina en estado de menstruación, preparándose para un incipiente embarazo-, que gotea hacia un sótano inexplorado cuyas paredes laten alertando del peligro que se cierne sobre la matriz que lo sostiene… Una simbología puramente femenina y de carácter introspectivo que se refuerza en las numerosas secuencias en que la mujer protagonista reposa su cabeza contra las habitaciones y siente cómo el vértigo se aviene sobre su extraño mundo, sobre su indefenso ser. Cuestiones que, por otro lado, el director se ocupa de transmitir con fidelidad mediante una planificación muy acotada -son escasos los planos generales, en favor de primeros planos y planos detalle que examinan el rostro de los actores-, con el rechazo a pasajes musicales a modo de adorno, y apoyado sobre un montaje corto y abrupto, que juega en favor de una interminable y pretendida sensación de agobio.

Javier Bardem y Jennifer Lawrence en madre!, dirigida por Darren Aronofsky

Mucho se ha hablado de las similitudes entre mother! y La semilla del diablo (1968), que se entrevén desde su mismo cartel. Y, a la postre, han resultado bien ciertas, también a nivel discursivo. La diferencia del incuestionable paralelismo reside, no obstante, en el tono: mientras Roman Polanski jugaba con los peligros de la contracultura de los años sesenta (y en particular con el fuego de las sectas satánicas) para acabar quemándose en su propia piel, suave pero fatalmente, entregando de paso una obra capital para entender el cine de terror moderno, Aronofsky se aprovecha de la desorientación de la denominada “sociedad del bienestar”, supuestamente poseedora de todos los recursos a su alcance, para demostrar que el avance de la misma solo ha sido el anual, y que la elementalidad de nuestra especie se encuentra, literalmente, a la vuelta de la esquina. Lista para devorarnos de un momento a otro. Con tal desproporción como para aniquilarse, incluso, a sí misma, inflamando un inmenso agujero en forma circular que asoma peligrosamente hacia el abismo.

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