Crítica de In Fabric, de Peter Strickland
mayo 18, 2020 por Roberto García-Ochoa Peces
Exhibida únicamente en festivales de cine como San Sebastián, Sitges o D’A Film Festival, In Fabric, cuarto largometraje del inglés Peter Strickland, permanece sin estreno comercial en nuestro país (ni se lo espera). Y ello a pesar de que posee motivos (audio)visuales de la suficiente enjundia como para merecer una oportunidad, los cuales continúan la senda creativa, tendente a la experimentación, de un autor que ya dio buena muestra de sus capacidades en cintas como Berberian Sound Studio (2012) o The Duke of Burgundy (2014), extrayendo universos bañados en misterio de algunas de las situaciones más banales que podemos llegar a vivir. Aún no es tarde para que alguna distribuidora española se fije en su enorme potencial y tenga el valor de comercializarla en formato doméstico.

País: Reino Unido
Año: 2018
Estreno: 28-6-2019 (Reino Unido)
Duración: 119 min.
Director: Peter Strickland
Guion: Peter Strickland
Fotografía: Ari Wegner
Música: Cavern of Anti-Matter
Intérpretes: Sidse Babett Knudsen, Marianne Jean-Baptiste, Fatma Mohamed, Steve Oram, Julian Barratt, Richard Bremmer, Zsolt Páll
Género: fantástico y terror, experimental
Productora: Rook Films, BBC Films, BFI Film Fund
Asesino humor inglés
Con solo cuatro largometrajes en su haber, Peter Strickland se erige como una de las voces más personales de la expresión cinematográfica actual. Pocos cineastas de su juventud han sabido leer con tanto provecho el pasado para extraer y moldear, a raíz de sus valores y peculiaridades, una manifestación propia en el presente, singular pero profundamente deudora de aquel. Así lo llevó a cabo en su debut del año 2009, Katalin Varga, ambientando una historia criminal y de venganza en los Cárpatos rumanos para imbuirla de un surrealismo muy posterior a las leyendas ancestrales que semejante tierra ampara; o en Berberian Sound Studio (2012), proponiendo una inteligente relectura del universo del giallo centrándose en las gloriosas posibilidades de su hiperbólica banda de sonido; y, por último, en The Duke of Burgundy (2014), su anterior largometraje -entremedias no ha parado de realizar cortos y vídeos comerciales, labor que ha retomado tras la que nos ocupa-, donde fijaba su mirada en la atmósfera sexual de las producciones europeas de los setenta, especialmente la que se desprende de las obras de Jess Franco o Buñuel, para proponer un perverso cuento en torno a la dominación.
In Fabric no supone un cambio de rumbo, en esta ocasión amparado en el ampuloso mundo de la moda y la vida en el interior de los grandes almacenes, en concreto durante su período de rebajas. Catálogos relucientes, vendedoras de extrema amabilidad y llamativas prendas ven invertido su sentido comúnmente superficial para sublimar un misterio de difícil aprehensión, lindante con el terror de carácter sobrenatural pero, en la misma medida, con un humor de impoluto tinte corrosivo. El vestido rojo que llama la atención, primero, de Sheila (Marianne Jean-Baptiste), y cuya venta adorna con rimbombantes palabras que bien expresan esta dualidad, a medio camino entre lo subyugante y lo cómico, la dependienta Luckmoore (una Fatma Mohamed en estado de gracia), no supone sino el canal exterminador de nuestra conciencia consumista, a través del cual la fatalidad de lo maligno, cuasi demoníaco, se adentra en el desatendido hogar para acabar con nuestra especie sin que apenas hayamos reparado en ello.
La cinta se divide en dos segmentos con diferente protagonista, ya que a la antecitada y sufriente Sheila, trabajadora en la atención al público de otra cadena de tiendas, le sustituirá el no menos desprevenido Reg Speaks (Leo Bill), un mecánico de lavadoras a quien sus amigos y familiares regalan el vestido en su fiesta de despedida, pero se desarrolla bajo un sino indistinto, lo que habla de la intercambiabilidad de roles -no sujetos a discriminación de género- en los devastadores efectos de un mal funesto, tan asumido como decorativo en nuestra sociedad del bienestar. Así, entre repetidos episodios de discriminación laboral -el continuo examen que realizan los responsables de la galería a la empleada o a su nuevo aspirante en un cuarto cerrado- o desentendimiento familiar -la holgazanería del hijo de esta-, aparecen reiterados actos de escarceo sexual (indisolubles de la obra de Strickland), angustia ambiental en forma de incesantes murmullos en la tienda y, finalmente, puro terror que desemboca en explícitas explosiones de violencia no tanto visual como sonora. Y es que el apartado musical, a cargo del grupo Cavern of Anti-Matter, liderado por el ex-líder de Stereolab Tim Gane, mecaniza y guía, a partir de sus fascinantes impulsos de electrónica sintética y experimental, la mayor parte de las imágenes que componen el fllme; tanto es así que el director alumbró su proceso de escritura una vez escuchadas las primeras demos que Gane le hiciera llegar, tal y como relató a la revista The Wire en una entrevista.
Ello no quiere decir que el cineasta de origen inglés descuide o desentone el aspecto fotográfico, tan elaborado y característicamente ensamblado a lo largo de su filmografía, que aquí corre a cargo de Ari Wegner. Mucho se ha hablado, por parte de un determinado sector de la crítica, de las influencias del giallo sobre la película, en concreto de una semejanza argentiana, pero más allá de compartir una cierta estética en derredor del puntual crimen -y de la antes casual que evidente ligadura del color rojo-, o de la amenazante presencia de maniquíes en múltiples planos -lo que en todo caso resultaría baviano-, lo cierto es que el germen temático apunta con más rigor hacia la obra de algunos publicistas y humoristas ingleses, por más que se adhiera a una puesta en escena que sí encuentra parentesco en Lynch. Son numerosos los insertos de imágenes de archivo que muestran a la muchedumbre agolpada a las puertas de los centros comerciales -un tropo que se repetirá en imagen real, bajo una tonalidad de negrura y en posición de picado, desde la perspectiva de la malévola Luckmoore-, lo que encuentra su inspiración en el realizador John Smith, especialmente a través de su icónico cortometraje The Girl Chewing Gum (1976); asimismo, cabe traer a colación, atendiendo tanto al tono como a la similitud con algún personaje secundario, la figura de David Brent, de la serie The Office, de la que, además, Strickland ha declarado ser admirador. No obstante, el creciente ejercicio de tensión y la agresiva visualización de algunos pasajes, basados en la repetición de instantáneas impactantes o en el juego de reflectancia fotográfica, junto a un montaje nervioso y sincopado y el imprescindible y ya referido acompañamiento musical, justifican esa atmósfera fantasmagórica, de ascendencia surrealista e imbuida del espíritu canallesco inherente a los británicos, que tan bien queda reflejada en la cinta, haciéndola única en su especie.
In Fabric enseña que la confabulación diabólica adherida a un vestido que toma vida propia y (de)genera el crimen en torno a su poseedor no está reñida con la veta cómica que, precisamente, puede derivarse de semejante situación, sin dejar de desprender una generosa ración de sorna crítica entre sus costuras. Y todo ello sin restar peso ni mérito a ninguna de las dos vertientes, siendo capaz de combinar en el mismo fotograma el puro hipnotismo con la risotada más franca, y logrando así atrapar al espectador en una espiral de extrañeza tan valiosa como estupefaciente. Urge seguir rastreando la pista a un talento como el de Peter Strickland.