Debut de los hermanos gemelos Danny y Michael Philippou, Talk to Me es el título de terror de la temporada estival, condición que, a buen seguro, se hará extensible al año cinematográfico de 2023. Relato de posesiones entre adolescentes que graban con sus móviles el encuentro con nuestro mundo paralelo, que invade su espacio de forma rabiosa e inmisericorde, mientras desperdiga potentes y efectivos guiños a su statu quo. O terror adolescente que engancha de la mano y da la vuelta a la condición peyorativa que, por defecto, se deduce de tal expresión.

País: Australia, Reino Unido
Año: 2022
Estreno: 11-08-2023
Duración: 95 min.
Director: Danny Philippou, Michael Philippou
Guion: Danny Philippou, Bill Hinzman, Daley Pearson
Fotografía: Aaron McLisky
Montaje:Geoff Lamb
Música: Cornel Wilczek
Intérpretes: Sophie Wilde, Joe Bird, Alexandra Jensen, Otis Dhanji, Zoe Terakes, Chris Alosio, Miranda Otto, Marcus Johnson
Género: terror, adolescencia
Productora: Bankside Films, Causeway Films, Head Gear Films
POSEE Y NO MIRES CON QUIÉN
Los hermanos gemelos Danny y Michael Philippou son más conocidos en internet como los “RackaRacka”, nombre de la miniserie de televisión que dirigen y protagonizan y del canal que mantienen en YouTube, exhibición de gags más o menos peligrosos y chorras con gran éxito entre el público juvenil no solo de su país nativo, Australia. El año pasado tuvieron la oportunidad de dar el salto al terreno del largometraje —si bien ya tenían experiencia dentro del mismo, apareciendo ambos acreditados en labores de equipo técnico y electricidad en Babadook— y debutaron con Talk to Me, mediana producción de terror adolescente cuyo enorme potencial supo ver el estudio norteamericano A24, marca de calidad “independiente» en el nuevo cine USA (Under the Skin, La bruja, Hereditary, La ballena…), que la adoptó para su distribución y que ahora alcanza las salas españolas precedida de no poco hype.

La preconcepción y el prejuicio son normas establecidas y autoasumidas en la sociedad actual -mucho más allá del ámbito cinematográfico-, toda vez afectada del mal de la inmediatez, el escaso tiempo para la (necesaria) reflexión y la invasión de noticias (más tergiversadas que honestas en su propósito) en buena medida esparcidas y telegrafiadas a partir de, y a través de, redes sociales como X (antes Twitter, reformulada al capricho del temible Elon Musk), pero también TikTok, que no solo por su expresión videográfica acaso sea la que aglutine al sector de público objetivo que más próximo se encuentre al trasfondo que representa Háblame: la generación Z, es decir, los nacidos entrados los años noventa. Son chavales como estos, veinteañeros juguetones, los protagonistas que se deciden a montar fiestas en torno a la mano embalsamada de un vidente (o de un tarotista, o de quien quiera que fuese: el guion deja abierto un hueco de manera tan inteligente que hace que no importe a nadie, porque dicho objeto es, literalmente, un instrumento) con el fin de ser poseídos apenas durante unos segundos mientras se filman mutuamente con sus teléfonos móviles. Un trasvase ficcionado de la más rabiosa actualidad.
Y es en ese vaso comunicante ficción-realidad donde radica la validez y tremenda frescura de una propuesta como la de los Philippou, sabiendo cómo extraer el alma de unas imágenes que se hacen notar por su mensaje entreverado, con dispersión de símbolos y la entrega de un poso amargo que en ningún caso se torna discursivo, antes que por la exhibición de una técnica excelsa que, empero, se demuestra extraordinariamente competente y eficaz en determinadas secuencias. Ante nuestros ojos pasarán, de hecho, una serie de imágenes difícilmente olvidables —lo que no es poco decir en el cine comercial de nuestros días—, como aquellas en que los personajes visionan, por vez primera, al espíritu invocado sentado frente a ellos (mediante el agarre, primero, de la mano serigrafiada, y la pronunciación, a continuación, de la frase titular: “Háblame”), o a su siguiente corporeización dentro de sí (tras las subsiguientes palabras: “Te dejo entrar”); y más en concreto, las secuencias de pesadilla que tienen como protagonista a Mia (una esforzada y convincente Sophie Wilde), centro del relato y cuyas aterradoras visiones aproximan la realidad paralela, el mundo de los no-vivos que ya casi puede tocar con sus manos, de una manera tan realista que se antoja sencillamente escalofriante.

En la secuencia que sigue a la de apertura, presentación desatada donde una de las referidas fiestas termina en tragedia de manera, a priori, inexplicable, Mia se topará con un canguro malherido en medio de la carretera, en el tortuoso estado del limbo entre la vida y la muerte. Su decisión será continuar el camino y relegar la decisión sobre el destino de aquel al siguiente conductor. Bien adentrado el metraje volverá a ver a ese animal malherido en el interior de un hospital, una imagen metafórica que se produce en el momento clave de la transición hacia su nuevo estado vital. Cuando alcancemos el final comprenderemos la completitud de un ciclo que, quizá, nos ataña a todos, pero que, mostrado a través de esta figura protagónica, ilumina conceptos complejos relativos al trauma, a los peligros de un incorrecto y precipitado proceso de duelo, la falta de afecto, la culpa no reparadora, e incluso al amor y la amistad despojadas de pureza. Tales son los temas que pone en solfa la cinta sin que apenas nos demos cuenta, fruto de un ritmo alegre que apuesta con firmeza por entretener en el más amplio sentido antes que por aturullar con digresiones fuera de lugar al espectador.

La banalización del mundo esotérico, unido al natural descontrol y la falta de raciocinio por parte de una generación abocada al desfase como escape de la ruin realidad, son las dianas base apuntadas por los hermanos Philippou, y sin embargo la sensación que queda tras el visionado de Háblame es cómo ese mismo ímpetu de juventud, del que ellos son parte y forma, es capaz de sobreponerse a sus propias y asumidas limitaciones para transformarse en un ejercicio de desate cinematográfico tan fresco como abrumador, condenador cuando lo desea y lúdico y abofeteador para con la gravedad casi siempre. Un ejercicio plenamente libre, en fin. Saludemos y celebremos (desde la distancia).
