Crítica de Rivales (Challengers), de Luca Guadagnino

Prevista para la segunda parte del año pasado y pospuesta a causa de la sonada huelga de guionistas en Hollywood, por fin llega Challengers a la cartelera. A través de su nueva propuesta, protagonizada por la joven estrella Zendaya, secundada de Josh O’Connor y Mike Faist, el siempre interesante Luca Guadagnino persiste en su idea de adoptar el molde habitual de los géneros para pervertirlos, siquiera levemente, y jugar así con nuestras expectativas, como ya hiciera con las historias de amor presentes en Call Me by Your Name (2017) y Hasta los huesos: Bones and All (2022), o con el terror en el remake de Suspira (2018). Rivales es un fulgurante tour de force deportivo que se sirve de una pista de tenis para pelotear con las sensuales relaciones que se establecen entre sus volubles personajes.

Póster de Rivales (Challengers), dirigida por Luca Guadagnino

País: EE.UU., Italia
Año: 2024
Estreno: 26-4-2024
Duración: 131 min.
Director: Luca Guadagnino
Guion: Justin Kuritzkes
Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Intérpretes: Zendaya, Josh O’Connor, Mike Faist
Género: comedia dramático-deportiva
Productora: Frenesy Film Company, Metro-Goldwyn-Mayer, Pascal Pictures

 

JUEGO, SEXO Y PARTIDO

Presenciar la disputa, en pantalla grande, de un partido de tenis, como el que sucede en el inicio de Rivales, me hace recordar, de manera inevitable, a aquel memorable arranque de Match Point (2005), en la que Woody Allen planteaba la cuestión de la vida en términos de la inclinación de la pelota verde hacia un lado u otro de la pista, para resultar, finalmente, vencedores o vencidos en nuestro transitar por ella, y aludiendo a la suerte como factor diferencial. Pero no es más que un flash momentáneo. Ni el ritmo, en aquella mostrado en cámara lenta y aquí ya visiblemente acelerado desde esta apertura de la partida -y en no poca medida promovido por el apartado musical, que merecerá su particular tie break-, ni el subsiguiente tono, estructura e intenciones se antojan comparables con respecto a la cinta dirigida por Luca Guagadnino.

Resultaría apasionante desgranar cómo el deporte, en general, y el mundo del tenis, en particular, pueden erigirse metáfora pluscuamperfecta de nuestras aspiraciones existenciales, de la tensión inherente a las relaciones humanas y, por qué no, de los avatares amorosos que hemos de disfrutar -o enfrentar- a lo largo de nuestra vida. Pero no es este el espacio idóneo para hilar semejantes cuestiones graves, por lo que nos ceñiremos al caso de Challengers, que supone un excelente resumen al respecto, albergando la virtud, además, de rehusar cualquier asomo hacia la componente trascendental. Porque la cinta escrita por Justin Kuritzkes (nuevo colaborador del realizador de Palermo, con el que parece haber hecho buenas migas, a tenor de la repetición en su próxima cinta Queer, adaptación de la novela homónima escrita por el reverenciado William S. Burroughs), y protagonizada por el trío de lustrosos actores jóvenes Zendaya, Josh O’Connor y Mike Faist, no hace sino revolverse, con suma soltura y un aire y brío propios a la juventud enmarcada, en torno a los líos, juegos, traiciones y tensiones -sexuales, esto es: vitales- que se establecen entre los personajes por ellos encarnados, modulando su evolución e interviniendo sus roles para marcar el devenir de sus interacciones como si de los vaivenes de un partido de tenis se tratara, y logrando exprimir el tremendo potencial cinematográfico que semejante disputa simula, aun sin necesidad de abundar en secuencias eróticas.

Así, en un arco narrativo que abarca trece años, el relato viaja desde el presente, momento cumbre del choque entre la pareja de tenistas masculinos: el instante que servirá para dirimir algo más que un vencedor sobre la pista, hasta el origen de su otrora estrecha amistad, cuando conquistaban victorias como pareja dentro de la misma y, de modo involuntario, también fuera de ella, concretizado durante la noche que conocen y se enrollan con la estrella emergente Tashi Donaldson (Zendaya), quien ahora entrena a uno de ellos. A lo largo de las más de dos horas del aprovechado metraje que sigue, la crónica de esta batalla anunciada irá y vendrá múltiples veces en el tiempo, en flashbacks tan oportunos como clarificadores de un especial vínculo en el trato que se verá debilitado hasta derivar en necesario enfrentamiento, toda vez la feliz convivencia en forma de triada es una Quimera no tan bella como la que, acaso, el propio O’Connor es capaz de transmitir en la extraordinaria cinta del mismo nombre con la que convive en salas (asimismo dirigida por una italiana, Alice Rohrwacher). 

Mike Faist a punto de jugar la pelota en Rivales (Challengers)

La puesta en escena de este embrollo amoroso juvenil (en el fondo más sencillo de lo que semeja, pero en el que los responsables logran inmiscuirnos y preocuparnos por sus derivas merced, precisamente, al valor de la misma) resulta tan impetuosa y volátil como dinámica, acaso sabiéndose reflejo de las características naturales que posee un elemento tan inestable como este. Los actores están en plenitud y, conscientes de ello, se prestan a un juego tan sexi y seductor como el que Guadagnino pretende ofrecer, desprendiendo feromonas desde la pantalla hasta el patio de butacas; y, además, parecen preparados a conciencia: uno dudaría de si son realmente ellos los intérpretes de las secuencias de juego de partido, pero tanto la suma perfección en la técnica del golpeo de la pelota, así como sus desplazamientos sobre el suelo para alcanzarla -cuestiones que no son nada triviales para alguien no iniciado en tenis- son fruto de varios meses de preparación, durante jornadas maratonianas y casi diarias, de la mano de un profesional en la materia.

La exigencia física, el sudor que corre por los vigorosos cuerpos, capturados con la fruición y el deleite que son seña en el director, así como su interacción en el rectángulo de juego se promueven con un punto cercano a la violencia, y es que el pequeño esférico se dirige directamente hacia nosotros en no pocos instantes y, de hecho, está a punto de golpearnos, como impeliéndonos a animar, apostar o quién sabe si a dirimir el rumbo de los acontecimientos, el lado de la red del que, finalmente, caerá aquella para no regresar. Esta genial cinética, puro fulgor en movimiento que no cesa, es mérito de una exquisita planificación de la escena, su acertado rodaje (sin el que la referida precisión de los intérpretes resultaría baladí) y un resolutivo y enérgico montaje posterior. Pero no debe obviarse otra componente que aquí se revela de igual o, incluso, mayor importancia que las anteriores, por cuanto su fusión supone el motor de la imagen; o, dicho de otro modo: su exclusión haría desvanecerse y carecer de sentido al resto del engranaje.

Josh O'Connor jugando al tenis en Rivales (Challengers)

Y es que la música compuesta por los ya veteranos Trent Reznor y Atticus Ross, comandante y peón del señero grupo de música electrónica industrial Nine Inch Nails reconvertidos en fabricantes de bandas sonoras de éxito, traslada el valor intrínseco de su naturaleza (un techno más o menos machacón acompañado de puntuales, y ya característicos, tonos de delicado piano, que, en escucha aislada, solo hará clic y promoverá el movimiento por parte del fan convencido) al territorio de esa cinética, para, de esta forma, propulsar no solo el pequeño esférico verde que simboliza algo parecido al realismo de una contienda físico-amistosa, sino la propia deriva ocasionada por la condición de los cuerpos que se la arrojan mutuamente: dolidos, enrabietados, orgullosos y también, cómo no, interesados. ¿El objetivo último? Hacer semejante la tensión sexual en algún momento vivida por ellos a la competición deportiva por la que rivalizan en el interior de una cancha de tenis, de cara a sonsacar el partido más perfecto y disputado posible; mientras el espectador luce, cómplice y desde una posición privilegiada, una sonrisa de satisfacción en la grada (o detrás de la pantalla). Pero, eso sí: todo imaginado en el marco de una competencia bis, dado que se trata (no pase desapercibido el matiz del título, perdido en la traducción española) de un torneo “Challenger”, es decir, de ámbito semiprofesional, donde toda ganancia o rédito obtenido se antoja limitado para los aspirantes. Como en la vida misma (a no ser que usted, señor Nadal Parera, se encuentre ahora mismo leyendo esto).

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