Crítica de Dangerous Animals, de Sean Byrne

Se adelantan a hoy los habituales estrenos del viernes debido a la fiesta nacional de mañana, 15 de agosto. Y seguimos para bingo con el terror veraniego, tras Devuélvemela y Weapons, de la mano de Dangerous Animals, dirigida por Sean Byrne, que presentase su anterior filme, The Devil’s Candy, en el festival de Sitges de hace diez años. En la que nos ocupa viajamos hasta la remota Australia para seguir de cerca el rastro de sangre que deja un asesino en serie que convierte a los turistas en una atracción mortal para los escualos que pueblan las aguas. Un pasatiempo veraniego sin demasiadas aspiraciones, de violencia moderada en pantalla y que, aun así, se presta a algunas lecturas de interés.

Póster de Dangerous Animals, dirigida por Sean Byrne

País: Australia, Estados Unidos, Canadá
Año: 2025
Estreno: 14-8-2025
Duración: 98 min.
Director: Sean Byrne
Guion: Nick Lepard
Fotografía: Shelley Farthing-Dawe
Montaje:Kasra Rassoulzadegan
Música: Michael Yezerski
Intérpretes: Hassie Harrison, Jai Courtney, Bruce Tucker
Género: terror veraniego
Productora: LD Entertainment, Brouhaha Entertainment, Range Media Partners

 

NOTA MENTAL: NO PASAR LAS VACACIONES EN AUSTRALIA

Resulta irónica, cuando menos, toda la financiación por parte de estamentos e instituciones oficiales que se anuncia en los créditos de Dangerous Animals, el tercer largometraje dirigido por Sean Byrne, que presenta diez años después de 
The Devil’s Candy (2015). Australia, ese lugar tan remoto para quien escribe estas líneas, se antoja un país moderno, de un indudable atractivo turístico y que cuenta con enclaves tanto centrales como recluidos dispuestos a ser descubiertos para enriquecimiento del visitante. Sin embargo, ya Greg McLean pegó un severo corte en el posible antojo del excursionista mediante su cruda y letal Wolf Creek (2005); uno de los mejores y más duros títulos de terror en lo que va de siglo salidos de aquella geografía. Pues bien, ahora Byrne parece querer reafirmar la visión de los peligros que, para el turista, mana de forma natural de los aguerridos habitantes de sus antiguas tierras, solo que desplazando el visor de la cámara desde el interior del desierto al mar abierto.

Jai Courtney en Dangerous Animals, dirigida por Sean Byrne

Tampoco es cuestión de que se lleve a engaño usted, querido lector: a diferencia de la referida, esta película funciona antes como ligero pasatiempo veraniego que como sólido ejercicio de cine de género. Acaso lo que demanda el espectador en mitad de esta interminable ola de calor. Y aunque los tiburones (otro clásico veraniego…) pululen por las aguas de esta mediana producción impulsada desde EE.UU. por la conocida marca de streaming Shudder, y alberguen, de hecho, un papel relevante en su intrahistoria, no cabe esperar demasiado de los mismos. Sobre todo por su más que cuestionable mostración merced a un deficiente CGI. Así las cosas, de lo que se trata aquí es de seguir las majaderías de un asesino en serie que utiliza su barco-atracción para sumergir a los despistados turistas entre los temibles escualos… reservando un asiento especial para las féminas. Una macabra idea fruto del primerizo guionista Nick Lepard –mucho ojo, porque su segundo crédito lo podremos ver en la próxima cinta del temible Osgood Perkins, Keeper, la semana anterior a nochebuena–.

Y si bien cabe reconocer el agotamiento de una historia de estas características, cabe apuntar que el dinamismo de los diálogos y los continuos giros (sobre todo los del primer tramo; hacia el final se estancan y devalúan la acción) contribuyen a conformar un generoso ritmo que no va decaer en lo que sigue, por más que se recrudezcan las imágenes y resulten, cada vez, menos creíbles. Además, se nota el esfuerzo por parte de los responsables a la hora de mostrar a una chica protagonista (Zephyr; Hassie Harrison) visiblemente fuerte e independiente desde el primer minuto; un ser corajudo, que no se amilana sino que se acrecienta ante la letal amenaza, y que sirve para poner en entredicho el habitual rol de víctima débil al que se somete a la mujer en este tipo de producciones, aquí también representado, en evidente contraposición, a través de un personaje secundario que ha sido capturado y con quien ella comparte estancia. 

Hassie Harrison en Dangerous Animals, dirigida por Sean Byrne

Por lo demás, y redundando en esa agilidad apuntada, también favorecen sobremanera a la cinta los temas musicales escogidos, que, además de poseer ritmo 
per se, se insertan en los momentos justos y suelen ejercer una función diegética, sirviendo a impulsar una narrativa ágil que se engrana mayormente a partir de secuencias chocantes, donde la enajenación del maníaco –un imponente Jai Courtney, quien sabe arrojar un punto extra de socarronería– toma un papel predominante. Y aunque el planteamiento de su ejercicio criminal, como ya resulta visible desde el arranque y, sobre todo, en la parte definitoria de la obra, se oriente hacia la exhibición más física, ruda y peligrosa, el retrato que se ofrece de su inspiración neurótica –las peroratas sobre estos animales acuáticos en su rol solitario y función depredadora, tal y como se siente él… y ve a Zephyr–, así como su retorcido método de ejecución, captura en vídeo y la chocante preservación subsiguiente se antojan mecanismos, si acaso no demasiado originales, lo suficientemente inspirados e intrigantes en su exposición. Lo dicho: denle otra vuelta a lo del viaje a Australia.

Una imagen de Dangerous Animals, dirigida por Sean Byrne


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